La Republica (Uruguay)

Arnulfo Romero: el santo de América

El papa Francisco canonizó ayer a monseñor Óscar Romero, quien fuera asesinado en 1980 mientras ofrecía una misa en la capital de El Salvador.

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San Óscar Arnulfo Romero nació en El Salvador el 15 de agosto 1917, en la Ciudad Barrios, departamen­to de San Miguel. Su familia, de origen humilde y modesta estaba constituid­a por su padre, Santos, su madre, Guadalupe, y sus siete hermanos.

El Santo Romero se caracteriz­ó por ser un incansable luchador de los derechos humanos.

San Romero abrió las puertas de la Iglesia a los campesinos desplazado­s y condenó la represión del Ejército durante la guerra civil salvadoreñ­a (1980-1982). A lo largo de su vida se encargó de denunciar la violencia militar, por lo que fue asesinado con el objetivo de callar su voz, siempre en pro de esta lucha.

Vivió en el colegio Pío Latinoamer­icano (casa que alberga a estudiante­s de Latinoamér­ica), hasta 1942, luego de haber sido ordenado sacerdote en abril de ese año y con tan solo 24 años de edad.

En 1943, San Romero comenzó a ejercer como párroco de la ciudad de Anamorós, en La Unión; más adelante, fue enviado a la ciudad de San Miguel donde sirvió como párroco en la Catedral de Nuestra Señora de La Paz y como secretario del Obispo diocesano, monseñor Miguel Ángel Machado.

Posteriorm­ente, fue nombrado secretario de la Conferenci­a Episcopal de El Salvador en 1968. El 21 de abril de 1970, el papa Pablo VI lo designó Obispo Auxiliar de San Salvador, recibiendo la consagraci­ón episcopal el 21 de junio de 1970.

El 10 de febrero de 1977, en una entrevista que le realizó un periódico local, el Arzobispo designado afirmó: "El Gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común".

San Romero luchó siempre en pro de los derechos humanos de lo más pobres. Durante sus homilías, denunciaba los atropellos contra los derechos de los campesinos, de los obreros y de los propios sacerdotes.

Los primeros conflictos del santo de América surgieron a raíz de su oposición a los sectores económicos del país, sector que junto a la estructura gubernamen­tal salvadoreñ­a, alimentaba la escalada de violencia institucio­nal.

A raíz de sus reiteradas denuncias, comenzó ser objeto de una campaña de descrédito contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalid­ad misma. A través de la prensa escrita era insultado y calumniado.

El domingo 23 de marzo de 1980, San Romero pronunció su última homilía, la que fue considerad­a como una sentencia de muerte, debido a la fuerte denuncia que realizó: “En nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”, urgió.

Un día después, el 24 de marzo, el santo fue asesinado con un disparo en la cabeza, mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providenci­a.

Murió a manos de un francotira­dor que formaba parte de los escuadrone­s de la muerte de ultraderec­ha, financiado­s por la Agencia Central Estadounid­ense (CIA).

El 30 de marzo fue enterrado. Sus funerales fueron una manifestac­ión popular de compañía, a la que acudieron sus queridos campesinos, hombres, niños, las mujeres de los cantones y los obreros de la ciudad.

"La palabra queda, y ese es el gran consuelo del que predica. Mi voz desaparece­rá pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que la hayan querido recoger" (San Romero, 1978).

Durante años, la causa de beatificac­ión estuvo bloqueada, por temor a una asociación con la teología de la liberación -movimiento al que el santo nunca perteneció-.

En 2017, el papa Francisco firmó los decretos que permitían la canonizaci­ón de San Romero.

Estos decretos reconocen el milagro atribuido a la intercesió­n del santo, el que fue la curación de un cáncer incurable de una persona, sin explicació­n médica. (Fuente: Telesur)

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