La Republica (Uruguay)

A la sombra de un fenómeno: los cracks que quedaron opacados

Como ocurre actualment­e con Neymar, Modric, Cavani, Suárez y otros contemporá­neos de Messi y Cristiano Ronaldo.

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Luka Modric, el croata del Real Madrid que el pasado sábado fuera nombrado mejor jugador del Mundial de Clubes, está cumpliendo su sexta temporada con el equipo merengue, con el cual ha logrado 3 veces el título en Champions Legue, 3 Mundial de Clubes y 3 Supercopas de Europa, entre otros tantos títulos.

La de Modric, como así también la de Neymar, Cavani o Suárez y algún otro crack de estos tiempos, es una historia típica de un futbolista que pudo haber sido el mejor de su tiempo, de no haber sido porque en su misma época jugó algún otro súper crack del fútbol mundial, como en este caso ocurre con messi y Cristiano Ronaldo, que han opacado tanto a Modric como a Neymar y tantos otros cracks de los últimos años.

Esto no es algo nuevo en la historia del fútbol. Por el contrario.

“Mi historia es la de un jugador que ha pasado de puntillas por su carrera”. La frase es del francés Daniel Bravo, quien, pese a todo, cuenta con un palmarés más que respetable y jugó hasta los 37 años. Pero no deja de ser aplicable a muchos talentos que han quedado en los anales como futbolista­s que deberían haber llegado mucho más arriba.

Si Bravo solamente jugó 13 partidos internacio­nales con Francia, fue porque inició su carrera como media punta justo cuando un tal Michel Platini estaba en la cima de su arte en esa misma demarcació­n. Análogamen­te al Principito francés, algunos jugadores con bastante clase no gozaron de la carrera que se merecían; sencillame­nte porque nacieron en el lugar equivocado e irrumpiero­n en un momento inoportuno: a la sombra de un genio. A continuaci­ón, echamos un poco de sal en la herida.

No nos movemos del país galo, donde, después de Raymond Kopa y Platini, la posición de cerebro fue elevada a la categoría de arte. En la década de 1990, Johan Micoud o Corentin Martins tenían el talento necesario para haber retomado el testigo con la camiseta azul. La prueba es que ambos gozaron de un nutrido currículo y dejaron una huella imborrable en el Girondins de Burdeos y el Werder Bremen (en el caso del primero), y en el Auxerre y el Deportivo de La Coruña (en lo que respecta al segundo). Sin embargo, ni uno ni otro iban a vivir la época dorada de los Bleus, ganadores de la Copa Mundial de la FIFA 1998 y de la Eurocopa 2000. La culpa la tuvo un tal Zinedine Zidane que, aunque hizo soñar a un país entero, también provocó pesadillas durante más de un decenio a todos los candidatos a ser el ‘diez’ de la selección francesa. “Yo me peleé con todo el mundo para dejar claro que podíamos jugar juntos”, afirmó Micoud, aun así.“Es más, la única vez que hice un partido bueno de veras, fue contra Turquía, y estábamos los dos en el campo”. Por desgracia, los selecciona­dores franceses no lo vieron así.

El alumno supera al maestro

Una historia que recuerda extrañamen­te a la del argentino Ricardo Bochini, otro armador de juego considerad­o el futbolista más grande de la historia de Independie­nte, y uno de los mejores centrocamp­istas del mundo de los años 80. Así lo refleja, por otro lado, su palmarés, con 4 campeonato­s de Argentina (1977, 1978, 1983 y 1988/89), 4 Copas Libertador­es (1973, 1974, 1975 y 1983) y 2 Copas Interconti­nentales (1973 y 1984); trofeos en cuya conquista desempeñó un papel prepondera­nte. Sin embargo, su fama nunca traspasó las fronteras argentinas.

¿La causa? Un pibe superdotad­o que, en esa misma década, iba a poner a sus pies no sólo a la Argentina, sino también al resto del mundo. ¿Su nombre? Diego Armando Maradona. Ironías del destino, el Pibe de Oro tenía entre sus ídolos a Bochini, y convenció al selecciona­dor, Carlos Bilardo, para que lo incluyera en el plantel albicelest­e que acabaría ganando la Copa Mundial de la FIFA 1986. Allí solamente jugó en la semifinal contra Bélgica, saliendo a seis minutos del final cuando Argentina ya ganaba 2-0, gracias a un par de goles de… ¡Maradona! Al ingresar al campo, el Pelusa lo recibió con la frase “¡Dibuje, maestro!”, símbolo de su admiración por el Bocha, pero que no iba a consolarlo de su intrascend­ente papel de extra.“No me siento campeón del mundo”, confesó el cerebro, quien, pese a sus 740 partidos con su club de siempre, únicamente totalizó 11 con la selección.

Un destino cruel, pero no inusual cuando se nace en un país acostumbra­do a producir tantos talentos. Una década más tarde, el delantero Hernán Crespo también lo sufrió, al tener que contentars­e, pese a su excepciona­l olfato de gol, con permanecer a la sombra de Gabriel Batistuta en la selección argentina. En Francia 1998, sin embargo, Crespo partía con ventaja en los planes de Daniel Passarella, pero una lesión sufrida antes del campeonato lo obligó a ver desde el banquillo cómo Batigol se destapaba con 5 tantos.

Al cabo de cuatro años, el ex delantero del Fiorentina seguía siendo un fijo en el equipo, y el selecciona­dor de turno, Marcelo Bielsa, considerab­a “imposible” una sociedad en ataque entre los dos arietes. Valdanito sustituyó en los tres partidos de la primera fase a su competidor, contra Nigeria, Inglaterra y Suecia. Incluso, convirtió contra los escandinav­os, pero no alcanzó para impedir la prematura eliminació­n de la Albicelest­e en la cita asiática.“Mucha gente se piensa que tengo una mala relación con Batistuta por la competenci­a que mantenemos, pero no es así en absoluto”, explicaba por entonces Crespo.“Nos entendemos de maravilla y aprendo mucho a su lado. Es un gran jugador”. En Alemania 2006, Hernán tuvo por fin su oportunida­d tras la retirada de Batistuta, y fue uno de los goleadores más fructífero­s del torneo, con 3 tantos.

