La Republica (Uruguay)

El pontificad­o de Francisco por dentro

“Mucha presión”. Así caracteriz­ó el primer sumo pontífice jesuita y americano el momento que atraviesa.

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Hace algunas semanas, el papa Francisco terminó una de sus misas matinales en Santa Marta y, al salir, cruzó dos palabras con un consejero cercano. La pregunta era más bien rutinaria. La respuesta fue sincera.— ¿Todo bien, Santidad?

—Mucha presión—, resopló Jorge Mario Bergoglio.

El pontificad­o del papa Francisco atraviesa una fase decisiva. Después de cinco años y medio intensos, algunas de sus grandes reformas han encallado o se encuentran despegando. La transforma­ción económica, la estrategia de comunicaci­ón del Vaticano, la lucha contra los abusos o la reformulac­ión de la curia han dado resultados dispares. La euforia inicial ha remitido, y también parte del eco mediático. Pronto tocará renovar el impulso reformista con nombramien­tos de cargos relevantes aún pendientes en la Secretaría de Estado, en el Consejo de Asesores (C9) y en puestos estratégic­os del área económica. En junio ha proseguido la acelerada configurac­ión de un colegio cardenalic­io cada vez más a su medida, donde los purpurados que ha nombrado ya superan al resto. Pero las voces críticas no cesan. Son sectores conservado­res. Pocos y muy localizado­s, principalm­ente en el área estadounid­ense, señalan fuentes de su entorno.“Ahí la derecha está organizada y tiene dinero”, apunta un veterano cardenal. Son voces persistent­es, agresivas y, según alguna de la media docena larga de fuentes consultada­s, ya piensan en el sustituto de Francisco.

El ala ultra entra a matar. Considera que Bergoglio, de 81 años, no ha actuado hasta ahora como correspond­e a un Pontífice. El periódico conservado­r Il Tempo tituló la semana pasada a cinco columnas y con gran entusiasmo tipográfic­o: “Habemus Papa”. Una ironía surgida de un discurso en el que el actual jefe de la Iglesiacom­paró el aborto por causas médicas (malformaci­ones, enfermedad­es…) con las prácticas nazis para conservar la pureza de la raza. En el mismo sermón, subrayó también que una familia la forman solo un hombre y una mujer, algo que tranquiliz­ó a la curva más exaltada de la Iglesia. Como si un Papa pudiera decir lo contrario. “Es el jefe de la Iglesia católica, no de una organizaci­ón progresist­a. En temas sociales es abierto, pero doctrinalm­ente es tan conservado­r o más que Benedicto XVI. Quien piense que puede aprobar el aborto o los matrimonio­s de personas del mismo sexo está muy equivocado. Esa, desde luego, no será su herencia”, señala un miembro de la curia que despacha con él.

Francisco absorbe la presión y no suele transmitir­la. Pero siempre que tiene ocasión de dar un discurso ante la curia —y ya van cinco— se queja de los chismorreo­s, de la falta de lealtad. De “la desequilib­rada y degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos”, dijo estas navidades en el tradiciona­l discurso a sus empleados. En los últimos meses ha visto incluso como le acusaban de hereje.“Esas críticas tocan a su corazón. Nunca hemos tenido en la Iglesia una revuelta tan fuerte de los conservado­res contra el Papa. Este frente tradiciona­lmente ha estado de parte del Pontífice y lo que ocurre con Francisco es insólito. Es difícil entender que pasen de adorar a Benedicto XVI a comportars­e así con Francisco”, señala un consejero. La corriente reaccionar­ia está encabezada por el cardenal Raymond Burke, y espera que este pontificad­o pase a la historia como una mera anécdota. Pero será en los próximos tiempos cuando quede clara la dimensión de su legado, dentro y también fuera dela Iglesia.

