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Montevideo está tapizado de inmigrantes. En el súper, cerca de casa ya conocí dos. Una cubana y un dominicano. Algo pasa en este Montevideo”, escribió en un Twitter un senador opositor.
Sus palabras no pasaron desapercibidas. A muchos uruguayos les molestó el tono con que el representante parlamentario se refirió a los recién llegados, y le recordaron que gran parte de los habitantes del país son hijos o nietos de inmigrantes.
Escribo esta columna porque también soy inmigrante, acogido hace siete años por esta hermosa tierra de la que hoy me siento profundamente parte. Nacido en Argentina, pero con muchos años en Centroamérica, llegamos con mi familia con la ilusión de construir nuestro espacio en Montevideo, al igual que tantos otros hoy llegan desde Venezuela, Cuba o República Dominicana.
Acostumbrados a la necesidad de adaptarnos, asimilamos pronto los nuevos códigos. A poco de llegar, mi hija escribió un cuento en su nueva escuela y lo tituló “Del Chicheme al Chivito”, uniendo en dos comidas típicas, la experiencia inolvidable que la vida le ofrecía a sus escasos 9 años.
Nunca nos sentimos extranjeros en Montevideo. Si alguna vez nos preguntan, a mi o a mi esposa, por nuestro origen (al escucharnos arrastrar las “rr” con tonada del norte argentino), es siempre con humor y con simpatía, para rematar la charla con algún cuento de Luis Landriscina hablando de las viejas rivalidades provincianas.
Descubrimos también las grandes similitudes, que nos hacen muy parecidos a todos los Latinoamericanos. Sobre todo esa fortaleza especial para tirar hacia adelante en las más difíciles, con gritos de guerra que a pesar de las diferencias, significan lo mismo en cualquier latitud. Lo que para los panameños es “Siempre Pa´lante”, o para los Ticos es “Pura Vida”; para los uruguayos es “Vamo arriba” y para los argentinos“Fuerza carajo”.
Pero al margen de estas semejanzas, Uruguay tiene hoy diferencias que lo hacen muy atractivo para muchos inmigrantes.
Es el país latinoamericano que crece con los mejores niveles de equidad, tiene la mayor riqueza per cápita de América Latina y el Caribe.Y es el Estado menos corrupto de la región, un dato nada menor en un momento crítico para muchos de los gobiernos vecinos.
Es obvio entonces que cada día sean más los que se sientan tentados de venir a vivir aquí. Y es también natural que haya uruguayos a los que eso les preocupe demasiado. Es una nueva etapa en el desarrollo social de la región y no todos tienen que ser generosos y de brazos abiertos. Pero es bueno analizarlo y debatirlo como sociedad, para que no sea la voluntad de las mentes más limitadas, conservadoras y cerradas, las que se termine imponiendo su criterio.
Recientemente hubo un peligroso llamado de atención. La ONG Amnistía Internacional, instó a adoptar políticas de cobijo a los migrantes y exigió presupuesto específico para estas políticas.
Algo nada menor, en tiempos en que se escuchan peligrosos arrebatos verbales de parte de grandes líderes mundiales que, por suerte, están muy lejos de los máximos valores de una sociedad libre, progresista y solidaria como la uruguaya.
Expresiones como las del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que comparó a los inmigrantes con “serpientes traicioneras”, con una infeliz frase propia de su retórica anti-inmigración, reflejan el peor de los caminos, el más desalmado y egoísta de todos.
Según los datos de la Dirección de Asuntos Consulares del Uruguay, el año 2017 cerró con alrededor de13.000 residencias otorgadas a inmigrantes de estados parte o asociados al Mercosur. En 2016 habían sido 11.800 las residencias otorgadas y según las expectativas de los especialistas, la tendencia seguirá creciendo por las buenas condiciones que ofrece Uruguay para vivir y asentarse.
Los datos fríos asustan a algunos. Una Encuesta Nacional de Actitudes de la Población Nativa hacia Inmigrantes Extranjeros y Retornados realizada en el país, considera que el 43% de los consultados piensa que la llegada de población extranjera quita puestos de trabajo a los uruguayos.
La percepción se agudizó con la llegada de las familias sirias y de los refugiados de Guantánamo, en los últimos años. Ese fue el disparador para que se comenzaran a escuchar de algunos referentes ultraconservadores planteos prejuiciosos sobre los inmigrantes.
Ahora recrudecen con la masiva llegada de venezolanos, dominicanos y cubanos, que deben enfrentarse a serias dificultades para encontrar un lugar sin verse sometidos a los serios riegos de informalidad y la discriminación. “Vivos” hay en todas partes, sin distinción de colores ni banderas.
Pero afortunadamente son los menos, y no pueden considerarse representantes del auténtico sentimiento uruguayo, amistoso y solidario, el mismo que hizo que miles de ciudadanos de este país sean admirados y respetados en decenas de ciudades donde sus colectividades eligieron asentarse a lo largo y ancho de todo el mundo.
El mismo que acogió a mi familia, con cariño y profundo respeto, hasta hacernos sentir casi uruguayos. Porque más allá de las fronteras, la verdadera identidad no está solo en el lugar donde nacimos, sino en aquel donde elegimos vivir y donde radican nuestros verdaderos y más puros afectos.