Los impuestos: una cuestión de peso
El sistema tributario sirve para recaudar, es su fin principal. El ministro de Economía de cualquier gobierno mira los números mes a mes para saber cuánto dinero le ingresó para poder atender los gastos del Estado y proyectar las nuevas erogaciones que siempre le requieren.
Además, el sistema tributario tiene un subproducto que es colaborar en reducir la desigualdad social, mediante la recaudación de tributos con un sistema progresivo, esto es extrayendo más recursos de aquellos sectores que tienen mayor capacidad contributiva y no de aquellos que carecen de ella.
Pero es, además ayuda, no resuelve. Y nunca se puede perder de vista la función principal del sistema tributario: asegurar los ingresos del Estado.
El IVA o los impuestos al consumo han tenido gran aceptación en el mundo ya que es un impuesto simple, que “recauda” con facilidad y que es relativamente sencillo de controlar. Tiene un defecto horrible, es regresivo.
El IRPF o los impuestos a la renta son los que aminoran ese “efecto”. Tienen la inmensa bondad de ser impuestos progresivos pero -salvo los que se descuentan del salario- son de difícil y costosa recaudación.
Un sistema tributario tiene por lo tanto que tener un sano equilibrio entre impuestos que recauden y aseguren los ingresos del Estado pero a su vez que el sistema en su totalidad sea progresivo, que se extraigan los tributos de quienes tienen mayor capacidad contributiva. Al menos ese es el sistema ideal en un gobierno de izquierda, ya que es notorio que otros gobiernos se preocupan de “cuánto” recaudar y no a “quiénes” se les extraen dichos recursos.
Sobran ejemplos. Los gobiernos anteriores al Frente Amplio basaron su sistema tributario en un porcentaje altísimo en los impuestos al consumo y se opusieron a los impuestos a la renta; el Partido Republicano en EEUU tradicionalmente ha bajado impuestos a las empresas para reactivar la economía, hoy vemos en vivo y en directo a Donald Trump con sus reformas.
El Frente Amplio en el gobierno encaró una reforma tributaria en 2007. Se introdujo el IRPF pero lo más importante no fue el impuesto en sí, sino que la proporción de impuestos de carácter progresivo aumentó sustancialmente su participación en el conjunto del sistema. No solo se introdujeron impuestos a la renta, se bajaron sustancialmente los impuestos al consumo. En la actualidad los impuestos al consumo representan un 56% y los impuestos a la renta y al patrimonio un 43%, cuando en el pasado los impuestos al consumo superaban el 70% del total recaudado.
Se simplifico el sistema pasándose a un sistema inmanejable de más de 30 impuestos a otro de 9 más o menos significativos y pocos más que aún subsisten. Se generaron estímulos a la inversión en un sentido muy amplio que fueron la palanca de la economía en estos trece años, generando un círculo virtuoso inversión / crecimiento / empleo.
Se reformaron las dos principales administraciones fiscales del país; primero la Dirección General Impositiva (DGI) y luego la Dirección Nacional de Aduanas (DNA), ambas oficinas se encontraban en estado deprimente en recursos humanos, tecnología y transparencia. Hoy tendrán sus problemas domésticos -eso es inevitable- pero su estructura, su imagen ante la sociedad y su capacidad de responder ante las necesidades del país cambio radicalmente.
Estamos en una capacidad tributaria en niveles acordes tirando a alto. Competimos con otros países en esta materia, fundamentalmente en los gravámenes a la renta y en los de capital. Dentro de muy poco tiempo también competiremos en la tributación a las personas físicas.
En un mundo globalizado el capital es móvil, trasladándose de un lugar a otro en función de diferentes valoraciones. El aspecto tributario es una de ellas, aunque no es la única ni mucho menos. Por ahora las personas (asalariados y jubilados) son las “rentas fijas” que tienen escasa posibilidad de mudarse .... veremos hasta cuándo.
Aumentar impuestos aumenta el mal humor de los sectores afectados en su conjunto y tiene consecuencias cuando se pasa de determinado limbo. El nivel de tributación tiene que ser el adecuado para cumplir nuestros fines pero en niveles acordes de tolerancia y aceptación para que la sociedad lo entienda “razonable”.
No vamos a empezar con porcentajes y comparaciones con otros países, sería una discusión de nunca acabar y bastante inconducente. Sí es necesario remarcar como concepto que hay una fina línea que no debe traspasarse de modo de generar un desequilibrio no deseado que termine afectando el interés general.
La reforma tributaria es agenda implementada, forma parte de las reformas estructurales que el Frente Amplio ha realizado con éxito y mirando de cara a lo que resta del gobierno y las propuestas que el país espera en el futuro esta materia está aprobada.
Hay margen para mejorar aspectos de la equidad tributaria, ajustes siempre existen. Se pueden mejorar los porcentajes, se pueden proponer otras herramientas impositivas, pero lo esencial está realizado. Y lo más importante, lo que resta por hacer no le cambia la aguja a nadie, ni la vida a nadie, porque la columna vertebral ya está arriba de la mesa.
Hay otros temas que sí merecen mayor atención, algunos pendientes. La mejora en la relación entre las administraciones tributarias y los contribuyentes, sobre todo en lo que refiere a los derechos de estos últimos para ampliar la agenda de derechos; una evaluación de las reformas de las administraciones tributarias de estos últimos 10 años para conocer si es necesario cambiar algunos paradigmas ante la irrupción de las nuevas tecnologías; la integración de las tres administraciones tributarias como la DGI, la DNA y ATYR del BPS para trabajar con mayor eficiencia y coordinación; una sustancial mejora de la cooperación tributaria internacional y nuevas institucionalidades supranacionales para enfrentar con mayor eficacia el fenómeno de la globalización.
Quizás el mayor desafío sea convertir la actual reforma tributaria en una reforma estructural ya inamovible en el país, esté quien esté y gane quien gane las próximas elecciones. Esa sería una contribución formidable en términos de país.
El Frente Amplio necesita encarar nuevos desafíos si queremos demostrar a la ciudadanía que merecemos seguir gobernando este país. Poco trasmitimos si lo propuesto es más de lo mismo, o el mismo menú mejorado. Debemos ser capaces de enfrentar con decisión y audacia estos nuevos tiempos.
Los grandes desafíos del país para los próximos años son otros. La inserción internacional, la educación, la seguridad, la gestión del cambio tecnológico y vinculado a ello los temas del empleo.
Eso se llama agenda nueva, porque allí están los verdaderos talones de Aquiles que el país necesita resolver en los próximos años en tiempos adecuados y en clave de izquierda para continuar en la senda del crecimiento con equidad social.