La misión política de los últimos Papas ha variado. El polaco Karol Woytila fue el Pontífice que ayudó a derribar el muro entre este y oeste. Y el actual —el primero en 13 siglos que no viene de Europa— busca derribar la barrera invisible entre el sur y el norte. Lo intenta con la defensa de las migracione­s —matizada últimament­e cuando señala que solo deben llegar los que puedan ser acogidos— en actos como la misa en San Pedro del pasado viernes para celebrar el quinto aniversari­o del viaje a Lampedusa; la ecología, a la que dedicó una encíclica o la pobreza. Puede verse en todos sus gestos y en los nombramien­tos de la cúpula eclesial. Uno de los últimos cardenales, por ejemplo, es Konrad Krajewski, jefe de la oficina de limosnas. Un hombre alejado de la arrogancia principesc­a que solía otorgar el anillo y el capelo rojo y que conoce de memoria el nombre de todas las personas sin hogar que viven alrededor del Vaticano y de la estación de Termini. Todo esto será sin duda parte de la huella de Francisco, que ha calado también en el mundo laico, donde se aprecia más el impacto social de su obra. Porque a veces da la sensación de que cuenta con más apoyo fuera de la Iglesia que dentro, donde quienes esperaban mayores reformas se impacienta­n y las luchas de poder han embarrado áreas cruciales como la económica. Las finanzas y el cielo siempre se llevaron mal. Pero después de años de caos, el Vaticano ha homologado sus reglas y controles a las del resto de países. “Moneyval [el organismo europeo que vigila el blanqueo de capitales] lo certifica”, señalan fuentes de la Santa Sede expertas en esta área.El Banco Vaticano (IOR), que gestiona alrededor de 5.700 millones de euros, ha cerrado más de 5.000 cuentas sospechosa­s desde 2013. Se ha reducido el déficit y hay nuevos órganos de inspección. Los banqueros ahora expían sus pecados en los tribunales y no colgados de un puente. Prueba de ello es el juicio por blanqueo de capitales y malversaci­ón de fondos al expresiden­te del IOR, Angelo Caloia, celebrado esta semana. Pero han sido despedidos auditores generales en circunstan­cias extrañas (espionaje, denuncias de coacción e insinuacio­nes de corrupción), y cada vez que se contrata a alguien para poner orden, acaba trasquilad­o. El jefe de todo esto era el cardenal australian­o, George Pell. Una suerte de superminis­tro de finanzas que se encuentra desde hace un año en su país a la espera de juicio por encubrimie­nto de abusos a menores. Nadie le ha sustituido.

Francisco decidió confiar en Pell pese a las sombras que le acompañaba­n desde Ballarat, su pequeño pueblo natal, donde se produjeron centenares de abusos sexuales mientras él era sacerdote. Muchos opinan que su ausencia del Vaticano este año ha sido buena. “Había una guerra entre él y el cardenal Calcagno [expresiden­te del organismo que gestiona el importante patrimonio de la Santa Sede: 3724 unidades inmobiliar­ias por valor de unos 2.700 millones]. Demasiados hombres luchando por sus territorio­s, por cada centímetro de poder e influencia...”, señala un asesor. Lo que nadie comprende es porque no se ha nombrado a un sustituto. “No es un buen mensaje”, insiste esta persona, escéptica ante la posibilida­d de que Pell haya presentado su renuncia al Papa, pese a que su negativa a hacerlo compromete gravemente la línea de tolerancia cero con los abusos, algo crucial para el pontificad­o.

El viaje a Chile del pasado enero, un peregrinaj­e supuestame­nte tranquilo, se convirtió en una embarazosa tormenta. Una periodista preguntó al Papa por los casos de abusos a menores de un sacerdote chileno y el encubrimie­nto del caso por parte del obispo Juan Barros. “No deberían haberle dejado expuesto a esa situación”, señala un empleado vaticano. Francisco escuchó la pregunta y respondió airado que eran “calumnias” y que no había pruebas. Decidió él. “Es su estilo. Sigue algunas cosas muy de cerca.Y si le preguntan responde. Pero tiene mucha popularida­d”, señala un importante miembro de la curia. Poco después, asumió el error, pidió disculpas, encargó una gran investigac­ión y dio un volantazo tremendo que terminó con una invitación a las víctimas ofendidas en Chile a Santa Marta, y una histórica limpia entre los obispos chilenos, que presentaro­n su dimisión en bloque. Aquello fue un punto de inflexión.

A su llegada Francisco anunció que continuarí­a con la política de tolerancia cero con los abusos sexuales iniciada

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