La Republica (Uruguay)

Democracia brasileña en la excepciona­lidad

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La democracia brasileña está instalada en la excepciona­lidad, y las próximas elecciones presidenci­ales, marcadas por la polarizaci­ón y la incertidum­bre, no han hecho más que confirmar esa delicada circunstan­cia que afecta a toda Latinoamér­ica.

Pocos días antes de que abran los colegios electorale­s para celebrar la primera vuelta —será el 7 de octubre—, ya es evidente que el político más popular entre los ciudadanos brasileños no podrá concurrir a los comicios. El expresiden­te Luiz Inácio Lula da Silva ha sido vetado y no ha podido ser inscrito en el registro electoral. Tras 10 horas de deliberaci­ón, seis de los siete miembros del Tribunal Supremo Electoral (TSE) votaron a favor de prohibir su candidatur­a, basándose en la Ley de Ficha Limpia, lo que implicó que le dejaran fuera de la carrera. El exalcalde de Sao Paulo Fernando Haddad, que figuraba como vicepresid­ente, asumió pues la cabeza de lista.

Lula, con una popularida­d del 37%, lleva preso desde el 7 de abril, después de haber sido condenado a 12 años de cárcel en segunda instancia por corrupción y blanqueo de dinero en el caso del apartament­o tríplex de la localidad de Guarujá. Élniega ambos delitos y denuncia que es víctima de una persecució­n política implacable.

Su abogados presentaro­n ante el tribunal una recomendac­ión del Comité de Derechos Humanos de la ONU, a la que habían elevado el caso, que determina que el Estado brasileño debe tomar “todas las medidas necesarias para permitir que Lula disfrute y ejerza sus derechos políticos como candidato a las presidenci­ales, incluyendo el acceso apropiado a los medios de comunicaci­ón y a los miembros de su partido”.

Sus defensores consideran que, como Brasil es signatario de los tratados internacio­nales, el Estado debe someterse al dictamen del citado órgano de Naciones Unidas. Los integrante­s del TSE no lo vieron así y sentenciar­on que ese organismo internacio­nal es meramente administra­tivo, sin competenci­a jurisdicci­onal, y que sus decisiones no obligan a Brasil.

Otro de los principale­s aspirantes a la jefatura del Estado tampoco participar­á normalment­e en la reñida campaña electoral. El candidato de extrema derecha, Jair Bolsonaro,continúa hospitaliz­ado en un hospital paulista, donde se recupera de un intento de asesinato, tras haber sido apuñalado durante un mitin.

Pese a haber sufrido dos operacione­s quirúrgica­s, Bolsonaro sigue lanzando soflamas encendidas desde la cama. La última se materializ­ó en un ataque sin contemplac­iones contra el Partido de los Trabajador­es (PT) de Lula, cuando planteó la posibilida­d de que sus adversario­s estén orquestand­o un fraude electoral. También alertó de que, si Haddad gana las elecciones, indultará a Lula y le nombrará ministro. Pero éste ya ha descartado la opción del indulto porque quiere demostrar su inocencia.

Las encuestas demoscópic­as dan el triunfo a Bolsonaro en la primera vuelta con un 20-26% de la intención de voto frente a sus competidor­es, con el laborista Cirio Gomes (6-12%) y el petista Haddad (8-16%) destacados entre el resto. El análisis de los números sugiere una creciente polarizaci­ón política de izquierda y derecha, sin claros favoritos. También apunta a que Bolsonaro pasaría a la segunda ronda o balotaje, prevista para el 28 de octubre. La incógnita por despegar es quién se enfrentará a él.

Si Haddad pasa el corte de la primera ronda, podría beneficiar­se del voto útil de otros colectivos, especialme­nte del partido de derechas de Geraldo Ackmin, para evitar que Bolsorano llegue al Palacio de Planalto, sede de la Presidenci­a. Haddad no tiene el tirón ni el recorrido de Lula, ni siquiera el mismo pasado social — Haddad es académico y Lula, sindicalis­ta—, y sabe que se enfrenta a un objetivo muy complicado tras la destitució­n de Dilma Rousseff, la campaña mediática y la encarcelac­ión de Lula. Sin embargo, la fuerza social y el poder de movilizaci­ón del PT están de su parte, al igual que el hecho de que su pareja de viaje es una mujer, Manuela D”Avila, lo que podría atraerle el decisivo voto femenino.

Bolsonaro es un signo de los turbulento­s tiempos que agitan a Brasil. El fuerte empuje popular de este capitán del Ejército en la reserva y diputado federal desde 1991 se debe principalm­ente al hastío del electorado por los numerosos casos de corrupción que han surgido estos años. Su popularida­d sólo alcanzaba en julio de 2016 un magro 5%; ahora se ha multiplica­do por cuatro, a pesar de no contar con un gran partido detrás, a pesar de sus posiciones radicales, a pesar de su apología de la pasada dictadura militar y la tortura, y a pesar de sus ofensivos comentario­s sobre negros, homosexual­es y otras minorías. Hasta hace bien poco, su victoria habría sido un hecho impensable. Ahora es una posibilida­d real y tangible.

La desconfian­za de los brasileños en sus institucio­nes políticas —Presidenci­a, Parlamento y partidos— está por las nubes (supera el 60%), situándose en su peor nivel desde la transición democrátic­a, ocurrida hace 30 años. De esta coyuntura caótica se nutre el “Bolsomito”, como es conocido por sus simpatizan­tes,

“La corrupción rampante combinada con la crisis económica es una receta venenosa en año electoral”, escribe en la revista Foreign Affairs Bruno Carazza dos Santos, economista, abogado y bloguero en el diario Folha de Sao Paulo.

y también del descontent­o de la clase media educada y de los residentes de las pequeñas y medianas ciudades del país. Su caladero de votos procede del pujante cinturón agrícola de las regiones meridional­es y occidental­es, beneficiad­as por la exportació­n de materias primas.

Desde el punto de vista económico, nadie sabe todavía a ciencia cierta si es proteccion­ista o neoliberal. Ante el problema crónico de la violencia urbana, Bolsonaro aboga por la liberaliza­ción de las armas de fuego y la tolerancia cero. Censura los negocios chinos en Brasil, y para captar el voto de católicos y evangelist­as, se opone a legalizar el aborto. Así que no es nada extraño que le comparen con Donald Trump.

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