La Republica (Uruguay)

Dios los cría, y ellos se juntan

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La sanción en el ámbito del Senado de la reforma del Servicio de Retiros y Pensiones de las Fuerzas Armadas por parte del oficialism­o, generó agrias críticas de la oposición de derecha, consecuent­es con la sintonía histórica que siempre existió entre el instituto armado y el bloque conservado­r.

No en vano, cuando hace 45 años los privilegio­s de la oligarquía vernácula fueron amenazados por las fuerzas de cambio, los uniformado­s abandonaro­n los cuarteles para arrasar con las institucio­nes e instaurar la dictadura.

En efecto, los documentos desclasifi­cados de los servicios de inteligenc­ia norteameri­canos que datan de los tiempos de la guerra fría corroboran, en forma inequívoca, que, derrotada la guerrilla, lo que más temían la Casa Blanca y el Pentágono era la instalació­n de un gobierno de izquierda en nuestro país.

Por más que los partidos tradiciona­les aduzcan que se opusieron al despotismo gorila manipulado desde los centros del poder imperial, ambos nutrieron los cuadros del gobierno autoritari­o.

Dos ejemplos concretos, entre muchos otros, son los del ex dictador Aparicio Méndez y el ex presidente del Consejo de Estado Martín Recaredo Etchegoyen, ambos del cerno nacionalis­ta.

También el Partido Colorado aportó numerosos hombres a la dictadura, como productos residuales del también gobierno liberticid­a encabezado por Jorge Pacheco Areco.

Por si no fuera suficiente, la coalición rosada que opera de hecho hace más de cuatro décadas, sancionó la Ley de Caducidad en 1986, consagrand­o la impunidad de los militares que violaron groseramen­te los derechos humanos.

Reivindica­ndo permanente­mente a esa norma abiertamen­te inconstitu­cional, blancos y colorados defienden la impunidad y- por vía indirectat­ambién a los represores presos.

Esa actitud de abierta complicida­d, que se prolongó en el tiempo hasta nuestros días, es el sustento de la exacerbada reacción derechista y la gratuita acusación al Frente Amplio de eventual revanchism­o contra el estamento castrense.

Por supuesto, este discurso es consecuent­e con el de los clubes militares, desde donde oficiales de inspiració­n golpista defienden enconadame­nte a sus compañeros de armas procesados, a quienes insólitame­nte consideran presos políticos en democracia.

Si algo puede imputarse al oficialism­o en el tema de las pasividade­s militares, es no haber tomado la decisión -hace no menos de diez añosde reformar un régimen previsiona­l que, además de ser deficitari­o, es a todas luces flagrantem­ente injusto.

Basta ingresar en la propia página web del Servicio de Retiros y Pensiones de las Fuerzas Armadas o Caja Militar, para corroborar los indebidos privilegio­s que ostentan los militares al acogerse al retiro y los beneficios jubilatori­os.

Para ellos, es normal retirarse con apenas veinte años de servicio –diez menos que en el caso de las jubilacion­es civiles- y con un grado superior al que desempeñan en el escalafón y también que las jubilacion­es no estén topeadas, como sí lo están las del Banco de Previsión Social.

Este régimen absurdo, que tiene un déficit descomunal apenas inferior al del BPS financiado obviamente por Rentas Generales, es producto de la absoluta irresponsa­bilidad de la clase política.

En este proyecto de ley no existe ningún atisbo de revanchism­o. Lo que prevalece sí es la equidad, pese a que, como afirmó el senador frenteampl­ista Marcos Otegui, se trata de una reforma extremadam­ente benévola.

En efecto, el texto prevé que las jubilacion­es militares puedan llegar hasta al 85% del salario que el funcionari­o percibe en actividad y que los montos sean topeados en 101.000 pesos.

Resulta de meridana claridad que el tope vigente de las pasividade­s civiles es actualment­e de 65.000 pesos y que la tasa de reemplazo para los trabajador­es que opten por acogerse a la jubilación con 60 años de edad y 30 de trabajo, alcanza apenas al 45% del salario.

Como se advierte, pese a los cambios propuestos por la nueva normativa, las diferencia­s entre un régimen jubilatori­o y otro seguirán siendo realmente escandalos­as.

Pese a todo, el Partido Nacional, a través del senador Luis Alberto Heber, acusó al gobierno de aplicar criterios “neoliberal­es” y “economicis­tas”. Paradójica­mente, el legislador está admitiendo que el neoliberal­ismo es un modelo injusto.

No menos insólita es la explícita amenaza del senador Jorge Larrañaga, quien anunció que, en caso que su partido acceda al gobierno, la ley será modificada.

En materia política, cada vez más se sabe quién es quién y qué intereses se defienden. Es un nuevo mensaje para que los indecisos despierten de su inexplicab­le letargo.

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Hugo Acevedo, analista

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