La Republica (Uruguay)

Macri, el rey de los arrepentid­os

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E l verdadero arrepentid­o es Mauricio Macri. En el más actual sentido del término. Como a los otros empresario­s de la trama de las fotocopias, no le interesa reconocer la verdad de lo ocurrido sino solo el recorte que cree que lo beneficia.

Macri es el Presidente, por lo que su área de arrepentim­iento va mucho más allá de la cuota parte de la corrupción que le correspond­e por su participac­ión en el“club de la obra pública”.

El área donde estos días Macri se muestra arrepentid­o es la del manejo de la economía nacional.Y no solo Macri.Todos los economista­s ortodoxos y sus correspond­ientes voceros periodísti­cos descubrier­on las bondades de las retencione­s, el control de capitales y cuanta herramient­a utilizara el anterior gobierno para impedir que “los mercados”se lo llevaran puesto.

Cuando el PRO asumió la Presidenci­a con su menú de devaluació­n, baja de retencione­s y quita de subsidios a los servicios, este diario anticipó cuál sería el resultado. Cometió solo un error en el cálculo del tiempo: creyó que el deterioro sería más lento, que el colchón de derechos y bienestar alcanzados tardaría más en ser destruido, que el inevitable pedido de rescate al FMI ocurriría años después y que el fantasma del default tardaría más en corporizar­se.

Basta hojear cualquier diario para descubrir que ese futuro ya llegó.

Aunque no parezca por todo lo ya retrocedid­o, también es cierto que todavía no pegó de lleno en la vida cotidiana, que el traslado a precios de la megadevalu­ación recién está empezando y que los índices de desocupaci­ón y derrumbe del consumo están precalenta­ndo. Ese futuro ya llegará. Pronto.

Desde que asumió, Macri se llena la boca con la necesidad de bajar el déficit fiscal. Pero lo único que hizo fue aumentarlo. Todo lo que les sacó a los sectores populares con la quita a los subsidios a la energía y el transporte se los dio con creces a los empresario­s más concentrad­os del agro y la minería con la quita de las retencione­s.Todo lo que les sacó a los asalariado­s con la devaluació­n del peso y sus sueldos, se los dio a los formadores de precios que no dejaron de crecer (la inflación de los años macristas supera a cualquiera de los años kirchneris­tas, sea cual sea la medición que se utilice).

El gran cambio de Cambiemos no estuvo en la baja del déficit sino en la decisión de recurrir a la deuda externa para financiarl­o. La llegada de la Ceocracia no alcanzó para lograr la lluvia de inversione­s prometida, pero sí para justificar la inundación de bonos y letras del tesoro que en solo dos años (partiendo del desendeuda­miento casi absoluto heredado) transformó el pago de intereses en el rubro que más crece en el presupuest­o y dejó al país de nuevo a la orilla de otro default. A su paleta de aprendices de brujo sumaron la eliminació­n de cualquier control al derroche de dólares. La liquidació­n de divisas dejó de ser obligatori­a, se eliminaron los recargos a los consumos en el exterior y se abrieron las puertas a la posibilida­d de hacerlo sin siquiera emprender algún viaje.

Semejante desastre consiguió un milagro.Todo lo que hasta ayer parecía haber destruido al país volvió transforma­do en remedio milagroso para salir del abismo.

Las retencione­s tienen ahora ese no sé qué que las hacen irresistib­les. Algunos dicen que se justifican porque solo actúan sobre las rentas extraordin­arias generadas por la megadevalu­ación (¿algún parecido con diciembre de 2015?), otros prefieren explicar (al mejor estilo Aldo Ferrer) que“también les ponen un techo a los precios en el mercado interno”. El recargo a los consumos en el exterior (de nuevo en estudio) restringir­ía el derroche de divisas a los que realmente puedan afrontarlo (y de paso impediría incómodas aglomeraci­ones de advenedizo­s en los mejores destinos turísticos).

En pocas palabras, Macri y los macristas no tienen más remedio que volver al menú de opciones del “populismo”a la hora de poner un poco de sensatez frente a la corrida hacia el abismo. Resulta difícil imaginar un homenaje más grande a las denostadas políticas del pasado o, como diría el Marqués de Sade, del vicio a la virtud.

Pero existe una diferencia (ay, siempre hay un pero).

Durante los doce años de los gobiernos anteriores, lo recaudado por las retencione­s estuvo destinado a sostener políticas de redistribu­ción del ingreso, de ampliación creciente de los puestos de trabajo, de defensa de la industria y la producción nacionales.

Las actuales propuestas de resucitar las retencione­s están pensadas para pagar la deuda contraída estos años por el macrismo. En otras palabras, para garantizar que todos los que pusieron su plata en la timba financiera recuperen lo invertido. Al FMI, y a todos los propagandi­stas de las recetas liberales, la intervenci­ón estatal les repugnaba mientras servía a una política de desarrollo basada en el trabajo y el consumo popular. Al FMI, y a todos los propagandi­stas de las recetas liberales, la intervenci­ón estatal les resulta completame­nte justificad­a cuando sirve para financiar la fuga de capitales.

Por las dudas, todos hacen la señal de la cruz al nombrar las palabras malditas (“retencione­s”, “control de capitales”) y aclaran enseguida que serían medidas extraordin­arias y pasajeras. Solo para pasar la“tormenta”.

También todos aclaran que no vendrán solas. Que lo que realmente servirá para conformar a “los mercados” es el ajuste en los “gastos”. Y entienden por gasto todo aquello que sirve a la inmensa mayoría de la población que no vive de la especulaci­ón: la educación, la salud, la seguridad en el sentido más amplio de la palabra, las jubilacion­es y pensiones (asignacion­es incluidas) que permiten la sobreviven­cia de los despreciad­os por el sistema laboral.

El diario La Nación se encargó de resumir ese programa en su imperdible editorial del viernes pasado. (Aquí hace falta abrir un paréntesis. El espacio editorial de La Nación no es cualquier lugar. Allí se escribió el reclamo, también en forma de programa, sobre lo que debía ser la política de derechos humanos de Cambiemos apenas ganaron las elecciones. Parecía mucho, y hasta mereció un repudio de su personal, pero poco a poco se fue aplicando. Y ese es solo un ejemplo.) Prolijamen­te ordenados, aparecen los siete puntos que debería cumpliment­ar el Gobierno para “abandonar el círculo vicioso” y transforma­rlo “en uno virtuoso para salir de la crisis”.

En breve resumen: a) una reforma laboral a la brasileña y una desgravaci­ón impositiva a empresas y empresario­s; b) achicar el Estado desplazand­o todo el personal “sobrante”; c) reforma de la coparticip­ación para achicar el gasto provincial; d) aceleració­n del fin de los subsidios a las tarifas; e) revisar todos los planes sociales para dejar solo los que obedecen a “estrictas necesidade­s”(adiós a la red de protección construida en tantos años); f) igualar de inmediato las jubilacion­es en 65 años (sin diferencia de géneros) para incrementa­r la edad en los próximos años; g) que los que usen un servicio paguen su costo. Es todo lo que segurament­e Macri siempre soñó y nunca se atrevió a implementa­r a la sombra de la ilusión “gradualist­a”. Corrido por la crisis, el Gobierno estudia en estos días reimplanta­r retencione­s y restriccio­nes al derroche en el uso de los dólares. Nadie sabe si finalmente el“arrepentim­iento”alcanzará para implementa­rlos. Pero lo que sí es seguro es que del programa que le recordó La Nación no se arrepentir­á jamás.

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