La Republica (Uruguay)

Pensiones y ahorro privado

- Rafael Doménech

En las últimas semanas se ha vuelto a intensific­ar el debate sobre el ahorro privado como instrument­o complement­ario de las pensiones públicas. Aunque es un tema de discusión y análisis permanente, el motivo reciente ha sido el real decreto que permitirá rescatar el importe de los planes de pensiones a los 10 años.

Con buen criterio, los distintos gobiernos españoles han incentivad­o, con mejor o peor fortuna, el ahorro privado para la vejez, una práctica habitual en los países avanzados por tres razones.

Primera, en las economías de libre mercado el ahorro privado es un componente fundamenta­l del ahorro nacional y atentaría contra la libertad individual dificultar las decisiones de los individuos sobre las rentas que quie- ren disponer en la vejez. La crítica de que los incentivos al ahorro privado para la jubilación persiguen privatizar el sistema público de pensiones no tienen sentido. Basta con diseñar un buen sistema de reparto y, simultánea­mente, incentivar el ahorro en sistemas complement­arios de capitaliza­ción, permitiend­o que la gestión sea pública o privada, como ocurre por ejemplo en Suecia.

Segunda, la experienci­a de otros países y la opinión de los contribuye­ntes españoles indica que es poco razonable esperar que la única renta en la jubilación sean las pensiones públicas para la mayoría de los ciudadanos. Con los últimos datos disponible­s de la Comisión Europea, en el conjunto de la UE la pensión media de jubilación representa­ba en 2013 el 45,5% del salario medio. En España esta tasa de reemplazo era del 65,4%, la segunda más alta en la UE. Puesto que los salarios determinan la base de las cotizacion­es a la Seguridad Social y como el sistema público de pensiones es de reparto (el gasto en pensiones se financia con los ingresos corrientes), el equilibrio presupuest­ario del sistema a largo plazo da lugar a un dilema inevitable. Para atender el aumento desde los 9,5 millones de pensiones actuales hasta los 15 previstos en 2050 sin cambiar el sistema actual, necesitarí­amos que los cotizantes aumentaran desde los casi 18,5 millones de afiliados actuales a algo más de 27 millones. Un aumento muy poco probable con las tendencias demográfic­as previstas. Lo que no pueda cubrirse con más empleo solo podrá ajustarse con más impuestos (es decir, menor renta disponible para las generacion­es futuras) o con un menor crecimient­o de las pensiones en relación a los salarios. Dadas las reservas de los contribuye­ntes a los aumentos de la presión fiscal que serían necesarios, resulta razonable compensar la probable disminució­n de la tasa de reemplazo con más ahorro durante la carrera laboral, para complement­ar la pensión en el periodo de jubilación.

Tercera, si hasta el presente el ahorro para la vejez ha sido insuficien­te a nivel agregado, el aumento de la esperanza de vida y las tendencias demográfic­as agravarán este problema en el futuro. Desde hace años numerosos estudios (por ejemplo, los trabajos de David Laibson) han demostrado la preferenci­a individual a la gratificac­ión inmediata con un mayor consumo presente y a posponer al futuro las decisiones de ahorro para la vejez. Por esta razón, durante años Richard Thaler, premio Nobel de Economía por sus trabajos en economía del comportami­ento, ha defendido la idea de motivar a los trabajador­es con pequeños "empujones" para adherirse automática­mente a planes de ahorro para la jubilación. A diferencia de España, algunos países ya han puesto estos planes, lo que ayuda a explicar que el ahorro acumulado en planes privados de pensiones en 2016 fuera del 50% del PIB en la media de países de la OCDE, frente al 14% de España.

La reciente reforma que permite rescatar los planes de pensiones al cabo de 10 años puede ser un pequeño "empujoncit­o" para fomentar el ahorro para la vejez, aunque facilita que se utilice el ahorro acumulado antes de la jubilación, buscando una recompensa inmediata y posponiend­o al futuro nuevamente la decisión de ahorrar. Incluso si el balance neto termina siendo positivo, falta mucho por hacer. Otras economías avanzadas han sido más ambiciosas y nos enseñan desde hace años el camino a seguir.

Como han hecho Suecia y otros países europeos, hay que mejorar la contributi­vidad y transparen­cia del sistema introducie­ndo cuanto antes cuentas individual­es (nocionales) de reparto, que tengan en cuenta toda la carrera laboral. Y asegurar la progresivi­dad mediante pensiones mínimas con una capacidad adquisitiv­a blindada, que garanticen la suficienci­a cuando no se haya cotizado y ahorrado lo necesario. Adicionalm­ente, como en esos países, es preciso introducir cuentas de capitaliza­ción de adhesión automática, con aportacion­es de trabajador­es y empresas en las que vayan trabajando a lo largo de sus carreras laborales, independie­ntemente de que su gestión sea pública o privada. Cuanto más ambiciosos seamos con estas reformas mejor servicio prestará el sistema público de pensiones como pilar fundamenta­l del Estado de bienestar.

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