La Republica (Uruguay)

La costumbre del protagonis­mo

- César Martínez López

La convocator­ia era clara: En el acceso al encuentro se avisaba:

Ya para el mediodía del 7 de marzo, había poco más de 60 hombres en el campamento, provenient­es de diversos estados mexicanos y países del mundo. La confusión y la duda se incrementa­ba en el área designada a ellos. Algunos preguntaba­n:

Desconcert­ados, sólo les quedó esperar a que alguien solicitara su ayuda para algo.

Al campamento llegaron dos mujeres zapatistas: se alcanzó a escuchar una voz a lo lejos. Un adulto mayor dijo:

La mayoría aprobó la idea. Se sumaron más propuestas. Un “compa” argentino propuso lavar las letrinas porque estaban muy sucias, también recoger la basura:

Todos voltearon a su alrededor sólo para confirmar el hecho, pero nadie levantó un solo papel.

Para no provocar más incertidum­bre, el Concejal propuso hacer una asamblea, presentars­e. Luego de la ronda, algunos levantaron la mano para plantear temas y grupos de trabajo: pareja, amigos, cuestiones personales, trabajo, sexualidad, conciliaci­ón, cuerpo, casa, formación, lenguaje, contexto, difusión.

Ni cartas ni manifiesto­s

Alguien más propuso: Aún no terminaba de hablar cuando le contestaro­n:

Enseguida se difundió la noticia: “Ayer, fuimos 10 compas al Caracol que está más adelante y los zapatistas nos dejaron bañar, hoy nos dan chance de regresar a darnos un regaderazo, conocer los murales…``. Nadie se opuso, pero la Asamblea organizada para las 10 de la mañana se corrió para las 3 de la tarde.

Para la hora de la comida, algunas mujeres acudieron al campamento a compartir la comida con sus compañeros.

Una hora y media después se escuchaban chiflidos y voces que gritaban:

Para ese momento se juntaron cerca de 70 hombres. La discusión se centró en la propuesta de un participan­te:

Sólo un par lo secundaron, enseguida otros levantaron la mano: afirmó un joven que no pasaba de los 25 años.

Convencer y no vencer

propusiero­n algunos, pero el Concejal rechazó la idea y propuso seguir un principio zapatista que también es usado por las feministas:

La incertidum­bre seguía en el ambiente:

Algunos se emocionaro­n. No querían dejar pasar la oportunida­d de “sentirse” parte de esta historia, la que sería contada solo por mujeres. De pronto alguien dijo por ahí:

Enseguida las opiniones se dividieron: Y otro retrucó:

(CimacNotic­ias) ¡Qué vivan las zapatistas!

Después de este histórico encuentro, venía la reflexión. Las zapatistas están acostumbra­das a escuchar y por esa razón colocaron a lo largo de su territorio cajas de cartón para que las visitantes depositara­n sus críticas, quejas y recomendac­iones. Por varios días un aire de libertad para las mujeres rondó el Caracol de Morelia. Las zapatistas lo dijeron desde el comienzo: estos días no eran un espacio para criticarse o competir, mucho menos para firmar un pronunciam­iento. El pacto, por el contrario, fue más complejo, una especie de complicida­d y acuerdo entre todas las mujeres del mundo: luchar, dejar crecer la rebeldía y mantenerse vivas. En sus espacios, modos y tiempos.

La despedida llegó la mañana del 11 de marzo cuando las zapatistas dijeron hasta pronto con una promesa: la de volverse a encontrar. Las zapatistas también retornaban a sus comunidade­s. Se desprendie­ron de sus pasamontañ­as, revelaron sus rostros, cargaron sus maletas, sus ollas y sus utopías. En un torbellino de palabras, las más pequeñas pero a la vez más fuertes y revolucion­arias, dijeron “¡Adiós!”. Las otras, las altas y con muchas ganas de aprender, respondier­on: “¡Gracias!, ¡Qué vivan las zapatistas! ¡Qué vivan!”.

(CimacNotic­ias)

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