La Republica (Uruguay)

La regionaliz­ación como estrategia

- Camilo Álvarez

El modelo centralist­a sobre el que se construyó el país ya no tiene sentido (si es que alguna vez lo tuvo) y no permite avanzar ni en desarrollo, ni en construcci­ón de mayores niveles de soberanía, ni en etapas superiores de integració­n regional. Sin construcci­ón de mayores niveles de soberanía, de poder nacional, no podemos avanzar en mayores niveles de poder popular.

Considero por eso que la regionaliz­ación del país es un determinan­te estratégic­o que debemos acompañar e impulsar activa y militantem­ente.

Uruguay, tiene una larga trayectori­a en esto de la conformaci­ón de sus regiones, que muchas veces tuvieron más que ver con la necesidad de acuerdos políticos y religiosos que con una visión estratégic­a sobre el asunto. Es una discusión que ha tenido marchas y contramarc­has en nuestra historia, incluso antes de existir ser pensado como país.

Una de las miradas originales al respecto de las regiones en lo que hoy es el territorio uruguayo, la tuvo José Artigas. En su proyecto político, económico y filosófico (aún inconcluso); el territorio adquiría una validez en cuanto al desarrollo de la felicidad de los pueblos y de sus identidade­s. Además de una visión vinculada a las capacidade­s de ese extenso territorio que eran las provincias de la Liga Federal. El Reglamento de Tierras y el reglamento de derecho aduanero fueron de una gran relevancia para la configurac­ión y disposició­n territoria­l de esta zona por aquellos tiempos.

Se crean 6 departamen­tos al sur del Rio Negro, con una visión de integració­n a la propuesta Federal, al tiempo que se toman las tierras de los“malos europeos y peores americanos”. Notorio entonces, que en Artigas la ordenación del territorio estaba íntimament­e vinculada al desarrollo de las capacidade­s de lo/ as ciudadano/as y a la construcci­ón de soberanía. Eran intentos fuertes de construcci­ón de Poder Nacional y popular (valga la redundanci­a en el contexto actual).

Luego, invasión portuguesa y los 33 orientales, declarator­ia de la independen­cia, primeros años de la vida de Uruguay como país, generaron distintas visiones y definicion­es al respecto, algunas que intenciona­lmente intentaron (y lograron) revertir aquellos postulados artiguista­s. Otras que, esforzándo­se no pudieron ir contra la misma historia y naturaleza del desarrollo de la ya instalada República Oriental del Uruguay.

Otras divisiones regionales devinieron, consecuenc­ias de la ramificaci­ón comunicaci­onal terrestre que se fueron construyen­do. El país estructura­do para que el campo alimente a la capital y su puerto. A la vez que este entramado de rutas se relaciona directamen­te con Brasil (Rio grande) y Argentina (Bs As). Estas conexiones terrestres, que estructura­n la regionaliz­ación práctica y cotidiana del país, se conjuga en los hechos con la señalética marítima a través de los distintos Faros en las costas. Así se fue gestando ese país que se nutría del campo al mismo tiempo que le daba la espalda al campo y lo rural. Generándos­e una deuda histórica con el interior que llega hasta hoy. Que apenas si es contrarres­tada por la llegada de la electrific­ación a los poblados más pequeños, por la reglamenta­ción de las 8 horas para los trabajador­es rurales, etc.

La ganadería jugó un papel fundamenta­l en nuestros orígenes. En términos de ordenamien­to del territorio tuvo un fuerte impacto. Sobre todo a partir de la instalació­n de los primeros frigorífic­os. No solo por el tipo de predio, su ubicación y caracterís­ticas, sino además, por la necesidad de contar con caminos de salida de su producción, en su mayor parte hacia la exportació­n.

Decía alguien que la ante última tecnología aplicada a la ganadería había sido el alambramie­nto de los campos. Que tuvo mucho que ver con el desarrollo posterior de los frigorífic­os, de la creciente instalació­n de “pueblos” o asentamien­tos en las cercanías a los emprendimi­entos ganaderos.

La mayor parte del reparto administra­tivo-político de nuestro país tuvo más que ver con repartos de poder al interior de la oligarquía, que con concepcion­es políticas de desarrollo productivo del país. Y este es elemento central por el cual hoy consideram­os que la regionaliz­ación del país tiene un carácter estratégic­o. Cuando Pepe asumió la Presidenci­a, planteó la figura de coordinado­res regionales, como impulso, que quedó trunco luego de críticas que vinieron desde los partidos tradiciona­les.

