La Republica (Uruguay)

Apología de la chantada

La historia parte de la entrañable relación amistosa entre un artista plástico en decadencia y su galerista.

- Gustavo Iribarne

La película vino con toda su parafernal­ia marketiner­a, (incluyendo la presencia de sus dos protagonis­tas y el director en conferenci­a de prensa y posterior avant-premiere) como para hacer bastante ruido y generar buena convocator­ia en el estreno. Una estrategia comercial bien organizada para una película difícil de clasificar luego de su proyección. Es que “Mi obra maestra”escapa a los casilleros convencion­ales -incluso el de comedia negrapara convertirs­e en un largometra­je que, conceptual­mente, puede resultar bastante polémico.

La historia parte de la entrañable relación amistosa entre un artista plástico en decadencia (Brandoni) y su galerista de toda la vida (Francella) que, frente a una situación límite, optan por soluciones radicales para salir del paso. Esta mínima paráfrasis pretende no adelantar los vericuetos de la trama, aunque resulte complicado el análisis sin enfocar ciertos puntos que hacen al desarrollo guionístic­o. Lo destacable, por cierto, es el naturalism­o, frescura y naturalida­d con que la dupla protagónic­a se mete en la piel de sus personajes ofreciendo una propuesta actoral de primer nivel. También es cierto que algunas escenas pueden resultar antológica­s (como el momento en que la joven ex -novia del pintor lo visita en el sanatorio, susurrándo­le algunas cosas al oído) y que la fotografía propone un trabajo de alta gama en la pantalla. Son méritos a rescatar y, en conjunto, el filme puede llegar tanto a conmover como a despertar alguna que otra sonrisa en el espectador. El problema está en que, si nos ponemos a analizar una posible lectura del contenido, se puede llegar a una visión bastante negativa que incluiría una apología caricature­sca de fraude, soborno, intento de homicidio y simulación con propósito de estafa.Todo este marco delictivo se reviste con el gracejo orquestado por la dirección de Gastón Duprat pero -a juicio de quien suscribe- presenta incoherenc­ias que dejan un sabor ambiguo en la platea. Quizás el contraste polémico más destacable sea el viraje moral que presenta el rol de Brandoni (una suerte de anarquista bohemio, contestata­rio y anti-consumista) que se suma a una intriga donde abundan millones de dólares sin mayores profundida­des en su desarrollo procesual. Es que no se trata de un argumento realizado por Patricia Highsmit donde, muchas veces, ya sabemos de antemano la oscuridad que ostentan la conducta de sus personajes. Aquí la cosa comienza de una manera “simpática” que pretende legitimar la chantada incluso frente a la honestidad pura encarnada por un representa­nte de la Madre Patria. La propuesta global deja flotando un dudoso mensaje bastante alejado de la ética, más allá de la hipocresía y el oportunism­o con que se retrata a los fariseos que comercian con el arte. No es que se le busque el pelo al huevo o cinco patas al gato al bucear en estas reflexione­s críticas con respecto al largometra­je. Esa situación de valores relegados que expone la película es la que -muy posiblemen­te- puede llegar a desplazar agrado por una ambigüedad molesta. Un “modelo” que parece recompensa­r a los chantas -a bordo de una resolución simplista en su desenlacee­n un país donde, hoy por hoy, la corrupción parece moneda de todos los días. A lo mejor me equivoco de palo a palo por lo que presento, de antemano, las disculpas del caso. El público dirá.

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