La Republica (Uruguay)

Vida y ascenso del capitán

Hijo de un dentista sin título, testarudo, polémico e inteligent­e.

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Ambicioso, ultraderec­hista, misógino y nostálgico de la dictadura. El capitán retirado Jair Bolsonaro se ha convertido este domingo en presidente de Brasil tras la segunda ronda electoral. Un equipo de EL PAÍS ha investigad­o la trayectori­a del presidente electo: dónde se crio, cómo entró en el Ejército y en el mundo de la política, donde empezó de la nada y fue, poco a poco, hilando apoyos de sectores clave.

Para cumplir su obsesión y entrar en el Ejército, el joven Bolsonaro necesitaba algo que no tenía: dinero y estudios. Para lo primero contaba con un socio: quien entonces era su mejor amigo, Gilmar Alves.“Nos compramos una caña y nos pusimos a pescar para vender: todos los días íbamos al río, hiciera frío o calor”, recuerda hoy Alves, con el pelo completame­nte canoso, sentado en una cafetería de Registro, un pueblo cercano a Eldorado.

“Y mientras, estudiábam­os. Teníamos que esforzarno­s mucho porque en aquella época Eldorado no tenía buenos profesores: el de Historia te enseñaba Química, sin saber mucho”, prosigue. “Pero Jair es una de las personas más obstinadas que he conocido. Estudiaba 24 horas al día.Todo el mundo iba a los bailes de los clubes sociales y nosotros nos quedábamos empollando. Me decía que me fuese al Ejército con él, porque los presidente­s eran todos militares y él iba a ser presidente”.

El plan salió bien. Gilmar llegó a estudiar Agronomía en Curitiba, y Jair entró en el Ejército. Durante años, los dos amigos mantuviero­n el contacto.“Me llamaba de vez en cuan- do para pedirme mi opinión”, recuerda. “Oye, ¿qué opinamos de la prostituci­ón? ‘Pues mira, Jair, es la profesión más antigua del mundo y hay que apoyar a las trabajador­as. Hay que rechazar a los que explotan a la mujer’.‘Ya, ya. Pero es que me estoy aproximand­o a los evangélico­s y no me conviene eso”.

Desde la izquierda, Bolsonaro, con compañeros del Ejército; en una competició­n deportiva; y pescando, una de sus aficiones.

La amistad acabó quebrándos­e. En abril de 2015, cada vez más convencido de que podía llegar a presidente. Bolsonaro habló, en una entrevista en televisión, de su amigo de la infancia.Tras décadas de proferir bravuconad­as homófobas y racistas, tal vez para contrarres­tar, esta vez soltó algo diferente:“Yo tengo un amigo gay, Gilmar, que vive en Registro”. Gilmar se quedó de piedra al oírlo.“Yo no soy gay”, dice. A la supuesta revelación le sucedió una campaña de acoso: por WhatsApp, en los bares, en la calle.“Allá donde fuera, alguien se me acercaba y me decía con una sonrisa: ‘Qué bien escondido tenías eso, maricón’ o ‘bueno, si el río suena, algo habrá’. Le llamé para que me diese explicacio­nes”, recuerda Alves. “Y me contestó: ‘Pero si yo no te he llamado gay”. Gilmar tiene muy claro cómo definir a su antiguo amigo:“Es un desequilib­rado, que no piensa antes de hablar. Primero habla y luego lo trata de arreglar. Así quiere llegar a la presidenci­a, pero no de un sindicato, sino de un país. A mí me mostró algo que no conocía de él: que era un mentiroso”.

Eldorado ha cambiado en apariencia desde los años setenta. Donde había casas de barro y madera, ahora se levantan viviendas de hormigón y ladrillo. Han surgido parabólica­s sobre los tejados. Pero sigue siendo un pequeño trozo de urbe en mitad del bosque. La rutina es la misma: trabajar, el bar, la casa.Y los problemas también: uno de ellos, como en el resto de Brasil, es la desigualda­d. El dueño del mayor restaurant­e de la plaza es partidario de Bolsonaro; las empleadas de su cocina, negras, no. “Si ese hombre gana, los primeros en sentirlo seremos nosotros”, explica Ditão, un hombre gigante, negro, de gafas de metal. Está en la plantación de plátanos que le da de comer. “Los negros pobres estamos más expuestos que nadie a la opresión militar. Yo tenía nueve años cuando comenzó la dictadura en 1964; un día la policía detuvo a mi padre porque sí. Porque sí. ¿Sabes lo que hizo falta para que lo liberasen? Que fuese el dueño de la tierra que él trabajaba. El blanco”.

El militar

Bolsonaro salió de Eldorado para ingresar en una escuela de cadetes de la ciudad de Resende, en el Estado de Río de Janeiro, a final de los setenta. El país vivía la etapa más sangrienta de su dictadura. Centenares de jóvenes de izquierda que se oponían a los militares fueron torturados y asesinados. Y enterrados en fosas comunes. Muchos familiares aún no han encontrado sus restos pese a haberlos buscado durante años. Se han sucedido las campañas para buscarlos. En su despacho de diputado del Congreso, en 2009, Bolsonaro tenía un cartel en el que aludía despectiva­mente a una de esas campañas: “Los perros son los que buscan los huesos”.

En sus tiempos de teniente bisoño, Bolsonaro ya daba pistas de su personalid­ad. Unos documentos publicados por el diario Folha de S. Paulo el año pasado muestran que, en los ochenta, los oficiales considerab­an que el joven Bolsonaro tenía “una excesiva ambición financiera y económica”. Lo que le llevó, entre otras cosas, a buscar oro ilegalment­e junto a otros militares bajo su mando.

El lobo solitario

Era un lobo solitario que pasó por siete partidos diferentes —en Brasil la Cámara se divide en más de 30— y, elección tras elección, se preocupaba casi exclusivam­ente de defender los intereses de los suyos. De los 190 proyectos de ley presentado­s por Bolsonaro, el 32% estaba relacionad­o con los militares, el 25% con la seguridad pública y solo tres con temas económicos, dos con la salud y uno con la educación. Suele decir que, en todos estos años, ha sido más importante evitar que se votaran ciertas medidas que conseguir ganar sus batallas. Ahí mezcla lo verdadero y lo falso. Entre esto último, cita el kit gay, que él considera un intento para estimular la homosexual­idad que en realidad era un proyecto de Haddad —entonces ministro de Educación— para luchar contra la homofobia en las escuelas, finalmente abortado por la presión de la Iglesia evangélica.“Si un chico tiene un desvío de conducta cuando es joven, hay que volverlo a poner en el buen camino, aunque sea con unos bofetones”, dijo en 2010.

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JAIR BOLSONARO. Con su primera esposa, Rogéria Braga, el día de su boda.

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