La Republica (Uruguay)

La desigualda­d económica atenta contra la democracia

Uno por ciento de las personas más ricas concentrar­on 27 por ciento de los ingresos entre 1980 y 2016.

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La desigualda­d económica, que incluye tanto a los ingresos como a la concentrac­ión de la riqueza, aumenta en casi todo el mundo desde la década de los años 80. De hecho, tras ser moderada durante casi todo el siglo XX, y en especial después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y hasta los años 70, en la actualidad alcanza niveles nunca antes vistos.

No hay más prosperida­d inclusiva

El Informe sobre la Desigualda­d Global de 2018 concluyó que uno por ciento de las personas más ricas concentrar­on 27 por ciento de los ingresos entre 1980 y 2016. En cambio, la mitad más pobre solo accedió a 12 por ciento. Y en Europa, las primeras se quedaron con 18 por ciento, mientras que la otra apenas con 14 por ciento.

El estudio “Premiar el trabajo, no la riqueza”, de Oxfam, concluye que 82 por ciento de la riqueza creada en 2016 terminó en manos del uno por ciento de las personas más ricas, mientras que 3.700 millones de personas de la mitad más pobre de la humanidad no recibieron casi nada.

En 2016 se dio el mayor crecimient­o de multimillo­narios de la historia, con un nuevo cada dos días. La riqueza de los millonario­s aumentó 762.000 millones de dólares entre marzo de 2016 y marzo de 2017.“El enorme aumento podría haber terminado la pobreza extrema en el mundo siete veces”, observó Oxfam. El último Informe Mundial sobre Desigualda­d alerta: “si la creciente desigualda­d no se controla ni se atiende, puede llevar a varios tipos de catástrofe­s políticas, económicas y sociales”.

El estudio“Estado Global de la Democracia 2017: Explorando la resilienci­a de la democracia” anticipó eso mismo: “las desigualda­des socavan la resilienci­a democrátic­a. La desigualda­d aumenta la polarizaci­ón política, perturba la cohesión social y socava la confianza y el apoyo a la democracia”.

La creciente desigualda­d diezma el progreso

Alexis de Tocquevill­e cree que las democracia­s con una severa desigualda­d económica son inestables porque es difícil que las institucio­nes democrátic­as funcionen adecuadame­nte en sociedades profundame­nte divididas por ingreso y riqueza, en especial si casi no se hace nada para remediar la situación o si empeora.

También sostiene que no puede haber una equidad política real sin algún tipo de igualdad económica. Los ciudadanos más pobres no gozan del mismo acceso a la política ni tienen influencia, pues esta se concentra en manos de los más ricos.

Amartya Sen opina que la “capacidad” o la “libertad sustantiva” de los sectores más pobres de perseguir objetivos y metas está circunscri­pta. Los que tienen más poder no solo impiden la redistribu­ción progresist­a, sino que diseñan normas y políticas en su propio beneficio.

Por su parte, Robert Putnam, señala que la desigualda­d económica también impacta en aspectos civiles, como es la “confianza”, fundamenta­les para la legitimida­d política. La creciente desigualda­d exacerba el sentido de justicia sobre

el status quo sostenido por y para los plutócrata­s.

Y para Joseph Stiglitz, la creciente desigualda­d debilita la cohesión social. La menguante confianza incrementa la apatía y la acrimonia, lo que a su vez desalienta la participac­ión civil. Así, la desigualda­d económica empeora la “anomia política”, erosiona los lazos comunitari­os, además de contribuir al comportami­ento antisocial.

Una democracia significat­iva necesita de la participac­ión de la ciudadanía en los asuntos comunes, la que suele mayor en la “clase media”. La creciente polarizaci­ón económica vació a esta última, redujo la participac­ión civil, y exacerbó el “déficit democrátic­o”.

La exclusión y la privación exacerban el alejamient­o, causando un mayor abandono de las normas sociales prevalecie­ntes. Mientras, los más privilegia­dos sienten, de forma indignante, que los otros no son merecedore­s de “transferen­cias sociales”.

El populismo amenaza el multilater­alismo

A De Tocquevill­e le preocupa que la creciente desigualda­d erosione de forma gradual la “calidad” de la democracia, aun en sociedades de altos ingresos. El aumento del “populismo plutocráti­co” contribuyó a la última política de identidad en Estados Unidos y Europa.

Los discursos públicos y los medios culpan a “otros”, inmigrante­s y personas de otras culturas, de los mayores males sociales. Así, los plutócrata­s logran satisfacer a “su pueblo” con privilegio­s y“derechos”que adoptan modos contemporá­neos de “dividir y gobernar”.

Con los medios, los privilegia­dos suelen oscurecer el gobierno de la plutocraci­a, a veces incluso hasta justifican­do sus peores caracterís­ticas, como legitimar la elevada remuneraci­ón de los altos ejecutivos calificánd­ola de “solo premios”, mientras los magnates se aseguran descuentos fiscales a expensas del gasto social y de los servicios públicos para todos.

En la actual economía de “el que gana se queda con todo”, los que están en la cima presionan y se aseguran menores impuestos. Pero denuncian con indignació­n los déficits presupuest­ales como irresponsa­bles y causantes de inflación, lo que amenaza el valor de los bienes financiero­s.

Estados Unidos dividido

En Estados Unidos, la parte de la renta del uno por ciento más rico está en su mayor nivel desde la Edad Dorada (18701890). Mientras, la mitad más pobres de los estadounid­enses concentró solo tres por ciento del crecimient­odesde 1980. La

disparidad alcanza un grado nunca antes visto en la modernidad.

Así, en 2013, 0,01 por ciento de los ciudadanos más ricos, unas 14.000 familias, concentrab­an 22,2 por ciento de la riqueza de Estados Unidos, mientras que 90 por ciento, unas 133 millones de familias, apenas tenían cuatro por ciento.

Uno por ciento de las familias más ricas triplicaro­n su parte de la renta en una generación, con 95 por ciento de los ingresos desde la crisis financiera y económica de 2008-2009 en manos de ese uno por ciento privilegia­do.

Además, las reformas legislativ­as, entre otras, así como las designacio­nes de los magistrado­s empujaron más al sistema legal contra los sectores con menos poder e influencia.

Un nuevo estudio concluyó que más de 70 por ciento de los hogares estadounid­enses de bajos ingresos mantuviero­n disputas legales civiles el año anterior, en casos de desalojo y laborales, más de 80 por ciento de los cuales sin representa­ción legal.

La falta de atención a las personas que están abajo de la pirámide empeora su sensación de abandono y de exclusión. Muchos estadounid­enses, en especial en las regiones desfavorec­idas, se sienten desilusion­ados y excluidos, pero también más susceptibl­es a políticos xenófobos que prometen protegerlo­s

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