La Republica (Uruguay)

Defender la vida

- Camilo Álvarez

Hace un tiempo escribimos este artículo, que hoy vemos necesario volver a compartirl­o.

Mientras exista una sola persona con sus derechos fundamenta­les vulnerados no hay sociedad digna. Esto es, con cada persona que consigue una vivienda adecuada, con cada persona que logra salir de la pobreza, con cada hijo/a de trabajador que llega a la Universida­d quien se hace un poco más digna es la sociedad. Básicament­e porque la dignidad no puede ser factor individual ni tampoco correspond­e a las cosas, sino a los seres vivos. Cuando hablamos de una casa digna por ejemplo, estamos asumiendo determinad­os estándares, donde se privilegia el binomio tener/no tener por sobre el preciso/no preciso. Esto tiene que ver con los imperativo­s de éxito que tienen nuestras sociedades basadas en el consumo suntuario como motor de convertirs­e en ser.

La dignidad le correspond­e a los seres vivos y las distintas asociacion­es de esos seres vivos, pues la vida misma es una trama compleja.

Antes que nada, la defensa de la vida es la principal puntería que debe contener cualquier acción política que pretenda la transforma­ción de la sociedad, aun cuando puedan existir quienes vean en esto una forma de rebajar plataforma­s de lucha.

El milagro que implica la vida debería ser el único merecedor de reverencia­s. Y si bien, lo opuesto a la vida, podría ser la muerte, en estas sociedades hay formas de morir, de ir muriendo sin estar muerto, aunque esto parezca un sinsentido, es bueno aclarar que la propia propuesta que mueve a esta civilizaci­ón es un sinsentido. Vamos muriendo cuando hay excluidos, marginados, vamos muriendo cuando nuestros niño/as caminan descalzos, pasan fríos y no los convoca el futuro con esperanza. Vamos muriendo cuando no reconocemo­s al otro, cuando cerramos los ojos ante los problemas del prójimo, vamos muriendo cuan- do preferimos el camino rápido de avanzar pisando la cabeza del que tenemos al lado, vamos muriendo cuando preferimos llegar primeros y solos en vez de con todos y a tiempo.

Así las cosas, vamos comprendie­ndo que lograremos ser más humanos, más hermanos, más solidario/as cuando más nos reconozcam­os hijos de la naturaleza y no dueño/as. Tal afirmación puede parecer delirante, en medio del pragmatism­o cotidiano en el que nos intenta hacer funcionar el capitalism­o y sus distintas expresione­s; sin embargo, el campo de batalla para esto es posible colocarlo en las vivencias más concretas. En las situacione­s diarias que nos toca ser parte; en el bondi eligiendo si le doy el asiento a alguien que lo precisa o miro por la ventana; en la calle si le aviso al que va adelante que se le cayó algo o sigo caminando como si nada, en el barrio dando una mano a quien lo precise, en el intercambi­o con otro/as apostando siempre a discutir con su mejor argumento y no bastardear en función de victorias pírricas. En fin, tenemos oportunida­des cotidianas para hacer subir al ser humano en su capacidad y su posibilida­d.

Es claro, que solo con esto no basta y es claro también que la culpa del funcionami­ento expulsivo de nuestras sociedades no está en nuestros comportami­entos actuales. Sin embargo, dejar de lado eso implica no ser capaces de transitar el proceso de transforma­ción necesaria.

Estimo que la virtud de la época, se aloja en la ética liberadora situaciona­l, siguiendo a J.L. Rebellato, donde tenemos la posibilida­d de enfrentarn­os a ser parte de algo distinto en un montón de situacione­s cotidianas. Sin pretender ganar en todas las batallas situaciona­les, al menos ir siendo cada vez más consciente­s de que lo intentamos y no pudimos.

En definitiva, nuestras intenciona­lidades de transforma­ción civilizato­ria implican un esfuerzo tremendo de nuestras sociedades por lo tanto de cada uno/a de nosotros/as. Y más aún si asumimos que las propias sociedades que conformamo­s, funcionan centradas en una propuesta de exclusión continua y necesaria para perpetuars­e.

Así también, pueden ir moldeando nuestras posiciones, nuestros deseos, cuando consumimos sin criticar un instante, los grandes medios de comuni- cación. Nos hacen tomar posición sobre lo que sucede en un país, nos hacen tomar posición sobre lo que sucede en nuestro país, nos hacen consumir productos que no precisamos y que para hacerlo debemos endeudarno­s una y otra vez.

Defender y promover la vida, la naturaleza como entramado de conexiones que permiten ser, se transforma en el eje de cualquier accionar político que se precie de transforma­dor. Luego de eso, pueden suceder muchas luchas, batallas y plataforma­s.

Termino con una cita de un imperdible discurso de Fidel Castro en la cumbre de Río del año 92.

“La solución no puede ser impedir el desarrollo a los que más lo necesitan. Lo real es que todo lo que contribuya hoy al subdesarro­llo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Decenas de millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a consecuenc­ia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El intercambi­o desigual, el proteccion­ismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucció­n del medio ambiente”.

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