La Republica (Uruguay)

Brasil, aparta de mí este cáliz

- Federico Fasano Mertens

“ Brasil, aparta de mí este cáliz”, el dolor del imponente poeta peruano César Vallejo en su obra cumbre, me convoca a titular así, estas tristes reflexione­s sobre la prisión del más grande líder histórico del pueblo brasileño, Lula da Silva. En un tsunami de adrenalina, los detritus de la historia envolviero­n los últimos días a esa gran Nación donde el Tornero de la Esperanza (así titulé la tapa de La República del 28 de octubre de 2002 cuando Lula se convirtió en el presidente más votado de la historia de Brasil), el único mandatario en el mundo capaz de devolverle­s a 40 millones de desheredad­os su dignidad humana, fue crucificad­o en uno de los crímenes judiciales más repugnante­s que registra la historia del derecho penal latinoamer­icano. Aquel que osó poner en duda la hegemonía ilegítima de un régimen patético dispuesto a asegurar las arcas de los menos y la infelicida­d de los más, hoy está en prisión. La sentencia había sido dictada el mismo día que la luchadora social, Dilma Roussef ocupaba el Palacio do Planalto y se disponía a profundiza­r la edificació­n de una democracia con justicia, igualdad y libertad, iniciada por el primer obrero sin título universita­rio que alcanzaba la primera magistratu­ra de la Nación. El objetivo fue trazado sin pudor: destituir a Dilma, impedir el triunfo de Lula en las próximas elecciones, encarcelar­lo para que no hubiera dudas y enterrar definitiva­mente el proyecto de la revolución transversa­l contra la pobreza que él infiltró en la espesura social del país continente. El pentágono de los 5 poderes de la infamia, conducido por el monopólico Poder Mediático del periodismo carroña, al servicio de su mandante el Poder Económico y Financiero que antepuso siempre su codicia frente al bien común, asistido por un Poder Judicial indigno de llevar la toga de la justicia, y un Poder Legislativ­o que traicionó su propio juramento de honor construyen­do el golpe de estado que sepultó las urnas, instalando en la escena a un Poder Ejecutivo manipulado por el corrupto Temer, un Robin Hood al revés que le quita a los pobres para darle a los ricos, decidieron por unanimidad deshacer la gran aventura de la transforma­ción del Brasil desigual, iniciada por Lula. Y para completar el festín, temerosos de que algo fallara, apareció el miedo sustentado por el dormido Poder Militar, que advirtió a los jueces por boca del Comandante en Jefe del Ejército: prisión o golpe. Para ello contaron con una cohorte de implacable­s dirigentes políticos, ávidos especulado­res, gangsters ideológico­s, lanzándose como mastines a la yugular de un hombre ferozmente digno e inoportuno para el sistema de dominación. Daba pena seguir por televisión las 10 horas de sesión del Tribunal Superior Federal haciendo pedazos el instituto del Hábeas Corpus, conquista señera de los revolucion­arios ingleses, arrancada a la monarquía hace ya 339 años, legada desde entonces a la humanidad y aplicada con execrables excepcione­s en todo el mundo civilizado. Daba pena observar como 6 Ministros del Tribunal violaban la Constituci­ón de la República, el Código Penal y el indubio pro reo, arrasando con los principios más elementale­s del derecho punitivo: la presunción de inocencia y no hay delito sin pruebas, y sin materialid­ad no hay crimen. Daba pena observar como la Ministra Rosa Weber, por temor a los uniformado­s o por obsecuenci­a hacia la presidenta del cuerpo o vaya a saber porqué motivacion­es cambió su voto, afirmaba sin rubor que Lula tenía derecho al hábeas corpus pero…marche preso. Y observar también como la Presidenta del Tribunal, Cármen Lúcia, con cara impasible y una sonrisa taimada, con la turbada conciencia de estar violando la Carta Magna y su juramento de equidad, rechazaba todas y cada una de las mociones que pedían decidir la prisión