Gutenberg: de la imprenta a la nube
Fue un espectáculo deslumbrante y ambiguo. Una suerte de parafernalia excitante que motivó los sentidos aunque tuvo altibajos que refrenaron el éxtasis.
Lo gozoso se estacionó en espacios como el de la soprano Eiko Senda entonando un fragmento del segundo acto de “Madame Butterfly” -desde la cima de un enorme vestido blanco- o las imágenes que circulaban por el humanoide gigante instalado en el escenario. En el inicio, la invención que cambió al mundo se documentó a modo de metáfora con una explosión de engranajes que articulaban la palabra escrita. A partir de aquí, el mundo se transforma y los signos se estampan en el papel para que ciencia y arte comulguen en un mismo plano de difusión.
La bailarina María Noel Riccetto acompañó esa mutación y danzó al compás de Bajofondo, elevando el primer nivel de “Gutenberg” (denominado “La máquina”) a una escala de alta gama.
Esa sensación de brillantez continuó con“Ciencia”, el segundo momento de la obra, donde el planeta ya ha llegado al siglo del alunizaje y la televisión. Una estupenda coreografía daba cuenta de la posible banalización de una herramienta comunicante mientras un astronauta descendía como levitando desde las alturas del Antel Arena.
Todo era asombro y fascinación y la ya mencionada Senda colaboró para que la magia continuara en el momento dedicado a “La guerra” que, luego de su aparición, bajó un cambio con la escena de los despojos que deja el conflicto bélico.
Aquí quizás se desaprovechó el potencial de Pedro Dalton en su fugaz aparición y el momento dedicado a “Artes y artificios” no logró reponer esa sensación despareja más allá de la polémica que intentaba entablar la propuesta sobre la “cotización del arte”que Stéphane Chivot marcó rematando la instalación donde se remataba la puesta en escena. (Un instante que impresionó como descolgado del resto de la presentación).
Finalmente, “La nube” estampó su sello sobre el nivel de comunicación aislada en la que el ser humano parece haberse internado. Bailarines con esferas blancas -que posteriormente fueron expulsadas del escenario hacia el público- ilustraron esa reflexión que, quizás, no logró el impacto que resultaba necesario para cerrar la producción. De todas maneras, hay que sacarse el sombrero por el desafío que asumió la dupla Varela / Bednarik. Los directivos de Coral Producciones y realizadores de “El delirio” pusieron toda la carne en el asador junto a todo ese equipo humano integrado por técnicos, acróbatas, músicos, titiriteros y cantantes. Una fiesta que dejó ganas de más. Vale.