La Republica (Uruguay)

Qué familia mi familia

- Andrés Irazoqui (Humorista)

Ando con un ataque al hígado de novela, estas despedidas de año me tienen mal. Me fui a hacer curar del empacho con la Claudia, una yegua, perdonen el exabrupto, la desgraciad­a tiene un cartel que dice “A voluntad”, y me salió cobrando cincuenta pesos. Que se los pagué, claro, para que después no anden diciendo que una es bichicome, porque si la estirada de lengua fuera deporte olímpico, en mi barrio ya habrían ganado varias medallas de oro. ¡Sólo yo pago cincuenta pesos para ver a la gorda esa eructando! Me le supe todo el menú, pollo con ajo, alguna cebollita, medio vasito de vino para acompañar, y en uno de los últimos eructos me quedó la duda del postre, si era banana con dulce de leche o ensalada de frutas. Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. Las cosas en casa no están del todo bien, encima ahora se vienen las fiestas, un desastre. Aunque a nuestra manera somos felices, gracias a Dios. El Ramón, mi pareja, está preso. Lo metieron en cana por robar preservati­vos en el supermerca­do en el que trabajaba. Yo qué sé, no hay mal que por bien no venga, él hace tiempo andaba caliente con el patrón porque le debía como dos años de licencia, y bueno, ahora va a tener unas merecidas vacaciones. Ahora ando traspapela­da porque de la cárcel me mandaron un comunicado que dice que las visitas higiénicas son los jueves.Visitas higiénicas, decime vos. A mí la verdad que eso me complica, con todos los problemas que tengo lo último que me falta es tener que ir a limpiarle la celda al Ramón. Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. A mamá por suerte le está por salir la pensión por incapacida­d. Está inválida. En realidad inválida, lo que se dice inválida, no está, pero estamos tratando de hacerla pasar por paralítica para conseguir la pensión. En la Cruz Roja nos donaron una silla de ruedas y la metimos a prepo. Ya le dije, pobre de ella que se levante cuando venga la asistente social. Ah sí, la amenacé, porque la vieja es media de retobarse. En fin, es una entradita más con esa pensión, me da lástima, pobre vieja, todo el día postrada en la silla y con hemorroide­s. Se mueve de aquí para allá y no encuentra acomodo. Aunque tampoco la tomen por lela a la vieja. Es más rápida que cualquiera de ustedes. Los otros días la saqué a pasear en la silla de ruedas y justo pasamos por un geriátrico que queda acá cerca y quedó flechada con un viejo que estaba sentado al lado de la puerta. El viejo la vio y se hizo el galán, se puso enseguida los dientes postizos que tenía guardados en el bolsillo y le hizo una sonrisa de oreja a oreja a mamá. Y allá anda media enamorada la vieja. Ojalá que no pase de ahí la cosa, sino cartón lleno, no sé ni cómo carajo hago para cuidar una vieja y me voy a ensartar cuidando dos viejos chotos, ¡por favor! Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. Ayer llevé a mamá a un velorio. No hay cosa que apasione más a los viejos que los velorios. Chusmean, van contando cuántos de la barra han ido marchando para el mundo de los quietos; los que están embromados y tienen más chances de ser el próximo protagonis­ta de un velorio. Mamá estaba embaladísi­ma hablando con otro viejo, meta charla, cuando se me da por mirar las necrológic­as en el diario y me doy cuenta de que nos habíamos equivocado de velorio. Pobre mamá, estaba tan contenta que la dejé quietita nomás.Total, llora por cualquier pavada, qué le va a hacer llorar por un finado desconocid­o. Además el médico le dijo que se tenía que desahogar, que llorar hace bien. Después de un rato le expliqué y fuimos a la otra funeraria, y lloró otro rato más. Lo bueno fue que mamá, de tanto llorar, por un día y pico estuvo callada y no jodió a nadie. Al menos eso alivió un poco la tensión en casa. Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. El que se pasó de vivo fue el Carlitos, mi hijo. Lo agarraron los milicos fumando un porro y lo llevaron detenido. Resulta que el mocoso dijo que la abuela le había comprado el porro. Al segundo teníamos un patrullero en casa. Se imaginarán cómo se alborotó el barrio. Más cuando el milico la manoteó de un brazo a mamá y la quería meter en el patrullero a la fuerza. No saben lo que fue, pobre vieja, no entraba en el auto, se entró a desesperar y gritaba como loca: -¡No me toque, yo puedo sola, yo puedo sola! Poco más que pasé por encima de los milicos y con las dos manos le tapé la boca. Mirá si se paraba y nos arruinaba lo de la pensión por incapacida­d. Le dije al milico que la pobre estaba con demencia senil, y quedó por esa. Pedí una camioneta para meter a mamá arriba, y me dijo que tenían todos los vehículos ocupados. Al final optamos por atar con una piola la silla de ruedas al paragolpe trasero del patrullero. Mamá andaba chocha, hace montones que no la sacábamos a pasear. La macana era en las esquinas, cuando frenaban de golpe se estampaba de jeta contra la parte de atrás del auto. En la comisaría quedó todo aclarado. Insistían con que la vieja tenía una boca de venta de droga en casa. Pero resulta que era el cumpleaños de Carlitos, y mamá lo único que hizo fue darle doscientos pesos y decirle: -Tome m’hijito, vaya y cómprese lo que quiera. Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. La que quedó embarazada es la Sandra, mi otra hija. No paro de preguntarm­e cómo pudo ser. Ella sí sabe cómo pudo ser, lo que no sabe es de quién puede ser. Ni ella está segura quién es el padre.Y cuando esté segura, también es seguro que el susodicho va a desaparece­r. Es el colmo, al padre lo meten en cana por afanarse preservati­vos y ésta queda embarazada.Te digo que una no gana para disgustos, la vieja postrada, el Ramón preso, la Sandra embarazada, y yo sin nada fijo. Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. Me chusmearon que Myriam, la ex del Ramón, se hizo monja. Esa no se hizo monja por convicción, sino porque no la levantaba ni el ómnibus que va al puerto. Le arde la cara de fea, sólo el Ramón le pudo ver algo lindo a esa. Ramón es medio abombado, pero bueno, tiene lo suyo, yo que sé, al menos está bien dotado de valores. Ahora que digo “bien dotado” me pongo a pensar que nos vamos a ver tan poco y me entra un poco de nostalgia. No sé, a pesar de todas las macanas que se ha mandado yo lo extraño al Ramón, y más ahora que se viene Navidad y año nuevo. El abogado me dijo que por buena conducta capaz en unos meses estaba afuera. Pero le dije que dejara quieto nomás, tener a ese empalagoso borracho todos los días en casa es una tortura. Además, estando preso es una boca menos para alimentar en casa. Pero yo la verdad que no me puedo quejar. Soy una agradecida de la vida. Siempre digo eso: soy una agradecida de la vida. La semana pasada me robaron. Se llevaron las joyas de la vieja. Bueno, las joyas, todas porquerías de fantasía, pero vayan a hacerle entender eso a mamá. Los championes de Carlitos, está bien que eran robados, pero no hay derecho, ya ni entre chorros se respetan.Ya no se sabe dónde han quedado los códigos en esta sociedad. Se afanaron la garrafa de 3 kilos que tenía para cocinar, por ahora la chusma de Beatriz me presta la de ella, pero no me gusta andar debiendo favores. No me puedo quejar, no me puedo quejar, no me puedo quejar… ¡¿Y usted que mira, vieja de mierda?! Estamos en la ruina y la basura de su otro hijo no es capaz de darle dos pesos. La pobre Sofía se lo tiene que garchar al gordo inmundicia de la farmacia de la otra cuadra para conseguirl­e a usted esos malditos pañales que salen un ojo de la cara. ¡Porque se pasa meando y cagando todo el día! ¡En esta casa la única que se preocupa por todo soy yo! ¡Nadie ayuda un carajo, lo único que saben hacer es cagarme la vida! Bueno, bueno, no llore mamá, perdone, no llore. Venga, ando un poco nerviosa y digo pavadas. Perdone, no llore, está todo bien, vamos a pasar una linda Navidad en familia. Nosotras la verdad que no nos podemos quejar, somos unas agradecida­s de la vida. ¿Se acuerda, mamá? Usted siempre decía eso cuando yo era chica.

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