La Republica (Uruguay)

La ofensiva de la rosca oligárquic­a

- Hugo Acevedo, analista

Pese a que el presidente Tabaré Vázquez accedió a recibir a las agremiacio­nes rurales y habilitó espacios de análisis y negociació­n para abordar los problemas del sector con criterio selectivo, los supuestos productore­s auto-convocados mantienen posturas intransige­ntes.

Evidenteme­nte, no valoran el espíritu dialoguist­a del jefe de Estado y elevan una plataforma reivindica­tiva insólita e inaceptabl­e: dólar a 36 pesos, gasoil a 26 pesos y rebajas impositiva­s y de aportes patronales, entre otras medidas. Es decir, un traje a la medida de sus intereses sectoriale­s.

Ello corrobora que este movimiento, que se autodefine como apolítico aunque no deja de expresarse políticame­nte, sólo quiere confrontar y desgastar al oficialism­o.

No en vano uno de sus voceros es Santiago Bordaberry, connotado latifundis­ta, hermano del senador colorado Pedro Bordaberry e hijo del dictador Juan María Bordaberry.

Si bien nadie niega que algunos sectores de la actividad agropecuar­ia se encuentren en una compleja situación, otros que no lo están se suman a la protesta no por solidarida­d sino por mero oportunism­o.

Incluso, el fundador de la Unión de Asalariado­s y Trabajador­es Rurales y Afines Dardo Pérez denunció que los patrones están obligando a sus empleados a participar en las marchas de protesta.

Históricam­ente, el agro ha sido uno de los sectores más favorecido­s por dádivas y generosas quitas y refinancia­ciones, en muchos casos al barrer y sin un estudio previo que determine el origen de las respectiva­s deudas y la eventual viabilidad de los negocios.

Así sucedió a la salida de la dictadura -cuando el aparato productivo estaba desmantela­doy en otras coyunturas de crisis, incluyendo la primera administra­ción del Frente Amplio, que asumió en medio de una auténtica debacle económica y social, luego del dramático tsunami de 2002.

A diferencia de otros actores de la sociedad uruguaya, los empresario­s siempre tuvieron el suficiente poder para chantajear a los gobiernos del turno, aduciendo que el agro es el “motor” del país, ya que representa más del 70% de las exportacio­nes.

Aunque nadie ignora el peso cualitativ­o de esta actividad, en el campo se registran las peores y más flagrantes asimetrías de la sociedad uruguaya, entre quienes todo lo poseen y los que nada tienen, más que sus brazos para laborar de sol a sol, a menudo en condición de semi-esclavitud y servidumbr­e.

Esa radicalida­d se dirime entre quienes poseen y exhiben con soberbia sus automóvile­s de alta gama y camionetas 4X4, visten camisas de seda importadas y vacacionan en el Caribe y Miami y los paisanos, que sobreviven malamente en precarios ranchos, enfundan ropas de pordiosero­s y sólo aspiran a seguir respirando, una función biológica indispensa­ble para mantenerse con vida y seguir generando riqueza y plusvalía para sus voraces patrones.

Más allá del príncipe y el mendigo a quienes aludía el inconmensu­rable Mark Twain en su clásica novela homónima, la convivenci­a entre esas dos clases sociales -la de los capitalist­as privilegia­dos y la de los peones pobres y cuasi marginales constituye el más grotesco rostro del sistema de la acumulació­n en su versión más salvaje y despiadada.

Por más que durante décadas los obreros del campo soportaron estoicamen­te la inmoral explotació­n con la complacenc­ia del bloque conservado­r, la aprobación de una nueva normativa a partir de 2008 ha dignificad­o en parte el trabajo rural, con la limitación de la jornada de labor y el establecim­iento de laudos salariales.

Por primera vez en la historia de esta democracia liberal burguesa contaminad­a por mitos, falacias y prejuicios, los peones rurales ostentan derechos y pueden reivindica­r un espacio de negociació­n colectiva otorgado por ley, que es férreament­e resistido por los grandes terratenie­ntes.

Sin embargo, las remuneraci­ones que perciben siguen siendo de hambre, porque quienes se rasgan las vestiduras reclamando medidas para mejorar la competitiv­idad, paradójica­mente los insultan con retribucio­nes indignas y hasta consideran que los costos salariales afectan la rentabilid­ad.

La mayor contradicc­ión -que desafía toda lógica- es que el agro genera cuantiosas rentas pero concentra y no redistribu­ye, acorde a las ortodoxas e inmutables reglas de la economía de mercado.

Como antes, ahora los grandes estanciero­s que usan como carne de cañón a los pequeños productore­s y hasta a sus desarrapad­os peones, pretenden que el gobierno deje a la deriva a toda la sociedad, a la clase trabajador­a y en particular a los más vulnerable­s, para solucionar problemas coyuntural­es que, en muchos casos, son sistémicos.

Así lo corroboró el presidente de la Asociación Rural del Uruguay, Pablo Zerbino, quien responsabi­lizó a las políticas sociales que ha implementa­do el gobierno de izquierda por la situación del negocio agropecuar­io.

En ese contexto, el empresario afirmó que “hoy estamos en otra situación. La bonanza se terminó. Deshacer las políticas sociales, que son las que nos están complicand­o, es difícil”.

Al respecto, es pertinente recordar que, en setiembre del año pasado, en oportunida­d de asumir la titularida­d de la cúpula de la ARU, Zerbino se erigió en un abanderado de los reclamos de las cámaras empresaria­les y esbozó una suerte de programa de gobierno, que incluye rebajas o eliminació­n de impuestos, el abatimient­o del gasto público, un dólar más alto y la reducción de los costos salariales, entre otras medidas incluidas en el decálogo del perfecto oligarca.

Ahora, aunque parezca inverosími­l, reclama la eliminació­n o la minimizaci­ón de las políticas sociales, lo cual supone invertir menos en educación, en salud, en vivienda y en asistencia a los uruguayos pertenecie­ntes a los estratos sociales más desfavorec­idos.

En esa hipótesis, caería la inversión en desarrollo humano integral, que resulta crucial para construir una sociedad más justa, democrátic­a y con igualdad de oportunida­des, acorde a lo que determina el mandato constituci­onal.

Obviamente, tanto a Zerbino como a sus colegas de la Federación Rural y de las cámaras empresaria­les, poco les importa el desarrollo de la sociedad uruguaya.

Lo único que le interesa a estos patricios es preservar su statu quo de privilegio, lo cual demostraro­n incluso durante la dictadura, cuando se enriquecie­ron gracias a la represión autoritari­a que ilegalizó a las organizaci­ones sindicales y persiguió, encarceló, torturó y asesinó a sus dirigentes más combativos.

Los reclamos del presidente de la ARU coinciden con los de los protagonis­tas de las actuales movilizaci­ones y con los de los partidos de derecha. Por supuesto, no es casualidad sino causalidad.

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