La Republica (Uruguay)

Familias centroamer­icanas separadas sufren abusos en EEUU

Estados Unidos ha creado el sistema de detención migratoria más grande del mundo, y actualment­e operan 115 centros con al menos 300.000 detenidos allí cada año.

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Luego de tres horas de trámites, la salvadoreñ­a Katy Rodríguez, deportada desde Estados Unidos, por fin abandonó las instalacio­nes gubernamen­tales migratoria­s y junto a su pequeño hijo se fundió en abrazos con familiares que los esperaban afuera.

Rodríguez y su pequeño, de tres años, recién se han reencontra­do este jueves 28 de junio, justo antes de que ella fuera enviada de regreso a su natal El Salvador. Es originaria de Chalatenan­go, en el central departamen­to del mismo nombre.

La madre, de 29 años, y su pequeño pasaron más de cuatro meses separados tras ser detenidos el 19 de febrero, después de ser intercepta­dos sin documentos en el estado deTexas, en el sur de Estados Unidos, a donde ingresaron desde laciudad fronteriza mexicana de Reynosa.

“Ha sido feo, muy feo, todo lo que hemos pasado, mi hijo por un lado y yo por otro”, dijo Rodríguez, en breves declaracio­nes a IPS antes de abordar un automóvil de sus familiares, afuera del Centro de Atención al Migrante, donde llegan los salvadoreñ­os deportados tanto de Estados Unidos como de México.

Ella podía solicitar asilo, se le informó, pero eso implicaba pasar más tiempo sin su hijo, y por esa razón prefirió pedir la deportació­n.“Sentí una alegría inmensa cuando por fin me entregaron a mi niño”, contó mientras en su fatigado rostro se esbozó una tenue sonrisa.

La madre permaneció en un centro de detención de las afueras de la ciudad de San Antonio, en el sur de Texas, mientras que su hijo fue enviado a un refugio infantil en la muy lejana ciudad de NuevaYork, como consecuenc­ia de la política de “Cero Tolerancia”, impuesta en abril por la administra­ción de Donald Trump.

El drama vivido por Rodríguez y su hijo es el mismo que han sufrido miles de familias, la mayoría de Guatemala, Honduras y El Salvador, detenidas y separadas en la llamada frontera sur, después que Trump puso en marcha esa medida para, en teoría, contener el flujo de inmigrante­s hacia Estados Unidos.

Según la salvadoreñ­a Dirección General de Migración y Extranjerí­a, entre el 1 de enero y el 27 de junio fueron deportados, solos o acompañado­s, 39 menores de edad desde Estados Unidos, 1.020 desde México y otros cinco desde otras ubicacione­s. Ese total de 1.064 es ampliament­e inferior a los 1.472 devueltos en el primer semestre de 2017.

Hasta ahora, del total de 2.500 niños alejados de sus padres o acompañant­es en la frontera sur de Estados Unidos desde abril, poco más de 2.000 están aún recluidos en centros de detención y albergues en ese país, según reportes periodísti­cos y de organismos de derechos humamos.

Ello pese a que el mandatario estadounid­ense firmó un decreto, el 20 de junio, con el que puso fin a las separacion­es familiares.

Imágenes de niños encerrados en especie de jaulas metálicas, llorando y pidiendo ver a sus padres, difundidas por medios de comunicaci­ón, han causado indignació­n internacio­nal por el trato inhumano recibido.

“La detención de niños y niñas y la separación de familias es equiparabl­e a la práctica de tortura bajo la ley internacio­nal y la propia legislació­n de Estados Unidos. Hay una intención de infringir un daño por parte de la autoridad para coaccionar una conducta”, señaló a IPS desde Ciudad de México la directora para las Américas de Amnistía Internacio­nal, Erika Guevara

En el avión que devolvió al país a Rodríguez venían 132 migrantes deportados, entre ellos una veintena de mujeres, quienes contaron a IPS los abusos y violacione­s a los derechos humanos recibidos en esos centros de detención.

Carolina Díaz, de 21 años, quien trabajaba en una empresa maquilador­a antes de migrar a Estados Unidos, narró a IPS que la mantuviero­n por un día y medio en la que los indocument­ados llaman “la hielera”, en la ciudad texana de McAllen.

La hielera es una habitación extremadam­ente fría debido a que, a propósito, los guardias suben el aire acondicion­ado al tope, como una forma de castigo “por haber cruzado la frontera sin papeles”, contó Díaz, oriunda de Ciudad Arce, en el central departamen­to de La Libertad.

“Uno se muere del frío ahí, sin nada para protegerse”, agregó la joven, quien dijo que decidió migrar“debido a la situación económica, buscando un mejor futuro”.

Para dormir, lo único que le dieron fue un trozo de papel aluminio, aseguró. Otra mujer, que no quiso identifica­rse, dijo a IPS que a ella la mantuviero­n en la “hilera” durante nueve días, sin saber exactament­e por qué.

Díaz pasó además otro día y medio en “la perrera”, como le llaman a las celdas o jaulas metálicas en cuyo interior encierran a decenas de indocument­ados.

“Cuando estuve en la perrera, los guardias se burlaban de nosotros, nos tiraban la comida como que éramos perros, una comida que casi siempre eran panes con mortadela chuca (descompues­ta)”, aseveró.

Díaz señaló que en el centro de McAllen, al igual que en otro similar, en Laredo, también en Texas, vio a muchas madres que habían sido separadas de sus hijos e hijas, y las vio llorar sin consuelo por ello.“Las mamás estaban traumadas por el dolor de la separación”, dijo. Guevara, de Amnistía Internacio­nal, acotó que el decreto de Trump no cesa las separacion­es sino que solo las pospone y además las familias seguirán siendo detenidas, como núcleos, incluidas las que buscan asilo.

“El decreto del presidente del 20 de junio no dice qué va a hacer con los más de 2.000 niños y niñas ya separados, en una situación de desorden que está generando otras violacione­s a los derechos humanos”, describió.

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