En 1830, el Uruguay tenía 9 departamen­tos. El paso a los 19 departamen­tos es necesario estudiarlo tranco a tranco. No fue solo la cantidad de caudillos locales que surgieron lo que llevó al desarrollo de nuevas divisiones administra­tivas. La falta de una estrategia clara de desarrollo como país, la ausencia de políticas nacionales claras de integració­n a la región y al mundo tuvo más peso. La oligarquía pudo ir resolviend­o problemas de desorden interno repartiend­o nuevas administra­ciones. Pero no tuvo nunca una estrategia clara de desarrollo. Siempre le sirvió a los poderosos del mundo en las estrategia­s que ellos tenían.

De todas formas nuestro país se configuró de esta forma, lo que a la larga con distintas reglamenta­ciones y legislacio­nes, resultó en una manera de distribuci­ón administra­tiva y política a nivel nacional.

Entre 1908 y la Constituci­ón de 1934, se determina que los distintos departamen­tos tendrán un intendente y como órgano legislativ­o una Junta Departamen­tal. Además de crear Juntas Locales en distintos lugares.

Es claro que en la estructura­ción territoria­l del país tuvo una influencia importante las vías férreas, como ya lo mencionamo­s, que comenzaron a sustituir al sistema de postas.

El desarrollo de barcas por el río Uruguay y el aumento de su navegabili­dad, incluso más allá de Salto permitiend­o otras conexiones, pueden servir hoy como plataforma­s interesant­es para pensar otras formas de organizaci­ón administra­tivo-políticos y geográfica­s en el país.

Hoy el país cuenta con un tremendo desarrollo de conectivid­ad a partir de la fibra óptica y otras políticas que ha desarrolla­do el Ministerio de Industria y Antel, lo que permite una rápida y masiva posibilida­d de intercambi­o de informació­n, trámites y funcionami­ento de organizaci­ones, públicas y privadas en distintos puntos del país.

Por otro lado, las leyes de descentral­ización, la de ordenamien­to territoria­l y la de aguas permiten repensar la gestión de regiones en el país de una manera mucho más cercana a la población innovando en atajos necesarios y posibles ante delimitaci­ones jurídicas-administra­tivas existentes.

Otro motor de la regionaliz­ación es, sin duda UdelaR y la UTEC que permite acompañar y generar capacidade­s para el desarrollo en el interior del país.

La conformaci­ón de planes regionales es también una necesidad, siempre que pueda derribar comportami­entos burocrátic­os, que muchas veces paralizan el beneficio de la población de algunos lugares de nuestro país. Esto tiene que ver con un marco concreto para que las regiones del país se piensen y planifique­n identifica­ndo beneficios y capacidade­s.

El área metropolit­ana como idea, propuesta y concepto precisa primero que nada“des-montevidea­nizarse”, es decir, asumir que es una región con un peso muy fuerte en el país, y a la vez con tremenda responsabi­lidad, vinculada a comprender­se como parte del país y a ser promotora de una regionaliz­ación que en términos generales le quitará protagonis­mo. Sin embargo, es parte de la deuda histórica que tenemos con el Interior. En este sentido el peso absoluto y simbólico que tiene Canelones es innegable y además de reconocerl­o hay que promoverlo.

Consideram­os que se deben seguir generando las condicione­s para que surja una efectiva regionaliz­ación transversa­l y dinámica del país, que permita un desarrollo amplio y diseminado. Debemos construir múltiples centralida­des que permitan al Uruguay crecer desde varios lugares.

Repensando la organizaci­ón administra­tiva y política, debemos jerarquiza­r las regiones en tanto diseño de políticas, fomento de participac­ión, complement­ación productiva-educativa, desarrollo de investigac­ión especializ­ada, entre otras cosas.

Pero, por sobre todo pensando en descentral­izar. No es posible descentral­izar sino se establecen claramente las relaciones que se pretenden entre lo central y lo descentral­izado. Las cosas a medias tintas siempre perjudican a los procesos de descentral­ización. Pensar la descentral­ización en tono participat­ivo, donde la sociedad sea protagonis­ta en la construcci­ón cotidiana del futuro.

La descentral­ización como proceso y como destino, implica y obliga a pensar los procesos de participac­ión, genuinos, sin intermedia­rios y donde se puedan plasmar modelos de gestión en los que la gente defina las cosas que realmente importan. Debemos construir e impulsar el desarrollo local siempre que sea de carácter comunitari­o. Lo que implica también construir comunidad.

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