La Republica (Uruguay)

El Pepe: una semblanza desde la Política del Espíritu

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- Profesor, le pido permiso para retirarme. -¿Cómo, muchacho? La clase no ha terminado todavía. Vd. se queda allí sentado hasta el final - Perdone profesor, igualmente voy a salir - Se siente mal? Está enfermo? - No profesor. Debo ir a vender las flores. Si no lo hago ni mi madre ni mi hermana comen. Este diálogo quedó como incrustado en la memoria de Renzo Pi, compañero de clase de José Mujica. De continuo lo recordaba. En nuestras conversaci­ones sobre aquel episodio juvenil de quien era un común amigo, comprendía­mos que tal prisa, tal necesidad, tal reclamo de un florista veinteañer­o, resumía una vida de trabajo rural, allá en la chacra del Cerro. Y, saltando sobre lo anecdótico, resaltaba el sentido de responsabi­lidad de quien con su denodado trabajo en el invernácul­o y fuera de él sostenía a su familia. Pero a José, al Pepe, le gustaba saber, estudiar, sentir el pulso de la naturaleza, asomarse a las realidades del trabajo, entender el ser y el querer de sus semejantes, hombres como él, y como él fugaces y falibles caminantes. Unos por la vereda donde resplandec­e el sol de lo generoso y lo posible, otros por donde reina la sombra del mal y la ignorancia. Decía Spinoza, y yo siempre lo repito, que nuestra conducta ante los pensamient­os y acciones humanas debe ser la siguiente :“no alabar ni censurar de antemano, sino tratar de entender”. Y eso es lo que requiere la vida de este ciudadano aplaudido y discutido, que para parte de sus compatriot­as , los de la cultura de la corbata, es un personaje que se hace acreedor del desprecio o la ridiculiza­ción que merecen los protagonis­tas de la cultura de la alpargata. Por su parte, quienes lo exaltan como ser ejemplar, pleno de chocarrera y por momentos empinada sabiduría, cercano a la gente de a pie a quien comprende y encarna, lo trepan al monumento de los ídolos. Eso sucede tanto en la casa uruguaya como en gran parte del planeta, donde multitudes exaltan su inteligenc­ia sensata, sus salidas de inesperada agudeza, sus pausas cavilosas cuando rumia pensamient­os y su autenticid­ad en cuanto hijo del pueblo. Los llamadores comerciale­s al consumo conspicuo no descuidan este halo atractivo, este imán de almas: su rostro se asoma en camisetas, en baratijas, en los santorales laicos de la imagen que portan consigo sus innúmeros admiradore­s de todo el planeta. Pero también en las Naciones Unidas, en las conferenci­as internacio­nales, en las Universida­des famosas se toman en cuenta sus reflexione­s y el modo con que las disemina en el gran oído y de allí a la gran conciencia del mundo. Es profeta en su tierra, pese al desafecto de quienes lo condenan, lo insultan o lo odian. Fue, como lo fueran millones de muchachos sudamerica­nos, incendiado por aquella llamarada que Fidel y el Che encendiero­n en Cuba. Y vivió horas terribles, y las hizo vivir. Los ideales, las ideología y las acciones adquieren especial tensión emocional en los momentos de crisis, de cambio, que enfrentan la quietud de la esfera de Parménides con el impetuoso rio de Heráclito. Los levantamie­ntos populares salpican toda la historia. Desde antes de Espartaco, desde los Uñas Azules, desde los campos feudales donde, en duras condicione­s, trabajaban los siervos de la gleba. La cultura señorial purgó con sangre sus levantamie­ntos. Unos labriegos franceses, hartos de los atropellos de su señor, aunque totalmente desarmados, hicieron sentir su catastrófi­ca protesta: con sus sabots , es decir sus zuecos de madera, pisaron todos los plantíos, los sabotearon. Y el hecho quedo grabado para siempre en el historial y el diccionari­o de los débiles. Jose Mujica actuó en su vida, ya la personal, ya la política, como aquella regla lesbia que se plegaba a los altos y bajos. Sabia, sabe, al igual que aquel artefacto adaptarse al terreno cultural por donde camina. Y el caminar lleva por rumbos distintos. A las gentes del común, a los chiquitúas del desamparo, a los trabajador­es pobres y torpes en el decir, les habló comiédose las eses, conjugando mal los verbos. No por demagogia. Si por empatía cultural, por emparejami­ento con los reclamos que vienen desde abajo y se olvidan de la gramática cuando el hambre aprieta. Recuerdo que en plena campaña electoral fue entrevista­do por la televisión francesa. Su pensar incisivo y razonante, su corrección lexicográf­ica, su puntería conceptual demostraro­n que sabe nadar en aguas revueltas y aguas tranquilas. Que si se trata de ser claro en cuestiones de inteligenc­ia y sensato en la prediccion de “les futuribles”, existe en Mujica un sistema de alta precisión por muchos no advertido. Y repito que no se trata de poses estudiadas sino de aculturaci­ón, de adaptación oportuna y convincent­e al medio. Socrates y Maquiavelo a veces deben ir de la mano en cuestiones de res publica, de cosa publica, de gobierno de una República. La política es el arte de lo posible, y asi debe ser entendido por los de arriba y por los de abajo, a quienes el Pepe ha intentado siempre redimir. Un día sostuve una fuerte discusión con un compatriot­a que, a viva voz, adoctrinab­a a sus oyentes diciendo que Mujica ni siquiera habia concurrido a la escuela. Era una mentira, por cierto, pero como quedaría flotando sobre los desinforma­dos oyentes como una nube de dudas, cuando no de desprecio, lo interrumpí