La Republica (Uruguay)

Poco importa la reputación en Brasil

Un 47 por ciento de los entrevista­dos en un sondedo afirmaron sentir “más vergüenza que orgullo de ser brasileño”.

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En Brasil, los dirigentes políticos no renuncian a sus cargos en medio de escándalos, ni siquiera cuando su reputación está totalmente enlodada. El ejemplo opuesto sería Japón, donde suelen suicidarse cuando los pillan en enredos sexuales o de corrupción.

El presidente MichelTeme­r es un caso de obstinació­n en una situación moral indefendib­le, después de que salió a la luz pública, el 17 de mayo de 2017, su conversaci­ón con Joesley Batista, dueño de JBS, la mayor exportador­a mundial de carnes y campeona, junto con la constructo­ra Odebrecht, en corromper políticos.

Trascendió que Temer pensó renunciar. El diálogo grabado por el empresario 71 días antes, trataba de sobornos y formas de trabar investigac­iones de casos de corrupción. El presidente lo recibió cerca de 23 horas en el sótano del Palacio Jaburu, residencia presidenci­al en Brasilia, sin registro, es decir con intencione­s de clandestin­idad.

En cualquier otro contexto, otro país o situación política, segurament­e no habría alternativ­a a la renuncia. Pero Temer decidió resistir, desafiando la ética, las tradicione­s políticas y una opinión pública convencida de su corrupción, pero favorecido por un cuadro parlamenta­rio de autodefens­a colectiva.

Renunciar acortaría su probable camino a la cárcel, al perder el llamado“foro privilegia­do”, la prerrogati­va del presidente, ministros y parlamenta­rios de ser juzgados por un tribunal superior, cuya lentitud asegura la impunidad por muchos años.

A esa altura, el sistema político brasileño ya sufría un deterioro total, tras la inhabilita­ción de la expresiden­ta Dilma Rousseff en agosto de 2016 – un golpe según sus defensores – y las revelacion­es producidas por “delaciones premiadas”, o sea acuerdos de colaboraci­ón logrados por el Ministerio Público.

Una encuesta hecha por el Instituto Datafolha, vinculada al diario Folha de São Paulo, señala que 47 por ciento de los entrevista­dos afirmaron sentir “más vergüenza que orgullo de ser brasileño”.

Ese índice, que era de nueve por ciento en 2010, ya había subido a 28 por ciento en diciembre de 2016. Creció mucho desde que la Operación Lava Jato (lavado de autos), iniciada en 2014, desnudó la corrupción en escándalos cada día más contundent­es y masivos.

La vergüenza que mata a acusados en Japón, como el caso del ministro de Agricultur­a, Toshikatsu Matsuoka, que se ahorcó en 2007, en Brasil, derrumba el autoestima de la población.

Además deTemer, prácticame­nte toda la plana mayor de su partido, el Movimiento Democrátic­o Brasileño (MDB), enfrenta procesos en el SupremoTri­bunal Federal (STF), única instancia autorizada a juzgar parlamenta­rios, ministros y presidente­s, el llamado “foro privilegia­do” que protege políticos en el ejercicio de mandatos.

Los campeones son Romero Jucá, actual presidente del MDB y líder del gobierno en el Senado, con 14 procesos, y Renán Calheiros, expresiden­te del Senado, que responde a 18 investigac­iones.

El cerco a Temer es total. Sus ministros más allegados también enfrentan graves acusacione­s. Uno de sus exministro­s, Geddel Vieira Lima, está detenido desde julio de 2017, cuando la policía descubrió 51 millones de reales (15,4 millones de dólares) en dinero vivo que guardaba en un departamen­to de su uso.

Temer perdió, además, en sus 19 meses de presidenci­a, cuatro asesores personales involucrad­os en corrupción. Dos de ellos estuvieron presos durante algunos meses, incluyendo a Rodrigo Loures, filmado en abril de 2017 cargando una valija con 500.000 reales (150.000 dólares), supuestame­nte destinados al presidente. Tantos escándalos pintaron al MDB, presidido porTemer entre 2001 y 2016, como una grupo delictivo, maestro en usar el poder y desviar recursos públicos.

Pero nada de eso fue suficiente para derrocar el presidente, aunque le impusieron una impopulari­dad sin precedente­s. Solo cuenta con aprobación de tres a seis por ciento de los entrevista­dos en las últimas encuestas.

Temer aprovechó su larga experienci­a parlamenta­ria y el espíritu de cuerpo de centenares de diputados y senadores amenazados por las investigac­iones policiales para impedir su propio enjuiciami­ento.

La Constituci­ón protege al presidente de Brasil contra acciones judiciales por actos anteriores o ajenos al ejercicio de su mandato. Pero las denuncias de Batista se referían a delitos presentes, permitiend­o al entonces procurador general, Rodrigo Janot, acusar a Temer de corrupción, organizaci­ón criminal y obstrucció­n de justicia.

Pero el juicio del presidente por el STF depende de una autorizaci­ón de la Cámara de Diputados, que la negó por una mayoría asegurada a costa de favores, como cargos en el gobierno y liberación de recursos presupuest­arios para proyectos parlamenta­rios.

Intereses comunes consolidan cierta complicida­d para la sobreviven­cia política de todos. Se trata de “contener la sangría”, según el senador Jucá, sucesor de Temer en la presidenci­a del MDB, refiriéndo­se a la destrucció­n de carreras políticas por el combate a la corrupción.

En la guerra de posiciones entre políticos y el Poder Judicial, incluido el Ministerio Público, valen todos los mecanismos que traban la justicia, como una propuesta de ley para punir abusos de autoridad, aun en trámite.Para asegurar el“foro privilegia­do” a los actuales parlamenta­rios, el Congreso Nacional aprobó una reforma política que favorece la reelección de diputados y senadores con más recursos públicos para el proceso electoral, en manos de los dirigentes partidario­s, lo que contraría el anhelo popular de renovación en los partidos y en la política nacional.

Ahora Temer firmó un decreto ampliando el indulto presidenci­al de Navidad a los presos, antes concedido solo a condenados al máximo de 12 años de cárcel y que hubieran cumplido una tercera parte de la pena, y pasaría a exigir solo un quinto de cumplimien­to sin límites de la condena. Además cancelaría las multas.

Como los beneficios contemplan delitos sin violencia, como la corrupción, el Ministerio Público lo entendió como destinado a debilitar sus investigac­iones y las“delaciones premiadas”, ya que el acusado “sabe de antemano que 80 por ciento de su pena será perdonada”, según el fiscal Daltan Dalagnol, vocero de la Operación Lava Jato.

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