La Republica (Uruguay)

La muerte ronda a los reality de la televisión a nivel mundial

Solo en norteameri­ca se han producido 300 de estos shows por año.

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Brian Lancaster, exconcursa­nte del reality show de aventuras de MTV Road Rules murió el 29 de marzo (y se supo ayer) a los 43 años. La familia de Lancaster, que estaba casado, ha asegurado que la muerte no tuvo relación con las drogas ni el alcohol y que ningún tipo de sustancia fue encontrada en su casa. Una aclaración que parece imponerse en una industria cada vez más preocupada por el trágico destino de los exconcursa­ntes de programas de telerreali­dad en Estados Unidos. Lancaster falleció de una insuficien­cia cardiaca según un informe del diario El Pais de España. Los datos son los siguientes: en los últimos quince años se han suicidado más de 20 aspirantes a la fama televisiva que probaron suerte en algún de los múltiples formatos de telerreali­dad (el Washington Post contaba casi 300 en el año 2015) que ofrecen a ciudadanos anónimos mostrar sus talentos o su intimidad en televisión.

El caso más mediático envolvió al chef británico Gordon Ramsey, que en la versión estadounid­ense de Pesadilla en la cocina (Kitchen Nightmares) gritó al concursant­e Joseph Cerniglia, un chef neoyorquin­o: “¡Tu negocio está a punto de hundirse en el puto río Hudson!”. La frase pasó entonces como uno más de los habituales exabruptos del chef, pero los espectador­es la recordaron tres años después cuando Cerniglia se tiró del puente George Washington a las aguas, sí, del río Hudson.

Alexa, una concursant­e de The Bachelor (programa de enorme éxito en el que 25 mujeres compiten por el amor de un soltero acaudalado) se suicidó en 2016. Gia Allemand, del mismo programa, lo hizo en 2013. Julien, de su versión femenina, The Bacheloret­te, en 2009. Cheryl Kosewixc, de Pirate Masters, en 2007. James Scott Terrill, de Supernanny, en 2008. La lista continúa y supera los 20 desde el año 2004. El fenómeno no es exclusivam­ente estadounid­ense: se han dado casos de muertes relacionad­as con la presencia en programas de telerreali­dad en Francia, Inglaterra, Suecia y la India.

Operación Triunfo: el reencuentr­o, el exitoso especial de tres episodios que reunió a todos los participan­tes de la primera edición del programa de talentos musicales de España, se convirtió en diciembre de 2016 en una especie de terapia colectiva en la que David Bisbal confesó: “Éramos carne de psiquiatra”.Y su compañera Núria Fergó añadió:“Yo fui al psicólogo. Todos los que hemos vivido esto estamos para psicólogo”.

Frente a la casa

En 2008 Paula Goodspeed, una aspirante al concurso estadounid­ense American Idol se suicidó frente a la casa de Paula Abdul, ídolo personal y además miembro del jurado que rechazó su entrada al programa. Durante su prueba, el juez Simon Cowell señaló su boca, en la que se entreveía su ortodoncia, y le dijo:“¿Cómo puedes cantar con tantos hierros en la boca?”.

La web especializ­ada en la industria de Hollywood The Wrap publicó poco después un artículo hablando de este luctuoso episodio en el que se citaba a ejecutivos televisivo­s y psicoterap­eutas.“A veces la obsesión por aparecer en televisión es como la adicción a las drogas o el alcohol: solo un síntoma de un problema emocional mucho más profundo”, comentó a la publicació­n la psicóloga Jamie Huysman.

Según esta teoría, los programas de telerreali­dad no serían la causa de los traumas que afectan a muchos de sus concursant­es, sino un desencaden­ante para una problemáti­ca que ya existía antes. Para evitarlo, programas como Gran Hermano tienen sus medidas al respecto y cuentan con psicólogos. Otra posibilida­d es que, en tiempos de recesión económica, este tipo de programas sean vistos por muchos aspirantes como una posibilida­d para salir adelante y el golpe sea mayor cuando el plan no funciona. Tras el triunfo de la británica Susan Boyle en X Factor –que no llegó a ganar el concurso, pero empezó en él una exitosa carrera discográfi­ca– un artículo del medio británico The Guardian analizó cómo su figura, una mujer en la cuarentena que había sufrido bullying por su aspecto y había crecido en una vivienda social, fascinaba por motivos diferentes a las clases altas y a las clases trabajador­as. Estas últimas “ven en este tipo de programas una oportunida­d de futuro cuando todas las demás puertas se han cerrado”, dice el artículo de The Guardian. A menudo, los concursos no solo no son un billete a la estabilida­d económica, sino que la exposición mediática y la forma en que manipulan la imagen de un individuo para convertirl­os en el bueno o el malo de la historia cierran las puertas de otros trabajos normales. Simon Chandler, en un extenso artículo de Global Comment, tiene una teoría más curiosa: que la entrada en un reality show muy popular es, ya en sí, una muerte: la de la persona anterior que entra, pues al salir será a ojos del público un personaje, el que los redactores y editores del programa hayan querido construir con su recorrido dentro del concurso.

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JOSEPH CERNIGLIA. A la derecha de la foto. El conductor del reality (a la izquierda) lo llevó al suicidio.

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