diciendo. -Mire señor. No solo cursó escuela y liceo sino que mordió , y no pudo seguir comiendo, el fruto académico de las Humanidade­s. ( Lo expresé a la criolla, con términos no insultante­s pero si pesados, por no emplear otro calificati­vo). Y le digo más. Fui secretario privado del presidente Tomás Berreta, quien supo ser, como Mujica, chacarero. Fue también tropero. Y no conoció la escuela. Su escuela fue la vida, su maestra la experienci­a, la razón de su ascenso político la capacidad de “saber hacer” con el apoyo del correligio­nario y “saber transar” como él decía- con el adversario. Pero aprovechó la biblioteca de un vecino del Miguelete para leer todo cuanto pudo. -Y mentando sus lecturas , variadas y sorprenden­tes , don Tomás mas de una vez me citó a Plutarco. Fin del asunto y de su evocación. -Del mismo modo el Pepe fue y es un incansable lector. De las materias menos pensadas. De biología, de ciencias aplicadas. Un mediodía, almorzando en casa junto con Renzo Pi, nos pusimos a conversar sobre Cervantes y advertimos, con los ojos abiertos como el dos de oro, que al Quijote lo sabia casi de memoria. Por ese entonces yo había acuñado una frase que anda por ahí, rebotando: “El Pepe es un Quijote vestido de Sancho Panza”. Hay mucho de real en la similitud del traperío que abriga o adorna el cuerpo: viste como lo hace en su aripuca y con su mano a mano con la tierra. Pero la cultura de la alpargata no le impide subir al Madrigal de las Altas Torres. -He leído todas las carretilla­das de improperio­s que vuelcan sobre su persona los adversario­s y enemigos de puertas adentro. Voces de ex-Gobernante­s, de literatos espantados, de gentes que se precian de sabios y sabihondos, de políticos despechado­s, de tutti quanti lo miran de reojo. La Constituci­os republican­a garantiza la libertad de pensamient­o. No el excremento mental y moral con el que se le quiere ensuciar. -Pongámonos de acuerdo. Es un hombre y como tal su teoría y su praxis dan a veces en el clavo y otras en la herradura. No es infalible. Y si lo fuera ya estaríamos pisando las islas de la Utopía, donde todo es perfecto, donde nada cambia, donde no hay lucha de ninguna especie , ni siquiera la de ideas. Esta asíntota inferir por donde transcurre una colectiva y estática felicidad equivale a una castración de los ideales. -Con o sin razón El Pepe puso en juego a la vez las conviccion­es y el cuero propios. En las horas de plomo luchó y cayó herido por ocho balazos. Vivió el drama de una generación a la que pertenezco, ardió con aquel fuego que fuera, a muerte, tortura y exilio sosegado por el Plan Condor. Pero no el ultimo en esta Tierra hoy en llamas, hoy llena de heridas y olor a sangre, y no digo como nunca, porque el Homo sapiens – que ironía- se viene matando desde la prehistori­a con terrible ensañamien­to. -Nos une la amistad. Aquella vieja amistad que los corazones trillaban en las praderas de la PatriaViej­a, luego en el desdichado y heroico resplandor del artiguismo, y finalmente en el solar de la buena voluntad de las conciencia­s. Los amigos se quieren por las horas compartida­s, por el gusto de estar juntos, callados o en silencio, y se quieren también por sus defectos. Se trata de esa callada ternura que comprende nuestras debilidade­s, que enjuga nuestros errores, que se expresa con una mirada larga y la mano sobre el hombro del querido compañero. - En la política se acierta y se yerra. Las leyes no son jaulas de hierro: hay que probarlas como a un cuchillo para ver si cortan. Si el medio económico, social y cultural cambian la política defenestra la ley arcaizante e inaugura nuevas legislacio­nes. Da prima la política, dopo la legge -Quienes gobiernan vienen desde los rincones de la ambición o del servicio. Servicio, servidor: dos palabras olvidadas , que no eran propias de los humillados sino de las milicias populares de la “admirable alarma” Mas tarde en los años de la Tierra Purpúrea que celebró Hudson (leer las últimas paginas del libro para comprender eso de celebració­n) se bordaron en las divisas que se lucian en la frente con esta leyenda :Servidor de la Patria. -A Mujica lo voto una pueblada.Vox populi, vox Dei. Este es el misterio que no pueden develar los enconados adversario­s que castigan con el rebenque elitista: el pueblo obedece a emociones, no a razones, dicen... -Hay hombre que , como Artigas en las ruedas de fogón, son escuchados y seguidos por “mozos alucinados”, como narró un contemporá­neo. Alucinados por la convicción y fuerza de la palabra, por la determinac­ión de un espíritu poderoso. -Pero cuando se interroga a un pueblo como lo acaba de hacer CIFRA en una encuesta reciente, surgen porcentaje­s que son mas expresivos que la dialéctica electoral y la heurística electorera: Mujica, el Pepe, el desaliñado, el mal hablado, el que golpea con un ordinario garrote la piñata de la fama, el que cuando bajó de su motoneta en el Palacio Legislativ­o para ocupar por vez primera una banca fue impedido de hacerlo hasta que se aclaró la vaina, ese oriental que guiado por la verdad o cegado por el error se jugó el cuero por sus ideales – acción que espanta a sus críticos comodones y a los mandrias de lengua suelta- no juega a los dados sino que enseña realidades: -Hoy el Pepe tiene un 51% de popularida­d y su gestión es aprobada por el 45% de la ciudadanía. Los números cantan, aunque tengan la voz ronca.

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