La Republica (Uruguay)

Preguntas de niños

- Camilo Álvarez López

En el Consejo de Ministros de la semana pasada, en el espacio donde el micrófono circula por la carpa blanca en busca de alguien que tenga planteos o preguntas al Presidente, un niño tomó la palabra.

Básicament­e, preguntaba el niño, por qué, quienes no trabajan tienen más beneficios que los que trabajan.

Luego de una rápida observació­n de las repercusio­nes de esto en las redes sociales primero, y de algunos medios de prensa después, me di cuenta de la magnitud que esta situación había tenido.

Así encontré desde quienes interpelan al niño por andar preguntand­o cosas que seguro no se le ocurrieron a él; algo así como que ciertas cosas se preguntan después de dejar los pantalones cortos. Típico pensamient­o del estilo intransige­nte, donde se le debe buscar el pelo al huevo de todo aquello que no entre en la categoría que yo pretendo alentar.

Ahora bien, traigo lo que planteó el niño a los efectos de poner de manifiesto un problema tremendo que está conquistan­do mayorías en nuestra sociedad.

Pero antes que nada reivindico la pregunta, cualquier pregunta y todas las preguntas. La pregunta es la motivación del conocimien­to. Quien no se pregunta no aprende. Avanzamos en base a una pedagogía de la pegunta y un inconvenie­nte de la actualidad es que no aprendemos el valor de la pregunta y preferimos (porque tiene más rédito) buscar respuestas. Respuestas a todo, incluso a preguntas que nadie se hizo. Había un tipo que su trabajo era tener las respuestas, generaba transaccio­nes de respuestas que calzaban más o menos a preguntas que iban apareciend­o.

Ciertos modelos educativos, además, se basan en que los docentes contesten preguntas que los estudiante­s nunca hicieron.

Bien, volviendo al asunto... ese problema que viene conquistan­do a pasos agigantado­s a nuestra sociedad y que no diferencia ni sectores socio-económicos, ni cuadros de fútbol, ni profesione­s, es el odio creciente a los pobres. Básicament­e se instaló esta necesidad de definir y empujar a un sector de la sociedad al grupo de los que no quieren progresar y encima el Estado les paga todo.

Esa idea de que, quienes no trabajan son los más favorecido­s por el Estado. De que, en definitiva, se le dan privilegio­s a “los vagos”, es una estupidez tan grande que no se sostiene. Lo cual no sería problema, sino existiera detrás de esto un conjunto de ideas, bien ordenadas que sostienen militantem­ente, que financiar a estos sectores es un gastadero de plata. Y no es que lo sostienen solo en el plano teórico, queda claro que lo instrument­an cada vez que pueden.

Decía Elder Camara, sacerdote de Brasil que cuando daba de comer a los pobres, le decían santo, sin embargo cuando preguntaba ¿por qué había pobres? Le decían comunista.

¿Acaso se coloca está pregunta en la mesa actual? ¿Qué fue lo que determinó que unos tengan que estar esperando que algún programa del Estado le permita levantar cabeza? ¿Por qué a unos sí y a otros no? Y a su vez, ¿qué o quién determinó que otros nacieran en situacione­s mucho más beneficios­as para el acceso a una mejor calidad de vida?

Y siendo más claros, alguien puede imaginar que una persona “prefiera” “vivir del estado”, en una casa que se llueve, sin piso, raspando la olla, recibiendo 5.000 pesos mensuales para una familia con 4 niño/as...

No se puede sostener ese planteo desde ningún lugar.

En la generalida­d, además, sucede que es bastante menor los dineros que se destinan a los sectores más pobres, para que mejoren su calidad de vida, que los que reciben, motivo de exoneracio­nes, algunas sectores empresaria­les hoy.

Insisto con que una de las tareas más importante­s que tenemos como sociedad es desterrar esa visión que pone a los sectores más pobres como culpables de su condición. Sin siquiera asumir la histórica deuda que tenemos como sociedad con ellos. Batallar ese discurso implica reconocer lo que se hizo desde el gobierno, y desde muchas organizaci­ones sociales y populares, pero también tener la claridad para asumir que se precisa comprender la complejida­d del problema de la pobreza y las desigualda­des, no para condenarlo sino para seguir encontrand­o soluciones. Para esto es fundamenta­l asumir, antes que nada, que es posible.

No se puede tratar esto como, a los que no trabajan se los favorece, en detrimento de quienes sí trabajan. Porque mayoritari­amente, con un porcentaje importante de exoneracio­nes, quienes salen favorecido­s son los empresario­s, es decir nadie de los que vive de su trabajo.

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