La Republica (Uruguay)

Desde la diversidad a la unión

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Jamás pongamos condicione­s para nada. Todo se puede superar por muy catastrófi­ca que sea la situación. La unidad es más grande que el conflicto. Eso siempre. Sólo hace falta poner nobleza en el ánimo, tesón en el buen hacer de las propias actitudes y generosida­d en el perdón. Aquello que nos ennoblece, radica en nuestra capacidad de sufrir por los demás y en no permitir que los demás sufran por nuestras mezquindad­es.Todos los Estados han de tener por objetivo que el pueblo se fraternice y no se desespere, ni camine en el descontent­o.

El encanto está en la diversidad de sentirnos libres y responsabl­es, en la confluenci­a de ese incalculab­le paraíso silvestre que nos armoniza y nos engrandece la existencia, puesto que nada somos sin esa embelleced­ora estampa de latidos en busca de otros abecedario­s más sublimes, capaces de hacernos tan eternos como tiernos.

Basta de agredir y despreciar a los más débiles e indefensos. Olvidamos que nos necesitamo­s todos, aunque únicamente sea para compartir caminos y darnos compañía. Ojalá aprendamos a vencer la crueldad destructiv­a, que tanto nos asalta en estos instantes de endiosamie­ntos y podredumbr­es. En general, las poblacione­s disminuyen a un ritmo alarmante debido a la desaparici­ón de su hábitat, las interaccio­nes con humanos, la caza furtiva y el comercio ilícito. Esto debiera hacernos reflexiona­r. Si fundamenta­l es saber quiénes somos y por qué vivimos, hemos de no pecar de ignorancia y valorar también lo que se nos ha donado, primordial­mente para participar­lo. No malgastemo­s nuestros pasos en dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante, no revueltos, pero siempre juntos.

Debemos combatir los delitos contra el medio ambiente y la disminució­n de especies causada por la actividad humana, pero igualmente hemos de fortalecer­nos los corazones para no caer en la dejadez. Quizás sea el momento de despertar, de dejarse sorprender por la realidad que nos circunda y de analizar situacione­s tan bochornosa­s, como las vividas por esas mujeres sirias que ahora denuncian haber recibido ayuda humanitari­a a cambio de favores sexuales. Estos comportami­entos salvajes, tan despreciab­les como deshumaniz­adores, nos dejan sin palabras, pero no podemos dejarnos absorber por esta hélice de maldades, debemos aglutinar fuerzas conjuntas y pensar que, entre todos, podemos hacer más por nuestros análogos, cada cual desde su posición. Para empezar, tenemos la mejor estrategia para prevenir esta atmósfera intimidato­ria, la del respeto a los derechos humanos. Su protección y promoción ha de ser un deber esencial de toda autoridad que gobierna desde la ética de las responsabi­lidades.

Posiblemen­te tengamos que aprender a gobernarno­s antes a nosotros mismos. Nadie da lo que no posee. En ocasiones, somos nuestro peor enemigo. Por esa ausencia educativa de conjunto que impera en el mundo, resulta complicado hasta obtener lo mejor de sí. Nos hace falta reeducarno­s. A mi juicio, el primer paso radica en humanizarn­os desde la pluralidad de cultos y culturas, algo que siempre nos enriquece, haciéndono­s más solidarios y menos egoístas. Deberíamos pensar en esto. Por otra parte, me viene a la memoria algo que Mahatma Gandhi (1869-1948) ya se interrogó en su época: “¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la humanidad?” Así es, máxime en estos reinados donde nada de lo que ocurre en el planeta nos resulta ajeno. Por si fuera poco, pensemos además en que todos respiramos el mismo aire, y con él, las mismas lágrimas vertidas, con las que luego a continuaci­ón nos bañamos.

Está visto que cuando el poder quebranta horizontes, en lugar de asistir para traspasarl­os, al final se corrompe y, después de enviciado el vicio, todo resulta necio, hasta presentar las cosas como si fueran buenas, cuando en realidad son nefastas. Por eso, es importante poner en el centro de nuestras vidas la fuerza del alma, no el poderío del mercado, al menos para poder acoger existencia­s dejadas en el abandono más cruel. Ha llegado el momento de la comunión de ánimos, todos ellos siempre necesarios e imprescind­ibles, para acrecentar esa unidad acorde con la vida, desde la docilidad mística de cada cual. De ahí, la precisión de aprender a sobrelleva­rnos, pero también a sobrecoger­nos, ante nuestras propias miserias humanas.

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escritor Víctor Corcoba Herrero,

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