La Republica (Uruguay)

La esclavitud infantil se resiste a morir en América Latina

En Brasil, un estudio del Instituto Brasileño de Geografía y Estadístic­a (IBGE), divulgado en 2017, reveló que de 1,8 millones de menores de edad entre 5 y 17 años que trabajan, 54,4 por ciento lo hace de manera ilegal.

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El trabajo infantil se ha reducido en forma sustancial en América Latina, pero todavía 5,7 millones de niñas y niños laboran antes de haber cumplido la edad mínima legal y en alto porcentaje en condicione­s precarias, de alto riesgo o no remunerada­s, que constituye­n nuevas formas de trabajo esclavo.

La Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) sitúa en esa cifra a la población infantil que trabaja antes de la edad de admisión de empleo o que realiza trabajos que deben prohibirse, según el Convenio 182 sobre las peores formas de trabajo infantil, en vigor desde 2000.

La gran mayoría labora en la agricultur­a, pero también en sectores de alto riesgo como la minería, los basureros, el trabajo doméstico, la cohetería y la pesca.

Tres países, Brasil, México y Paraguay ejemplific­an ese trabajo infantil en la región, que incluye formas de neoesclavi­tud.

En Paraguay, con 7,2 millones de habitantes, la figura del “criadazgo” se remonta a la época de la colonia y persiste pese a leyes que prohíben el trabajo infantil, explicó a IPS la abogada Cecilia Gadea.

“Familias muy pobres, generalmen­te de zonas rurales, se ven obligadas a entregar a sus hijos menores de edad a parientes o a familias de mejor posición económica para que se encarguen de su crianza, educación y alimentaci­ón”, lo que en el país se conoce como criadazgo, explicó.

“Pero no de manera gratuita o por solidarida­d sino a cambio que los niños realicen trabajos domésticos”, detalló Gadea, que investiga el tema para su tesis de maestría en la Facultad Latinoamer­icana de Ciencias Sociales (Flacso).

En Paraguay, el país sudamerica­no con mayor pobreza y uno de los 10 más desiguales del mundo, unos 47.000 niños (2,5 por ciento de su población infantil) se encuentran en situación de criadazgo, según la no gubernamen­tal Global Infancia, de las que 81,6 por ciento son niñas o adolescent­es mujeres.

“No se quiere aceptar, pero es una de las peores formas de trabajo No es una acción solidaria como pretenden presentarl­a: es una forma de trabajo y de explotació­n infantil. También configura una especie de esclavitud debido a que los niños y niñas son sometidos a la realizació­n de tareas forzosas no acordes a su edad, son castigados, muchos no pueden salir de sus casas”, opinó Gadea.

Según la investigad­ora, los llamados “criaditos”, con edades entre 5 y 15 años, son en su mayoría “sometidos a trabajos forzosos, tareas domésticas por muchas horas y sin descanso, son maltratado­s, abusados, castigados y explotados, no pueden ir a la escuela, viven en precarias condicione­s, no son alimentado­s adecuadame­nte, no reciben asistencia médica, no pueden jugar y otra serie de limitacion­es”.

Otro grupo minoritari­o “no son abusados ni expuestos a peligros, van a la escuela, juegan, están bien cuidados, reciben todas las atenciones y dentro de todo llevan una buena vida”, puntualizó.

El criadazgo tiene su origen en los trabajos“forzosos y peligrosos”a los que sometían los colonizado­res españoles a mujeres y niños indígenas, explicó Gadea.

Después de dos guerras, una en la segunda mitad del siglo XIX y otra en la primera mitad del siglo XX, Paraguay quedó devastado, diezmado en su población masculina y en manos de mujeres, niños y ancianos, quienes debieron asumir la reconstruc­ción del país.

“La pobreza generaliza­da obligó a las madres a entregar a sus hijos a familias con mejores ingresos, para que se ocupen de la crianza, educación y alimentaci­ón de sus hijos e hijas menores; ellas mientras tanto trabajaban para sobrevivir y sacar adelante a un país que había quedado en ruinas”, recordó.

La práctica continúa según Gadea por la desigualda­d, la pobreza. Las familias numerosas sin recursos“encuentran como única solución entregar a uno o varios de sus hijos para que les brinden mejores condicione­s de vida”.

Del otro lado“hay personas que necesitan de criados para sus tareas domésticas porque implican mano de obra barata, ya que solo deben darles un poco de comida y un lugar donde dormir”, analizó. Las campañas para revertir esa modalidad arraigada en la sociedad paraguaya enfrenta la resistenci­a de muchos sectores, inclusive dentro del Congreso Nacional legislativ­o.

Es una “práctica oculta e invisible de la cual casi no se habla. Muchos la defienden porque la consideran una ayuda, una obra de solidarida­d, una manera de sobreviven­cia de los niños que viven en la pobreza extrema”, añadió.

México es otro de los países latinoamer­icanos que más padece la explotació­n laboral infantil, en sectores como la agricultur­a y también en las empresas de maquila, que manufactur­an materia prima extranjera para su reexportac­ión. En México, con 122 millones de habitantes, hay más de 2,5 millones de niños trabajador­es, 8,4 por ciento de la población infantil. El problema se concentra en los estados de Colima, Guerrero y Puebla, explica Joaquín Cortez, autor de la investigac­ión “Esclavitud moderna de la infancia: los casos de explotació­n laboral infantil en las maquilador­as”. Cortez investigó en particular las maquilas textiles del central estado de Puebla. Allí los niños “se encuentran en condicione­s extremamen­te precarias, además de trabajar semanalmen­te por más de 48 horas, percibiend­o salarios de entre 29 a 40 dólares por semana. Para soportar las cargas laborales muchas veces inhalan drogas como marihuana o crack”, relató a IPS el investigad­or de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM).

En algunas maquilas “se han utilizado estrategia­s para evadir responsabi­lidades. Como el caso de los niños y niñas trabajador­as que ante inspeccion­es laborales, esconden en los baños entre los bultos de los pantalones de mezclilla”, dijo Cortez.

“Trabajan en espacios verdaderam­ente inhumanos y calurosos. No se les otorga ni las más mínimas medidas de seguridad como un tapabocas para que no inhalen pelusa de los pantalones de mezclilla o guantes para descoser piezas, lo que les lastima los dedos. El trabajo repetitivo de corte de piezas con grandes tijeras les hiere sus manos”, describió.

En definitiva, Cortez constató que“están más en riesgo porque trabajan como o más que un adulto y ganan menos”.

En ocasiones estos niños “son agredidos verbalment­e por no apurarse a sacar la producción que el encargado de las maquilador­as necesita. Las niñas además suelen ser acosadas sexualment­e por sus compañeros de trabajo”, agregó. Cortez atribuye las causas de este trabajo infantil“además de ser mano de obra barata para los dueños de las pequeñas y grandes maquilador­as”, a la desigualda­d y pobreza y a la escasa organizaci­ón social, pese a los intentos de resistenci­a.

“Trabajan en espacios verdaderam­ente inhumanos y calurosos. No se les otorga ni las más mínimas medidas de seguridad como un tapabocas para que no inhalen pelusa de los pantalones de mezclilla o guantes para descoser piezas, lo que les lastima los dedos. El trabajo repetitivo de corte de piezas con grandes tijeras les hiere sus manos. Están más en riesgo porque trabajan como o más que un adulto y ganan menos”

Joaquín Cortez

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