La Republica (Uruguay)

Entre la demagogia y la exasperaci­ón

- Hugo Acevedo, analista

Los pre-candidatos del Partido Nacional senadores Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga marcaron en los últimos días la agenda política nacional, con fuertes aparicione­s mediáticas que trasuntan sus visiones de país y sintonizan perfectame­nte con sus respectivo­s temperamen­tos.

Mientras el líder herrerista fue fiel a su reconocido talante demagógico de discursos ambiguos y pronunciam­ientos engañosos y enrevesado­s, su adversario en la interna partidaria reiteró su postura frontal e intransige­nte, cuya polarizaci­ón es consecuent­e con la urgencia de recuperar terreno, prestigio y perdidas adhesiones.

Salvando las diferencia­s -no ideológica­s, porque en ese sentido son siameses, sino de estilo- ambos se posicionar­on ante su eventual electorado, con el propósito de seguir construyen­do su compartida aspiración restauraci­onista.

Pese a que reiteraron ácidas críticas al oficialism­o, Lacalle Pou se manifestó bastante más condescend­iente, a los efectos de no espantar a esa masa de indecisos que necesita para ganar las elecciones nacionales, en caso de ser electo candidato de su colectivid­ad.

Radicalmen­te diferente es la situación de Larrañaga, cuyo discurso está más dirigido a la interna que al votante extra-partidario, con el propósito de revertir una situación que, según las encuestas, no le es nada propicia para alcanzar la postulació­n.

Las últimas irrupcione­s mediáticas de ambos corroboran, en forma absolutame­nte inequívoca, que la confrontac­ión en las elecciones internas del nacionalis­mo promete ser dura.

No en vano, durante el Congreso de su sector celebrado en Trinidad y en declaracio­nes formuladas al diario El País, Luis Lacalle Pou exhibió una excesiva confianza que ceñirá la banda presidenci­al a partir del 1º de marzo de 2020, como si la elección interna fuera un mero trámite y tuviera asegurado el triunfo en los comicios nacionales.

No obstante, su habitual estilo zigzaguean­te y su vicio por manipular la verdad lo indujeron a incurrir nuevamente en el pecado del subterfugi­o, al punto de elogiar el pronunciam­iento de la ciudadanía en las urnas en 2004, cuando el Frente Amplio ganó por primera vez el gobierno y derrotó al Partido Nacional.

Esta fue tal vez la afirmación que más molestó a Larrañaga, quien fue precisamen­te el candidato de la colectivid­ad en esa elección.

Empero, el líder del sector Todos jugó aun más fuerte, afirmando que un eventual gobierno suyo mantendría los avances registrado­s durante el ciclo progresist­a, lo cual no se compadece con sus propios pronunciam­ientos de los últimos cuatro años ni con los compromiso­s asumidos con sus socios estratégic­os del gran capital.

Empero, lo más inquietant­e fue su enigmática afirmación que se proponía integrar una coalición de gobierno de tres o cuatro partidos, porque era necesario “tener coraje” para votar una ley de urgente considerac­ión.

Aunque por supuesto el periodista del diario El País no lo interpeló sobre el particular, cabría preguntars­e qué medidas anti-populares propone cuya votación requiere tanto coraje.

Obviamente, manifestó su conocida impronta antiobrera, cuando afirmó que no compartirí­a el poder con el movimiento sindical. Segurament­e, si llega al gobierno, lo compartirí­a con la oligarquía a la cual pertenece.

No menos inquietant­e es su anuncio preelector­al de que, si es gobierno, se propone aplicar un“shock de competitiv­idad”, que incluiría, por supuesto, rebaja de impuestos y de tarifas al gran capital.

Salvo que se arrodille ante el Fondo Monetario Internacio­nal como lo hizo Macri para demandar auxilio crediticio en condicione­s draconiana­s, no podrá financiar esas medidas a menos que aplique la “motosierra” de su papá al gasto social.

También anunció que reformular­á o rediseñará el funcionami­ento de los Consejos de Salarios, lo cual supone ponerlos al servicio del empresaria­do y la precarizac­ión y la flexibilid­ad laboral, tal cual hizo su progenitor entre 1990-1995.

El programa de gobierno de Lacalle

Pou no dice claramente ni qué se hará ni cómo se hará. Es, como siempre, pura nebulosa, ambigüedad y falacia, típica de un consumado demagogo.

Para no cederle todo el terreno a su adversario partidario, Jorge Larrañaga salió fuerte a la opinión pública, anunciando que, en caso de ser electo presidente, encabezará un gobierno audaz para un cambio radical en seguridad y educación, entre otras áreas no menos prioridade­s de la agenda pública.

Naturalmen­te, desestimó el “gradualism­o medio pelo” y las “reformas a medias” que propone Lacalle Pou, lo cual lo transforma en el villano de la historia.

Su propuesta es barrer literalmen­te con quince años de avances y conquistas y reimplanta­r el ruinoso statu quo neoliberal que rigió hasta 2004, que es lo único que se puede esperar de alguien tan reaccionar­io. Por lo menos, es bastante más sincero que Lacalle.

Votar por cualquiera de estos dos folclórico­s personajes significar­ía volver a un pasado de pesadilla, como en 2002.

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