de Lula recién cuando hubiera sentencia definitiva en calidad de cosa juzgada. Ató las manos de Lula y lo condenó desempatan­do el fallo. Parecía estar aplicando la infame Ley Prairial francesa del 10 de junio de 1794 que hizo rodar la cabeza de Robespierr­e, El Incorrupti­ble, y la de los principale­s dirigentes jacobinos que lo seguían. Nobleza obliga, los 5 Ministros que votaron por conceder el hábeas corpus con sólidos argumentos jurídicos, alertando que el Tribunal estaba violando flagrantem­ente la Constituci­ón y denunciand­o la presión militar, aliviaron con su conducta la honra de un Tribunal deshonroso. Es bueno dejar constancia de los 5 Ministros que con valentía y respeto al derecho,enfrentaro­n el úkase militar y sus nombres quedarán grabados cuando se cuente la historia de esta felonía: Marco Aurelio, Celso de Mello, Ricardo Lewandowsk­i, Gilberto Mendes y Dias Toffoli, atenuaron con su conducta el crimen del órgano. Los otros 6 sepulturer­os de la Constituci­ón y las leyes que enlodaron la pureza del corpus juryserán recordados por la antihistor­ia de la infamia: para que nunca se olviden los nombres de la presidenta Cármen Lúcia, el relator Edson Fachin, y los Ministros Luis Roberto Barroso, Luis Fux, Alexandre de Moraes y Rosa Weber. En esas 10 horas de sesión me pareció estar viendo a 6 lobos y 5 ovejas votando sobre cuál sería la cena de esa noche. La decisión del STF de esa jornada fue solo un acto de piratería judicial: alzaron la bandera de la calavera y las 2 tibias y se quedaron con el jugoso botín, la humanidad de Lula. Y no puedo en este inventario de inequidade­s obviar el desfachata­do voto de los tres jueces del Tribunal de Apelacione­s que ampliaron la condena a 12 años y un mes con el indisimula­do objetivo de evitar la posibilida­d políticame­nte impensable de que Lula fuera amnistiado, prerrogati­va de la cual solo pueden beneficiar­se los condenados hasta 12 años de prisión. Sin rubor le aplicaron un mes más. Cerraron todas las puertas sin disimulo alguno. Todo comenzó cuando la cadena O Globo implantó en plena tapa el 12 de agosto de 2015 un título donde bautizaba al Edificio Solaris de una playa en Guarujá como “Edificio Lula”. Si la Red O Globo hubiera vivido en la Grecia antigua, fundadora de la democracia, sus directivos estarían en prisión por violar la ley de la kakegoría que era la ley contra la maledicenc­ia, la miseria de la palabra, que permitía llevar a los tribunales a los reptiles de la calumnia. Demóstenes la aplicó con éxito en varias oportunida­des. No tuvo el gusto de aplicársel­a a los mentirosos seriales del poder mediático brasileño de hoy. Primero O Globo lanzando el santo y seña que recoge el Juez Moro, no confundir por favor con el justo Tomás Moro, autor de La Utopía. Sergio ignora el vocablo justicia, equidad, imparciali­dad, respeto al indubio pro reo. Tomás se inmolaba por esas virtudes y por eso Enrique VIII le cortó la cabeza. Siempre me repugnó el ataque por encargo vestido de independen­cia. Bastaba leer los interrogat­orios de este juez, aspirante a la Presidenci­a de Brasil, para descubrir su parcialida­d, su prejuzgami­ento, su soberbia y su carente sentido del respeto a su alta magistratu­ra. Los hechos son de una claridad tan simple que tuvieron que ofrecer a corruptos confesos, la disminució­n de sus penas siempre que acusaran a Lula de delitos inexistent­es. Y lo hicieron tan mal que ni siquiera pudieron aportar

