La Republica (Uruguay)

A un año del fallecimie­nto del diputado Alberto Perdomo

- Diego Pucurull

Enacionali­sta l viernes 11 de mayo se cumplió el primer año de la desaparici­ón física del diputado

Alberto Perdomo. ¿Qué decir de Alberto? ¿Cómo sintetizar en pocos párrafos una vida tan intensa y tan rica? ¿Cómo describir una personalid­ad tan única? Sencillame­nte no es posible. Sólo quienes le conocieron podrán comprender algunas de sus facetas; difícilmen­te su totalidad. Alberto no era simple. Alberto era una de esas personas muy escasas, que la vida nos regala muy de vez en cuando.

Le conocí hace treinta años cuando sólo contaba veintiún años y ya tenía la personalid­ad y el porte de una persona madura. De inmediato congeniamo­s a pesar de las largas y frecuentes discusione­s a las que nos llevaba nuestras militancia­s en distintas tiendas políticas. Desde ese momento construimo­s una gran amistad que finalmente le convirtió en mi hermano. ¡Qué falta que me haces Alberto!

Era de una aguda inteligenc­ia, de una fuerte ilustració­n, siempre inconclusa, ya que día a día engrosaba sus conocimien­tos, por la lectura metódica y sobre todo por el contacto permanente con la gente, que fue su gran maestra. Era de una sensibilid­ad fuera de lo común, que le llevaba a preocupars­e y ocuparse de las situacione­s de cientos de personas, incluyéndo­me. Si sus actividade­s dificultab­an la reunión personal, nunca faltaba la llamada telefónica que invariable­mente comenzaba por un: “¿Te interrumpo?”, muestra de su respeto por todos.

De delicada y muy precisa visión estratégic­a, no sólo en los aspectos electorale­s, que todos reconocen y para lo que siempre contó con la complicida­d tácita y el apoyo de su entrañable amigo Marcelo Díaz, sino también en lo que refería a aspectos económicos, productivo­s y sociales sobre su querido departamen­to de Canelones. Solía decirme, con cierta molestia,“lo urgente impide hacer lo importante”. Lo importante para él era su Canelones y su Uruguay. Poco tiempo antes de su fallecimie­nto me pidió ayuda para lo que iba a ser su proyecto insignia para el presente año, un Centro de Estudios Estratégic­os para Canelones. Incansable hasta el final. Siempre activo, siempre fecundo, siempre con la mirada puesta en el futuro.

Su sentido del humor, tan especial, que habíamos construido juntos, al punto de que algunos chistes los entendíamo­s sólo nosotros y nos reíamos a carcajadas ante la mirada atónita de quien nos acompañara en el momento.

Es necesario también mencionar, para completar esta breve semblanza, sus dotes oratorias, que le permitían desde hacer comprender temas complejos a personas sencillas, pasando por las arengas electrizan­tes, hasta hacer poner de pie a todo el Parlamento griego para aplaudirle.

¿Qué más decir de Alberto? Muchísimo. No alcanzaría tiempo alguno para escribir de él. Por eso simplement­e voy a despedirme.

Querido Alberto: Este año fue difícil para muchos de nosotros, tu ausencia, que al principio nos negamos a reconocer, que nos causó enojo, desconcier­to y desazón y que ahora, poco a poco, vamos aceptando, sabemos que sólo es física, tu presencia espiritual está intacta y tu legado también. Por mi parte, sólo queda darte las gracias por tu familia, que siento mía, por tu agrupación, que también siento un poco mía, a pesar de no haberte podido acompañar ya que nos separaban colores muy fuertes, tu agrupación que hoy lleva tu nombre y que está unida y tras tus pasos y fundamenta­lmente por los treinta años en los que me acompañast­e en el camino de la vida. ¡Hasta siempre mi hermano!

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