No es “el empleado público”, es el sistema
La principal fuerza e ideología que ha enfrentado y enfrentará a cualquier proceso de transformación revolucionaria de la sociedad es y será el burocratismo.
Este tópico tiene que ver con oficinas, pero sobre todo tiene que ver con una forma de mirar la realidad y actuar en ella.
Es una cultura instalada que erróneamente se ha identificado con el “empleado público” cuando en realidad tiene que ver con una propuesta explícita del sistema, que se expresa también en la esfera privada.
Por otro lado, y producto de los avances tecnológicos, la hiperespecialización de ciertos sectores de la sociedad que inciden en el diseño de muchas políticas, públicas y privadas, el burocratismo encontró un aliado con quien se potenció, nos referimos al tecnocratismo.
Esta dupla fue instalando una idea manifiesta de exclusión de la sociedad en la posibilidad-capacidad de incidir en la política; al tiempo que selló (como corresponde) las puertas que se abrían producto del impulso de transformaciones y que generarían vinculaciones directas con la población con claros beneficios.
Oteando un poco nomas, sin esforzarse demasiado, uno ve con claridad como fuimos cayendo en esta suerte de “algoritmocracia”, que encuentra en sí misma y por veces de manera tautológica, la definición de acciones.
La algoritmocracia es la vedette de nuestra sociedad; es aquello que entiende lo que uno quiere o no quiere, desea o no desea, pretende o no pretende, le gusta o no le gusta.
Crea los perfiles de nuestros comportamientos, en base al cruzamiento de datos y huellas. Esa cultura que se genera donde la interpretación tiene mucho más fuerza que la realidad.
La izquierda debería atender de otra manera a este modelo que refuerza lo distante y suplanta la construcción de poderes y de organización en la sociedad.
En breve, si nos descuidamos, algún algoritmo escribirá nuestra historia. Y su validez será, no la fiabilidad de los datos, sino que lo escribió un algoritmo.