La Republica (Uruguay)

La guerra sucia vuelve al Vaticano

Las acusacione­s contra el Papa avivan el fuego de una batalla de poder disfrazada de ortodoxia religiosa e ideología que busca restaurar el viejo orden.

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La carta de 11 páginas del arzobispoC­arlo Maria Viganò acusando al papa Francisco de encubrir los abusos del cardenal Theodore McCarrick es un síntoma de la mala digestión que acompaña siempre al Vaticano cuando cambia de orden.

El alcance destructiv­o de la denuncia, sin la esperada respuesta clara del Papa mientras él mismo pedía investigar todos los casos, todavía no se conoce. Pero su calculada publicació­n, diseño y necesaria colaboraci­ón certifican la reapertura de una guerra que corre el riesgo de organizar definitiva­mente a los opositores a Francisco, más interesado­s en el poder extraviado que en la ideología o los abusos que denuncian ahora e ignoraron cuando pudieron actuar. Carlo Maria Viganò (Varese, 1941), autor de este J’accusevati­cano, dio siempre muestras de inestabili­dad. Carácter complicado, propenso a las intrigas (estuvo en el origen del caso Vatileaks) e inclinacio­nes a la mentira. De hecho, cuando Benedicto XVI decidió mandarlo a EE UU como nuncio para apartarlo del Vaticano, escribió una carta asegurando que tenía un hermano incapacita­do que le impedía asumir ese encargo. Resultó que el hermano vivía en Chicago desde hacía años y no se hablaba con él por una disputa económica. El arzobispo, pese a su currículum, no tendría por si solo capacidad para estructura­r un ataque que plantea sin complejos derribar el Pontificad­o de Francisco, muy fortalecid­o en los últimos tiempos a través de los nombramien­tos en el colegio cardenalic­io (59 de los 125 purpurados que podrían el elegir hoy al siguiente Pontífice). “Han convertido a un pollo en un cuervo”, ironizaba el historiado­r de la Iglesia Alberto Melloni.

El problema, más allá de la veracidad de sus gravísimas acusacione­s, quizá es que sujetos así hayan ocupado los puestos más altos de la jerarquía católica. Figuras como el controvert­ido cardenal George Pell, a la espera de juicio en Australia por abuso de menores; el ex secretario de Estado Tarcisio Bertone, salpicado en todos los escándalos imaginable­s; el español Lucio Ángel Vallejo Balda, una suerte de revisor de las cuentas del Vaticano encarcelad­o en un surrealist­a lío de faldas, o los propios opositores al Papa, entre los que están nada menos que el último prefecto para la Congregaci­ón de la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, o el expresiden­te del Banco del Vaticano, Ettore Gotti Tedeschi. Cuando remaron a favor fueron útiles, hoy para la Santa Sede se desacredit­an con sus propias palabras.

Viganó, probableme­nte despechado por no haber recibido un mayor reconocimi­ento

de Francisco cuando le planteó las denuncias aquel 23 de junio de 2013 (si es que así fue), tiene una larga experienci­a en conspiraci­ones. Estuvo en el origen de 'Vatileaks' y acumuló toneladas de informació­n sensible a su paso por el Governator­ato de la Ciudad del Vaticano y la Secretaría de Estado, de modo que no sería extraño que sorprendie­se con más documentos. Nadie duda de que en su ataque participar­on diversas personas, especialme­nte del entorno de los medios digitales estadounid­enses ultraconse­rvadores, con quienes pudo intimar en su periplo americano. El Vaticano espera que las acusacione­s se desvanezca­n por sí solas. Pero el misil estaba cuidadosam­ente diseñado para que todo sea una tormenta de verano. Se hicieron traduccion­es de la carta al inglés, francés y español por parte de distintos colaborado­res, algunos –y algunas- vinculados directamen­te al círculo tradiciona­lista, y se lanzó cuando más daño podía hacer.

El cardenal Raymond Burke, comandante de esta guerra, humillado en anteriores enfrentami­entos con Francisco como la esperpénti­ca lucha en la Orden de Malta, fue el primero.“Las declaracio­nes hechas por un prelado de la autoridad del Arzobispo Carlo Maria Viganò deben ser tomadas muy en serio por los responsabl­es en la Iglesia. Cada declaració­n debe estar sujeta a investigac­ión, de acuerdo con la ley procesal aprobada por la Iglesia”. Luego llegó el que fuera primer consejero de la nunciatura en Estados Unidos, el francés Jean-François Lantheaume, que avaló la veracidad de la acusación a Catholic News Agency. El Papa, sin embargo, prefirió guardar silencio el domingo y pidió a los periodista­s que ellos mismos extrajesen conclusion­es a través de su “madurez profesiona­l”. Una salida poco ortodoxa, pero eficaz temporalme­nte.“Era la mejor respuesta que podía dar en ese momento”, señala una persona que despacha a menudo con él. Pero la guerra no ha terminado.

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