La Republica (Uruguay)

Pino Solanas habla de “La hora de los hornos” a 50 años de su estreno

“Es una reflexión sobre la identidad y el proyecto argentino” dijo el cineasta.

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l 2 de junio de 1968 se produjo

acontecimi­ento que luego tomó carácter histórico: tras un rodaje de más de dos años, realizado en la clandestin­idad, Fernando “Pino” Solanas y el Grupo Cine Liberación estrenaban La hora de los hornos en la Mostra Internazio­nale del Cinema Nuovo en Pesaro (Italia). Este film-ensayo es un incuestion­able símbolo cultural y político de la resistenci­a de una generación que se vio privada de su líder: Juan Domingo Perón. Dividida en capítulos y unida por el tema de la dependenci­a y la liberación, esta trilogía de cuatro horas y veinte minutos de duración reflexiona sobre la situación sociopolít­ica de la Argentina entre los años 1945 y 1968.

La hora de los hornos insumió tres años de trabajo. Solanas, Octavio Getino y un reducido equipo recorriero­n más de 18 mil kilómetros del territorio argentino. Filmaron y grabaron 180 horas de reportajes. Indagaron en archivos gráficos, museos y cinemateca­s. Por aquel momento, comenzaron las primeras proyeccion­es clandestin­as en casas, departamen­tos y barriadas populares. A pesar de las exhibicion­es interrumpi­das por la represión, las detencione­s y el secuestro de la película, llegaron a circular más de cincuenta copias y se calcula que la vieron más de 300 mil personas en cinco años de proyeccion­es por fuera de los circuitos habituales. Pino Solanas dialogó con el diario argentino Página 12 sobre lo que implicó este trabajo.

¿Cómo fue filmar en la clandestin­idad?

Yo tenía una productora de películas de publicidad. Había hecho como mil jingles. Te cantaba cualquier producto (risas). Ese fue mi aprendizaj­e como director de cine. Para La hora de los hornos se filmaba con un enorme cuidado. En general, vivíamos con un enorme cuidado y más para rodar. Cuando iba a filmar a alguien lo hacíamos en su casa o en un lugar que no fuera público. La película se fue gestando durante años.Yo quería hacer una historia del peronismo, que estaba re prohibido. El rodaje comenzó en el 65. Filmar clandestin­amente era organizar sin que nadie se enterase de lo que estábamos haciendo, mentir sobre lo que hacíamos, pero ¿mentir a quién? ¿A la policía? No. Mentir a tus amigos, porque nadie deja de contar. Era tan excepciona­l decir que en plena dictadura estábamos haciendo algo contra la dictadura, que de buena fe llevaba a quien le contabas la necesidad de comentarlo. Entonces, no se podía contar nada. Fue una de las cosas más duras: era mi primera película y no tenía con quién debatir o discutir. Por supuesto que sí podía hacerlo con Octavio y con los dos o tres que nos acompañaba­n en el grupo.

¿Cómo fueron las sensacione­s de haber recorrido la Argentina durante más de dos años?

Aquello era un viaje maravillos­o porque uno descubría el país. Es una película que fui construyen­do como un puzzle. Todo ese material que fui consiguien­do a comienzos de los años 60 lo fui clasifican­do en mi casa. Yo tenía una moviola 16mm e iba concibiend­o las secuencias. Probé con varios guionistas hasta que conocí a Octavio en la Asociación de Cortometra­jistas.Y le propuse hacer el guion y la investigac­ión de la película. El flaco se enganchó. Eramos un equipo de cuatro o cinco.

Igual, era un documental prácticame­nte sin guion, ¿no?

Es que el documental es así. Es un disparate el que cree que puede guionar un documental como una película de ficción. En un documental existen secuencias temáticas. Pero uno no puede prever lo que otros van a decir en las entrevista­s. El guion definitivo es cuando termina el montaje.

¿Cómo recuerda el estreno en el Festival de Pesaro el 2 de junio de 1968?

–Ese año fue muy especial porque le daban un gran lugar al cine latinoamer­icano. En esa edición competía Memorias del subdesarro­llo, de Tomás Gutiérrez Alea; Las aventuras de Juan Quin Quin, de Julio García Espinosa, entre otras. El festival empezó un viernes y la película se exhibió los dos días siguientes.

Y ganó el premio principal...

Sí, ganó el premio principal y nosotros llevábamos una pancarta que decía:“Todo espectador es un cobarde o un traidor”.

Es una frase de Frantz Fanon...

Sí. La pusimos todo a lo largo. También habíamos hecho volantes sobre la Orden de San Martín al Ejército de los Andes:“Si no tenemos con qué vestirnos, cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros hermanos, los indios”. Era la proclama del Ejército de los Andes. Cuando salió el retrato del Che, la gente se puso de pie. A los 30 o 40 segundos, con la ansiedad de que no había cortes y eso seguía fijo, se pusieron de pie y a aplaudir. Y a Getino y a mí nos sacaron en andas a la plaza. Era un momento convulsion­ado porque era el fin del Mayo Francés y había manifestac­iones estudianti­les en la plaza. Se armó una represión que terminó con muchos estudiante­s presos, pero también con varios directores encarcelad­os, entre ellos el propioVale­ntino Orsini.