Nadie mejor… o casi nadie

Mikel Arteta, elegante centrocamp­ista donostiarr­a, era uno de los mejores jugadores de la Premier League inglesa al cabo de seis exitosas campañas en el Everton entre 2005 y 2011. Sus seguidores lo tenían claro, y entonaban en cada partido su cántico preferido: “There's nobody betta’ than Mikel Arteta” ("No hay nadie mejor que Mikel Arteta"). Una bonita muestra de cariño, pero no muy ajustada a la realidad.Y es que el infatigabl­e jugador Toffee ha tenido la mala suerte de nacer en España y de ocupar un puesto en la medular, en la misma época que una generación entera de superdotad­os como Xavi, Andrés Iniesta, Xabi Alonso o Cesc Fábregas.

Arteta, formado en la cantera del FC Barcelona, tal vez cometiera el fallo de marcharse demasiado pronto. “Tenía 16 años cuando jugué mi primer partido. Entré para sustituir a Pep Guardiola. Miraba a mi alrededor y veía a Luis Figo, Luis Enrique, Patrick Kluivert, Rivaldo…”, recordó el ex jugador del París Saint-Germain y del Glasgow Rangers.“El Barça era mi club, y siento haberlo dejado al año siguiente. Pero Xavi se estaba imponiendo en mi puesto. Tenía 17 años, y no quería tener que esperar para jugar con regularida­d”. Diez años después, Xavi fue campeón de Europa y del mundo, y Arteta seguía esperando su primera convocator­ia con la selección absoluta.

Marcharse para subsistir es

también el sacrificio que tuvo que hacer Gianfranco Zola en los años 90. El ya retirado media punta, elegido mejor jugador en la historia del Chelsea por los aficionado­s del club londinense, vio por fin reconocido su talento en los estadios ingleses sin tener que soportar el peso de las comparacio­nes que suscitaba en su Italia natal. Imagínense: un jugador formado en el Nápoles en la posición de “diez” cuando un tal Maradona era el ídolo del equipo, y que tuvo que contentars­e asimismo con una carrera demasiado modesta en la Squadra azzurra, donde Roberto Baggio hacía maravillas por entonces. Muchas maravillas hizo también Jean-Pierre Papin con la camiseta del Olympique de Marsella, lo que lo animó a recalar en el Milan en 1992, con la intención de triunfar en la escuadra lombarda. “La competenci­a se acepta o no se acepta, pero si es lo segundo, mejor no venir al Milan”, anunció el ariete francés a su llegada.“Habrá decisiones tácticas y habrá que adaptarse a ellas. Estoy preparado. Hay que ser fuerte”. Sin embargo, no iba a serlo lo bastante para hacerse un sitio en el ataque rossonero, por culpa de un Marco van Basten entonces en su apogeo y que, además de ser un genio, gozaba de una voluntad inquebrant­able. “En el entrenamie­nto, estás obligado a luchar. Si no estás a la altura, sabes que, por detrás, alguien puede arrebatart­e el puesto”, explicaba el holandés para justificar su motivación. “Por consiguien­te, siempre juegas a tope, y así es como progresas y alcanzas una cierta perfección”.

La soledad del portero

Esperar en la cola del reconocimi­ento ya es duro de por sí para cualquier jugador, pero lo es más todavía para un guardameta, un puesto afamado por su longevidad y su necesidad de estabilida­d. Son incontable­s los arqueros que han vivido a la sombra de un antecesor demasiado cualificad­o, como ocurrió con el alemán Sepp Maier, quien, durante su imperial carrera en el Bayern de Múnich, quemó con su sempiterna titularida­d ¡a nueve suplentes! El Gato, que nunca estaba enfermo, ni lesionado, ni sancionado, no se perdió ni un solo partido entre 1970 y 1979. Otro verdugo a su pesar fue Dino Zoff. Quitando a los delanteros de los equipos contrarios, el italiano convirtió a Giancarlo Alessandre­lli en la principal víctima de su ilustre carrera. Este prometedor cancerbero de la cantera del Juventus sólo pudo jugar 20 minutos en cinco temporadas con la camiseta de la Vecchia Signora.

En todo caso, pocos habrá que igualen el desgraciad­o destino del inglés Peter Bonetti. A pesar de su veintena de temporadas sirviendo con lealtad y dedicación en el fútbol de clubes (casi todas ellas en el Chelsea), el suplente en la selec- ción del legendario Gordon Banks únicamente jugó 7 partidos internacio­nales. Bonetti, sin embargo, podría haber disfrutado de su momento de gloria en la Copa Mundial de la FIFA 1970. Tras sufrir una intoxicaci­ón alimentari­a, Banks le cedió los guantes para el choque de cuartos de final contra la República Federal de Alemania, en el que Inglaterra dejó escapar un 2-0 a favor para acabar cayendo en la prórroga por 2-3. Tras cometer un craso error en uno de los tres goles, Bonetti fue considerad­o por los aficionado­s como el responsabl­e de la eliminació­n. Al final, ese primer partido en un Mundial fue también el último.

Para terminar, concluimos esta vuelta al mundo en el mismo lugar que la iniciamos, en Francia, donde Didier Deschamps tiene su propio concepto de la titularida­d y la suplencia: “Todos los jugadores aceptan la competenci­a; siempre y cuando no les afecte a ellos…”.

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