Llueve… y torta frita, ¿dónde hay?
Van de la mano casi siempre, sobre todo en el Interior y la clase trabajadora, ya está impuesto esa asociación en el folclore. Levantarse un domingo y organizar un asado en familia, o unos ricos tallarines con estofado hecho por la abuela, esas maravillas de retratos que nos acompañan siempre, aquellos relatos de Landriscina en la radio, una maravilla escucharlos en la previa del almuerzo.
Uno de los que más me gustó fue el pescado de patio... Es de esos que te hacen reír y pensar, ese paisano que por aburrido fue a pescar y sacó un pescadito chico y lo devolvió al agua, y el pescadito se dio vuelta y se quedó al lado del paisano y lo miraba… era como que le decía si me devolvés al agua nadie me va a respetar, van a pensar que no sirvo ni para carnada, y era morir en vida. Al paisano le dio lástima y se lo llevó: pasan los días y el pescado al tiempo andaba corriendo las gallinas y peleaba la amistad del perro, pero era un pescado sin agua, no iba a seguir mucho tiempo vivo, raro espécimen porque se adaptó ese tiempo. Un día de mucho calor estaban los dos sentados, y el paisano le dijo “vamos al río a refrescarnos Pancho”. Claro, el paisano pensó que era un regalo para Pancho, el pescado. La paradoja es que cuando se tiraron al río el pescado se ahogó. Esas cosas te hacen pensar que no hay hábitat que te dé poder, ¿un pescado ahogado?
La modernidad y el tiempo pasan tan rápido que hace que no valoremos detalles de lo vivido, como pensar de qué lugar somos y de que hábitat, para no ahogarnos… A veces querer cambiar un relato e imponer otro en la sociedad no lleva tanto tiempo, tenemos muchos casos y los que hoy se animan con la impunidad del anonimato saben que no se van ahogar solo, serán pescados, tratar de entender qué consecuencia no es lo mismo que disciplina, consecuentes y dignos para morir bajo una carnada. Pero, la culpa no la tiene la carnada, la culpa la tiene quien se deja pescar...