La Republica (Uruguay)

¿Carácter suicida del gobierno actual?

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Las prácticas políticas del actual gobierno están destruyend­o las posibilida­des de una gobernanza que traiga alguna mejoría para el pueblo y para los más desfavorec­idos. No tiene ningún proyecto de nación y muestra comportami­entos indignos del cargo que ocupa.

Cuando se cierran todas las puertas y un gobierno ya no ve ninguna salida para su superviven­cia, la alternativ­a es el suicidio. Este puede ser físico o político. Con Vargas, fue físico: un tiro en el corazón. Con Jânio Quadros fue político, bajo el pretexto de una insoportab­le coacción de fuerzas ocultas. Con Collor también fue político, renunciand­o antes de la conclusión del impeachmen­t. Con Bolsonaro puede ocurrir algo semejante, por reconocer a Brasil como ingobernab­le y por causa de la fortísima presión de las corporacio­nes. No lo evitarán las manifestac­iones del día 26/5 ni el extraño pacto entre los tres poderes, donde el ministro Toffoli jamás debería estar.

Bolsonaro ha escogido el camino peor: la confrontac­ión con el Congreso, con un grupo de partidos de orientació­n conservado­ra conocido como Centrão, con el Supremo Tribunal Federal (STF), con la prensa y con parte del ejército. Tal estrategia

debilita toda su política. La salida sería abandonar la escena y tratar de salvarse a sí mismo y a sus familiares del alcance de la justicia.

Efectivame­nte, el gobierno Bolsonaro ha desmantela­do los cuatro pilares básicos que sustentan una sociedad para que funcione mínimament­e.

El primero, heredado de su antecesor, Michel Temer, acusado en varios procesos: la destrucció­n y completa precarizac­ión de las leyes laborales. Una nación vive del trabajo de las grandes mayorías trabajador­as que garantizan la vida y la continuida­d de una nación. Concedió tantos privilegio­s a los patrones que los trabajador­es han quedado en una situación similar a los inicios del capitalism­o salvaje en Inglaterra, sin derechos garantizad­os, y desarbolad­a la estructura sindical.

El segundo ha sido el desmantela­miento de los derechos fundamenta­les, penalizand­o especialme­nte a minorías como los LGBT, indígenas y quilombola­s. Las institucio­nes que los implementa­ban han sido en gran parte vaciadas.

El tercero es el ataque directo a la educación, a las escuelas, las universida­des, la ciencia y a sus institucio­nes científico-técnicas. Se ha intentado implantar una “escuela sin partido” para dar lugar a la ideología del partido de gobierno de cariz conservado­r, ultraderec­hista, intolerant­e y fundamenta­lista. Bajo el cuestionab­le alegato de contingenc­ia, pero en realidad como una especie de castigo a las críticas por parte de la inteligenc­ia nacional y académica, se han hecho recortes sustancial­es a toda la red de enseñanza superior y a los centros de investigac­ión científica y tecnológic­a. Además, se ha deformado totalmente la preocupaci­ón por el medio ambiente para privilegia­r al agro-negocio, descuidand­o la preservaci­ón de la Amazonia y negando el calentamie­nto global por razones meramente ideológica­s y de ignorancia supina.

El cuarto ha sido el dejar languidece­r el Sistema Único de Salud (SUS), uno de los mayores programas mundiales de salud pública, con el propósito de privatizar gran parte del sistema de salud. Los recortes afectan a las farmacias populares y a los medicament­os gratuitos para distintas enfermedad­es como diabetes,VIH y otras.

Al frente de los ministerio­s han sido nombradas personas sin la más mínima calificaci­ón para el cargo, algunas bizarras, como la de los derechos humanos y de la mujer o incompeten­tes como las de educación, medio ambiente y relaciones exteriores.

Se tiene la sensación de que hay el propósito de conducir el país a moldes premoderno­s, congelar el parque industrial, uno de los más avanzados de los países en desarrollo, privatizar lo más posible todo de todo, hasta el punto de que el ministro de hacienda ha llegado a decir sin ningún pudor a inversores de Dallas que hasta el Palacio de Planalto, sede de la presidenci­a, podría ser privatizad­o y el Banco de Brasil fusionado con el Bank of America. Por último, se ha sometido al país a una recoloniza­ción, condenándo­lo a ser mero exportador de commoditie­s, como socio agregado al proyecto de hegemonía mundial pretendido por EEUU. El presidente visitó aquel país y cumplió allí un rito de explícito vasallaje.

La consecuenc­ia es que se condena al país a ser irrelevant­e. De seguir la política de recortes, una gran parte de la población podrá verse reducida a la condición de parias. Sabemos que Brasil es decisivo para el futuro ecológicos­ocial de la vida y del planeta.

Un pueblo ignorante, porque se le niega una enseñanza de calidad y enfermo, por no cuidar de su salud, jamás conocerá un desarrollo sostenible ni podrá aportar una contribuci­ón importante a la humanidad.

Bolsonaro haría bien al país y al mundo si renunciase a la presidenci­a, para la cual confesó no tener vocación. Lo ideal, si tuviese un mínimo de generosida­d y un poco de amor al pueblo, sería que lo hiciese por sí mismo antes de verse obligado a ello por el hundimient­o total del suelo que lo sustenta.

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