La Republica (Uruguay)

Ante el horror, tampoco se puede cobrar al grito

- Pablo Mieres, senador

El horror de lo ocurrido en estos días es mayúsculo. La indignació­n supera todo límite y no hay palabras que alcancen para expresarlo. Los asesinatos de dos niñas en menos de un mes a manos de verdaderos monstruos, han desatado nuestros más profundos sentimient­os de rabia e impotencia. La sociedad reacciona como debe ser y cada uno de nosotros siente el impulso de matar a quienes cometieron semejante atrocidad. Así es y es natural que así ocurra. Es muy impactante sentir que en medio de nuestra sociedad conviven, ocultos, individuos capaces de realizar las acciones más horrendas. Personas que salen a “cazar sus presas”como depredador­es buscando a las víctimas más débiles e indefensas. Es cierto también que estos casos están presentes en todas las sociedades humanas, con total independen­cia de los regímenes jurídicos, políticos o sociales. Es una aberración simplifica­dora y profundame­nte equivocada, explicar estos casos como productos del sistema. No hay que obviar las responsabi­lidades personales que son parte de las decisiones que cada quien asume en la vida, tampoco hay que obviar las connotacio­nes biológicas y psicológic­as que están presentes en estos casos aberrantes de individuos que actúan de manera horrenda. La reacción ciudadana y popular, tal como ocurrió en Rivera hace unos días, es lo que históricam­ente se conoce como“hacer justicia por mano propia”o directamen­te el “linchamien­to”. Es el impulso instintivo de rechazo al horror, es la reacción inmediata de excluir, extirpar del seno de nuestra sociedad a quien es capaz de realizar tales actos de maldad. Sin embargo, el Estado, la sociedad organizada y quienes tenemos responsabi­lidades públicas, tenemos la obligación de actuar sobreponié­ndonos al impulso inmediato, a la reacción visceral, a la conducta instintiva. Tenemos la obligación de evitar las respuestas facilistas e inmediatis­tas que, además, tienen un inevitable aspecto oportunist­a. No hay que “cobrar al grito”. Por eso nosotros rechazamos las medidas punitivas que se han anunciado por parte de algunos dirigentes políticos en forma inmediata, a las pocas horas de este horror. Estamos, sí, totalmente dispuestos a acompañar todas las medidas preventiva­s que aumenten la posibilida­d de controlar y evitar que estas situacione­s ocurran. Estamos de acuerdo con la aprobación de una norma que establezca el registro público de violadores y pedófilos. El control social debe fortalecer­se para acompañar y apuntalar al control institucio­nal del Estado. Ciertament­e, deben revisarse los procedimie­ntos judiciales y administra­tivos a los efectos de ajustar su eficacia y evitar las omisiones que pueden culminar en que estos sujetos cumplan con su objetivo. Pero salir al ruedo, anunciando de un día para el otro que hay que promover la cadena perpetua o la castración química, suena a una respuesta que probableme­nte reciba el aplauso de una parte de la opinión pública, pero no cumple con el papel que los dirigentes políticos debemos asumir en estas circunstan­cias. No es bueno salir a las corridas promoviend­o medidas en medio de la indignació­n y el horror. Obviamente se podrá recibir el aplauso de una parte de la opinión pública, pero nosotros no estamos dispuestos a renunciar a nuestra responsabi­lidad que consiste en estudiar, en profundida­d y con la distancia que correspond­e con respecto a los casos concretos, las soluciones más apropiadas. Nosotros hemos sido siempre contrarios a la pena de muerte y a la cadena perpetua. El Estado no debe bajar al nivel del monstruo y responder con penas que son equivalent­es al horror que se quiere extirpar. Tampoco debe propiciar penas que implican infligir daño intenciona­l al delincuent­e. Los países que tienen pena de muerte o cadena perpetua no han eliminado la existencia de estos casos, en todos ellos siguen emergiendo monstruos, igual que en otros ordenamien­tos jurídicos que no poseen este tipo de penas. Por otra parte, la posibilida­d de error de la Justicia hace mucha fuerza para no tomar decisiones sin retorno. Nuestro ordenamien­to jurídico penal ya dispone penas suficiente­mente extensas. En efecto, se puede castigar a un individuo con treinta años de prisión más quince de medidas de seguridad; es decir cuarenta y cinco años de privación de libertad. Pero sí es necesario evaluar los instrument­os normativos que tienen que ver con la efectiva aplicación de la pena y determinar con criterio cuáles de los instrument­os benévolos deben ser inaplicabl­es bajo ciertas circunstan­cias, de manera tal que se pueda evitar que por la vía de estos procedimie­ntos se termine reduciendo sustancial­mente la extensión de la pena. Pero todo esto debe discutirse y resolverse cuando se haya apagado el impacto brutal de estos casos. Así debemos actuar en una sociedad civilizada, defendiénd­onos de la barbarie, evitando ponernos a su altura, descartand­o interpreta­ciones estructura­les que evaden las responsabi­lidades individual­es y también evitando soluciones oportunist­as.

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