Europa, en su encrucijada
La crisis del multilateralismo, que se hace cada vez más evidente en la recta final de esta segunda década del siglo XXI, nos empuja a observar cada vez con mayor detenimiento las instancias informales de concertación entre los poderes fácticos de este mundo. Con el estancamiento de las Naciones Unidas y de la Organización Mundial del Comercio, los temas de la seguridad y de la economía trasnacional han pasado progresivamente a otros ámbitos feudales en donde el ordenamiento jurídico parece meramente decorativo.
En este interregno, la carrera está lanzada para saber quiénes serán los actores que van a concebir las bases del nuevo pacto mundial, que ya es un hecho consumado tendrá una carga genética determinante del Oriente, por su poder demográfico, económico y tecnológico. Es difícil imaginar que esta realidad actual de descontrol financiero y anomia internacional pueda sostenerse mucho tiempo más. El tiempo de los especuladores seguramente dará paso a un New Deal mundial, en el que China ha tomado la delantera con su iniciativa de la Franja y la Ruta.
Europa ostentó desde la apertura de la globalización moderna con los grandes navegantes del siglo XVI y la proyección imperial oceánica un rol protagónico basado en la innovación, el poder marítimo y la expansión de los límites de su cultura en un sentido universal. A esta conclusión llegaba un interesante documental de la tele- visión estatal china en 2006 llamado Da Guo Jue Qi (“La emergencia de los grandes poderes”). Claro, tras la Segunda Guerra Mundial, se cierra definitivamente el ciclo que lideraron sucesivamente España, Portugal, Inglaterra, Francia y Alemania.
Así el continente europeo fue escenario durante la segunda mitad del siglo XX de la disputa entre las geoestrategias dominantes de la Guerra Fría, la norteamericana y la soviética. Aparecían sin embargo dos caminos del medio, el de los movimientos No Alineados y el de la Comunidad Económica Europea, que irán atravesando suertes distintas. El horror de las dos grandes guerras del siglo XX y la aspiración por reconstruir el poder continental e industrial europeo han operado como el impulso y freno de las iniciativas tendientes a una mayor integración y autonomía regional. Entrado el siglo XXI, como bien señalaba semanas atrás el catedrático Timothy Garton Ash “la llamada estrategia de Lisboa, presentada en el 2000, se proponía convertir Europa en “la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo”antes de 2010 y los ciudadanos europeos ven el inmenso abismo que separa la retórica de la realidad y es comprensible que estén insatisfechos”. Cabría preguntarse si el desencanto por el relativo fracaso europeo se explica mayormente por una falta de convicción colectiva en el proyecto o por la ausencia de un liderazgo insumiso que anteponga el interés comunitario ante las presiones extracontinentales.
Desde el año 2016, especialmente tras el referéndum del Brexit en Reino Unidos -junio- y la elección de Donald Trump en EEUU -noviembre-, hay en la Unión Europea un nuevo impulso autonomista. Uno integrador, que cree en las instituciones europeas, y otro disgregador, que pretende volver a los países sobre sí mismos. Las autoridades europeas, acorraladas por las múltiples consecuencias de la crisis migratoria, de los coletazos de la economía, del empantanamiento en Ucrania y del auge de movimientos anti-europeos, empezaron a reconocer el fracaso de un modelo anclado en la subordinación a los intereses transatlánticos.
Parecen resonar todavía aquellas palabras deVictoria Nuland, la entonces secretaria de Estado adjunta y responsable de EEUU para Europa, que en una conversación filtrada a la prensa dijo textualmente en el año 2014 al embajador de Washington en Kiev, Geoffrey Pyatt: “Ya sabes ¡Que se joda la Unión Europea!” (“you know, fuck the UE!”).
El analista Alberto Hutschenreuter sostiene que en la reciente Conferencia sobre Seguridad de Munich que tuvo lugar entre el 16 y 18 de febrero “quedó evidenciado el estado anti-geopolítico de Europa, es decir, la toma de conciencia europea que la construcción institucional o posnacional no necesariamente equivale a abandonar la reflexión y ejecución geopolítica”.Y agrega,“como consecuencia de la“derrota”de Europa de 1945 (…) la geopolítica en Europa recayó en EEUU (…) continuó en el rol de“subordinado estratégico”aún concluida la Guerra Fría.Y por ello sobrevinieron situaciones en las que Europa quedó como blanco (del terrorismo) y enfrentada a un actor mayor (Rusia) en el propio continente”.
Además, como advierte el experto Alfredo Jalife-Rahme,“con antelación la CSM había publicado su pesimista reporte “¿Al borde o hacia atrás?”, que vaticina “una nueva era de incertidumbre en el horizonte” cuando la “seguridad internacional en el año 2017 estuvo marcada por señales de erosión continua del orden internacional liberal y una política exterior de EEUU cada vez más impredecible”.
En esta línea, el joven canciller de Austria, Sebastian Kurz, afirmó durante su discurso en Munich que Europa está jugando un papel cada vez más irrelevante en el mundo y que China está ocupando el vacío político dejado por EEUU en la política internacional. De sus palabras se desprendieron fuertes críticas a la Unión Europea, aunque sin caer en el escepticismo abogó por el contrario por un fortalecimiento interno del bloque“para tener el poder necesario en la escena internacional”.
Sin embargo, las palabras más significativas tal vez provinieron del Ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, quien alertando que “no podemos ser los únicos vegetarianos en un mundo de carnívoros” advirtió que “nadie debiera intentar dividir a la Unión Europea, ni Rusia, ni China ni tampoco EEUU”. El propio Gabriel había adelantado alguna de estas ideas en su discurso del pasado 5 de diciembre en el “Berlin Foreign Policy Forum” donde señalo además que “el dominio global de EEUU lentamente se está convirtiendo en una cuestión del pasado”.
Con certeza se puede decir que el pensamiento de Gabriel ya no es marginal en Europa. En un tono similar se pronunció el primer ministro francés, Edouard Philippe y hasta el presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, que dijo en un tono conciliador “nos queremos emancipar, pero no contra la OTAN o EEUU”.
Desde el año 2003, en que el presidente francés Jacques Chirac y el canciller alemán Gerhard Schroder se plantaron ante el gobierno de EEUU oponiéndose a sus planes de invasión de Irak, no se observaba una actitud tal de autoafirmación e insubordinación por parte de la dirigencia europea.
En los próximos años se pondrá a prueba la capacidad real de Francia y Alemania de conducir al bloque comunitario hacia una mayor “federalización” como ha reclamado el presidente francés Emmanuel Macron o incluso hasta la conformación de los “Estados Unidos de Europa”que ha propuesto el ex líder del Partido Socialdemocráta Alemán y ex presidente del Parlamento europeo, Martin Schulz. En cualquier caso, América Latina y especialmente el Mercosur tienen que tomar en cuenta este proceso a la hora de sentarse en la mesa de las negociaciones sobre un Tratado de Libre Comercio, porque se está negociando con otra Europa. ¿Cómo haremos para fortalecer este intercambio necesario entre ambas regiones atendiendo a los nuevos retos del mundo contemporáneo, que también vuelven sobre nosotros mismos?