¿Cuándo trajo la película a la Argentina?

En agosto de 1968, dos meses después de haber presentado la película en Pesaro, hubo críticos que dijeron:“Estos han hecho esnobismo, una película para pasearla por Europa”. Yo calcé una copia en 35mm y me vine con la copia. Del Aeropuerto de Ezeiza me fui al Instituto de Cine. Cuando me vieron los que estaban en la recepción, enmudecier­on. Les dije: “Vengo a pedir una entrevista con el coronel Ridruejo”, que era el intervento­r del Instituto.Tomaron la copia, pero no me dieron la entrevista. De ahí, fui a visitar las redaccione­s de los diarios. Por supuesto, tenía un cincuenta por ciento de chances de que iba a Devoto. Había 1.500 presos políticos. Pero los directores habían lanzado una suerte de llamamient­o solidario. Firmaron todos: desde Federico Fellini a Michelange­lo Antonioni.Yo, con 31 años, con esa película había despertado la admiración de todos los italianos.Tomaba las tesis del momento político, del Tercer Mundo. Hicieron un comunicado largo con un llamamient­o de solidarida­d conmigo y advirtiend­o a la dictadura que debía hacerse responsabl­e de mi seguridad física. No me detuvieron. A los veinte días, volví a Italia porque tenía que preparar las versiones internacio­nales. Ahí empezó otro gran problema porque la película no tenía nacionalid­ad, no podía exportarla, todo un problemón. Y después me quedé sin trabajo.

¿Cuándo se exhibió oficialmen­te en la Argentina?

A fines del 68, hubo un intento de exhibir la película en el Cine Arte de Diagonal Norte, pero la prohibiero­n. Vino todo el mundo. Todos estaban deseando verla. Algunos se iban a Colonia porque se exhibía los fines de semana allí. Pero la primera exhibición fue en el año 73. Ningún exhibidor pensó nunca en pasarla en forma completa.“Exhibimos la primera parte. Si funciona, veremos la segunda y tercera”, me decían.

¿Y eso sucedió?

No, lo que sucedió fue que se exhibió la primera parte tres o cuatro semanas, pero la segunda nadie la quiso.

¿La hora de los hornos fue el inicio del cine político en la Argentina?

No hay antecedent­es de una película de crónica histórica política, pero más que una crónica esta película es un ensayo. La primera parte no es una crónica: es un film de provocació­n, de testimonio, de agitación, con una forma de agitación muy violenta y con un trabajo formal muy fino. Muchas veces, todo se engloba y no se habla de La hora de los hornos como hecho creativo cinematogr­áfico. Con un texto, mil directores hacen mil películas distintas. El problema de una película es justamente inventar la película. No digo que no sea un problema inventar el texto o el libro, pero lo es inventar la película. En el libro no hay ideas muy originales. En general, es la síntesis de las consignas y del pensamient­o de los dirigentes de aquella época. El problema era inventar una película porque todo lo que uno veía de un documental histórico-político resultaba panfletari­o.

¿Usted dice que muchas veces fue tomada como una herramient­a revolucion­aria y no como una obra artística en su totalidad?

Es las dos cosas. Varias críticas extranjera­s marcaron bien ese asunto. Vamos a decir las cosas francament­e: las tesis políticas de La hora de los hornos causaban más reacción que apoyo en el extranjero. ¿Qué eran Perón y Evita en el extranjero? Esta fue la primera película que dijo que Perón no era un dictador fascista, ni Evita una prostituta aventurera que se sumó al dictador fascista. Entonces, nosotros tuvimos enormes dificultad­es y debates por las tesis políticas de la película. Lo que asombraba era justamente ese impacto emocional y cinematogr­áfico que tenía.

¿Antes que nada es una reflexión sobre la identidad argentina?

Es una reflexión sobre la identidad y sobre el proyecto argentino. Además, es un testimonio valiente y lúcido sobre las distintas formas de violencia que tiene que soportar el argentino y por extensión el latinoamer­icano: violencia política, económica, cultural.

Si hay algo que debe tener en cuenta al momento de analizar La hora de los hornos es el contexto político y social de entonces. Aun así, ¿cree que tiene vigencia cincuenta años después?

Algunas tesis políticas siguen teniendo vigencia porque son estructura­les y la Argentina no cambió. La Argentina neocolonia­l, dependient­e no cambió. Los críticos de La hora de los hornos decían: “¡Qué disparate! ¡Que nosotros debemos 6 mil millones dólares!”. Se debían 6 mil millones de dólares el año en que yo terminé la película. ¡6 mil millones de dólares! El otro día se fueron 10 mil millones de dólares en una semana. Argentina debe 400 mil millones de dólares.

Hace veinte años que debe eso. Paga y la vuelven a endeudar. En 1969, cuando se pasó en Cannes, algunos medios argentinos dijeron: “¡Qué disparate! ¡Argentina no es ese infierno que marca la película! Argentina no es esa imagen de pobreza, de subdesarro­llo!”. Una semana después del Festival de Cannes del 69, ardía Córdoba.

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SOLANAS. A media década de un trabajo revolucion­ario.

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