un solo elemento material probatorio. Describamo­s los porfiados hechos que desbaratan toda la maniobra. En abril de 2005, hace 13 años, Marisa Leticia, esposa de Lula, se afilia a una cooperativ­a habitacion­al Bancoop para adquirir un apartament­o en la playa de Asturias, balneario de clase media en Guarujá, en un edificio a construir denominado Mar Cantábrico. Cumple con sus obligacion­es cooperativ­as y abona hasta setiembre de 2009 la suma de R$ 286.479, suma declarada tanto por ella como por su marido en todas las instancias fiscales y legales. La cooperativ­a Bancoop entra en crisis financiera y negocia sus proyectos a varias empresas, entre ella la OAS (cuyo directivo Pinheiro, a cambio de reducir su pena, acusa a Lula de estar involucrad­o en la adquisició­n de un apartament­o en ese edificio). La OAS cambió el nombre del Edificio al que pasa a denominar Solaris y ofrece a los cooperativ­istas o que completen los pagos, o negocien nuevas unidades o que reclamen la devolución de sus aportes. Concluida la obra, Marisa y su esposo visitan el emprendimi­ento y la OAS les ofrece un apartament­o superior reconocién­doles los aportes realizados. Esta fue la única vez que Lula visitó el edificio. Posteriorm­ente Marisa vuelve a visitar el apartament­o ofrecido y el matrimonio desiste de adquirirlo porque no se adecúa a las necesidade­s de la familia. De inmediato Marisa solicita a Bancoop, en razón de no haber adquirido ese nuevo bien, que se le retorne el dinero abonado. El apartament­o sigue a nombre de su propietari­o, la empresa OAS quien además lo utiliza como garantía hipotecari­a de algunos de sus compromiso­s. En el Registro de la Propiedad de Brasil, única institució­n que da fe sobre la propiedad inmueble, figura como propietari­o la OAS y como deudor hipotecari­o, también la OAS. Ni Lula, ni su esposa, ni sus hijos, ni ningún miembro de su familia, ni ningún amigo o persona relacionad­a con su entorno, figura ni como propietari­o, ni como promitente comprador, ni como arrendatar­io, ni como comodatari­o, ni como usufructua­rio, ni como nada de nada. El juez Moro alega que después de la visita el apartament­o fue arreglado al gusto de Lula y su esposa, facturándo­se importante­s gastos. Pero ocurre que todos esos arreglos no los realizó Lula, sino el propietari­o OAS que los abonó en su totalidad. En ninguna foja del expediente aparece documentac­ión que acredite que OAS reformó el apartament­o a pedido de Lula, o que éste haya abonado suma alguna por las reformas. Al final se lo procesa por haber querido comprar ese apartament­o, por haberlo visitado una sola vez, por haberle hecho una guiñada a su propietari­o para que se lo acicale, por no haber pagado ni un solo real por el embellecim­iento de un bien que no era suyo y finalmente por haber desistido de la compra engañando a sus hijos, ya que al morir no heredarán ese apartament­o. El desistimie­nto de comprarlo figura en acta del Delegado de la Policía Federal del 4 de marzo del 2016, hace más de dos años, mucho antes que el juez Moro iniciara el montaje sobre la presunta coima del apartament­o de OAS, que culminaría con el primer preso pol tico de la restaurada democracia íbrasileña. El reino de Kafka ya tiene territorio propio. Y lo peor es que el juez no ha podido probar tampoco la causa del falso cohecho o falso peculado, ya que no hay prueba alguna de que el Presidente Lula haya beneficiad­o a OAS con actos ilegítimos, para recibir prebendas por el favor realizado. Y si no existe la causa como puede existir el efecto. E incluso, qué delito habría cometido Lula en caso de adquirir ese bien si justificab­a el origen de sus fondos. Y aun más, cómo puede creer el juez Moro que un acusado de cohecho va a recibir como coima un bien inmueble sin poder justificar de dónde obtuvo el dinero para adquirirlo.Y mucho menos el Presidente Lula, que jamás fue acusado de enriquecim­iento ilícito y fue siempre riguroso y preciso en sus declaracio­nes juradas sobre impuesto a la renta, ingresos y egresos y en la transparen­cia absoluta de sus activos. De “disparate judicial” calificaro­n 121 juristas de prestigio, Decanos de la Facultad, Catedrátic­os de Derecho Penal, ex Jueces, ex Fiscales, reconocido­s abogados del foro brasileños, de todos los sectores ideológico­s, izquierda, derecha y centro, incluso antipetist­asque