Es escudo de la fe en Argentina
U(Página 12)
na consigna que históricamente ha recorrido las marchas del orgullo en la Argentina –separación de la Iglesia del Estado– vuelve a ocupar las calles y se hará oír a las puertas del Congreso mientras en el Senado se discuta la ley de despenalización del aborto. La necesidad de separar las creencias de los derechos de la ciudadanía aparece como una cuestión a favor de las vidas vivibles. ¿Qué significa y qué efectos tiene la apostasía colectiva que se está convocando para este miércoles?
A esta altura, las (no siempre tan altas) discusiones públicas alrededor de la legalización del aborto logran concentrarse en dos miradas del mundo que si bien traspasan la General Paz, no van más allá del par “feminismos/autonomía de los cuerpos/salud pública” de un lado e “iglesia católica/creencias personales” del otro. Imbricados con la disidencia sexual, los feminismos despliegan argumentos de una racionalidad absolutamente ausente en quienes se oponen a la interrupción voluntaria del embarazo.
Vale decir, Abeles Albinos hay muchos y de diferente intensidad en su porcelana constitutiva. Lo que los une no es una epistemología ni un marco teórico; ni siquiera se autoconvocan a partir de experiencias personales. Los une la Santa Sede. Sus creencias y su particular interpretación del mundo (no actual). Son los mismos que hace 8 años, durante los debates en torno al matrimonio igualitario, fueron soldados de una “guerra de Dios”. Actuaron también en contra de la ley de fertilización asistida y la ley de muerte digna.
Hoy, seguros de no poder garantizar ya “familia natural” alguna, a la hora de combatir no preservan ni al preservativo. En este marco, debe llamar la atención la amplificación de una consigna que siempre estuvo presente en cada Marcha del Orgullo LGBTTIQ+: “Separación de la iglesia del Estado”. “Iglesia y estado, asunto separado” sonó, palabras más, palabras menos, con la ley del divorcio en 1987 y sonó en 2010 mientras se discutía la ley de matrimonio igualitario.
La intervención de la iglesia en la sexualidad -y no sólo en los colegios de curas con las consecuencias más aberrantes ya conocidas- sino en la determinación de lo que es lo natural y lo pecaminoso por fuera de los claustros, su intervención directa en el señalamiento ominoso de las sexualidades disidentes ha sido sentido con creces así como también señalado por parte de esta comunidad. Ahora, las redes sociales, las mareas en las calles y entonces también el Congreso Nacional, impulsan proyectos concretos para desarticular un vínculo demasiado inextricable, estipulado con suma ambigüedad en el artículo 2 de la Constitución:“El gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Entonces, decir “aborto” también es denunciar, por ejemplo, la sepultura de la ley de educación sexual integral sancionada en 2006, por ejemplo y dentro de una larga lista en la que se nota la cola de la Iglesia operando en contra de lo que vota la ciudadanía.