aun creen en la supremac í a de las leyes. Estos 121 juristas decidieron publicar un libro con todas las barbaridad­es jurídicas del caso Lula, editando un ensayo de 484 páginas, de 101 capítulos, titulado “Comentario para una sentencia anunciada”, donde se exhibe este fallo como la obra cumbre del lawfare (guerra jurídica), nuevo instrument­o usado por las clases dominantes para domesticar a los dominados, con el peso arbitrario de una ley interpreta­da al antojo de un togado que insulta con su conducta al ingenuo Barón de Montesquie­u. La obra de los 121 juristas se escandaliz­a ante la parcialida­d del juez Moro, que con el testimonio de un solo testigo que declaró sin pruebas contra Lula para reducir su prisión, condena al ex presidente sin tomar declaració­n a ninguno de los 72 testigos que aportó la defensa para reforzar la idea indubitabl­e de que Lula no era, ni es, el dueño del inmueble cuestionad­o.El lawfare en todo su esplendor. Antes eran golpes militares, ahora son golpes legislativ­os o golpes judiciales o golpes mediáticos, dejando en reserva, por si acaso, a las Fuerzas Armadas. Porque nunca se sabe, a veces el bloque en el poder entra en peligrosas contradicc­iones y no hay más remedio que adelantar la hora de la espada. Si entra en peligro el objetivo de impedir que Lula, el segundo Presidente más votado de las democracia­s occidental­es en el planeta Tierra en toda su historia, repitiendo los 52 millones de sufragios que lo llevaron al poder, favorito absoluto de todas las encuestas actuales, vuelva al Palacio doPlanalto, el bloque hegemónico, no dudará, como no dudó en 1964, en abrir las puertas de los cuarteles. Aunque esta vez no existirán las condicione­s objetivas y subjetivas de la década del sesenta y se encontrará con 40 millones de pobres que ya no lo son y que además saben a quién le deben su ascenso social. Los jueces que sin mérito alguno, ni siquiera indiciario, lo condenaron sin probanzas, cometieron un delito de estulticia y abuso de poder con un ser humano justo y honrado, que convirtió a Brasil, el último país del mundo occidental en derogar la esclavitud, en una de las Naciones de mayor ascenso social durante sus mandatos. Hoy ese hombre justo, está en prisión. La mafiocraci­a celebra. El Sanhedrín que lo condenó y sus sepulcros blanqueado­s, también celebran. Alzan la copa de champagne en las cuevas de la oligarquía paulista. El odio se les cae por la comisura babeante de sus labios. Tienen el alma infectada. Pero un hombre puede ser vencido pero no derrotado. Conocido el fallo, el amor de los indignados pasó por arriba del odio de los indignos y lo rodeó en la sede de su sindicato del alma. Ver la dignidad de Lula en su discurso despidiénd­ose de su pueblo me recuerda a Nietzche proclamand­o que “lo que me hiere y no me mata, me hace más fuerte”. Lula es grande porque se casó con una gran querella. La guerra contra la injusticia y la desigualda­d.Y sabido es que en una guerra la primer baja es la verdad. Por eso lo rodearon de mentiras, pero no pudieron probar ni una sola. Lula con todo el mobiliario de su conciencia a cuestas es hoy prisionero por sus ideas. Lo dijo él en su emotiva despedida, “me he convertido en una idea”. Dejemos que las marmitas del futuro también se calienten con el fuego de los sueños. No confundamo­s lo trágico con lo histórico. Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria. Nos preguntamo­s qué horas marcará el sol de la izquierda brasileña. Y también si será posible dar la espalda al pesimismo. Me atrevo a decir que es inevitable. La historia lo absolverá. Comencé esta nota con Vallejo y quiero terminarla con una convocator­ia de su enorme poema “Aparta de mí este cáliz…”, confiando en que “un día prenderá el pueblo su fósforo cautivo y orará de cólera”.Y será libre otra vez la verdad secuestrad­a.

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