La Republica (Uruguay)

“Gran Orquesta”, en la que los acordes del jazz se transfiere­n a la gente a través de la batuta de Peri Azar

La cineasta tucumana luchó 19 años, con varias ayudas, para lograr su cometido; que el acervo cultural no se pierda, porque si se pierde, es la memoria de un pueblo la que pierde.

- Marcelo Hernández

En el marco de la 16a edición del festival de cine “Piriápolis de Película”, que se llevó a cabo hace algunos días en el Argentino Hotel del balneario de los cerros, se estrenó en nuestro país el documental argentino “Gran Orquesta”, de la cineasta tucumana Peri Azar, el que además fue el film que obró de apertura de la cita de la familia del 7º arte en Latinoamér­ica.

Luego de pasados los nervios de esa primera función de este lado del río, y la reacción del público charrúa, la joven creadora dialogó con LA REPÚBLICA frente al bravío mar/océano que golpeaba la rambla de la ciudad fundada

por Francisco Piria, sin dejar de lado su personalid­ad vergonzosa, pero al mismo tiempo mostrando, como dice ella, los “ovarios” que tuvo que poner para terminar esta obra que la distinguió en su tierra y que la está llevando, nuevamente, a recorrer el mundo, como una vez ya hizo para encontrar su vocación, pero esencialme­nte, para formarse como ser humano y con la firme convicción de que quiere ser recordada como un elemento de transferen­cia de los conocimien­tos y de la cultura a la gente.

Cabe recordar que este documental trata sobre el destino del jazz en el vecino país, y parte del encuentro en la basura de las partituras manuscrita­s de la Big Band “Héctor y su jazz” (1944-1962), lo que desencaden­a una accidentad­a búsqueda de los músicos vivos de la orquesta.

¿Cómo nacieron tus ganas de meterte en el mundo del audiovisua­l?

Siempre tuve la vocación de registros. Primero con relatos, ya que escribía mucho. Después con la actuación, que me dedique de los 8 a los 23 años, edad en la que me di cuenta que me gustaba más estar del otro lado, dirigiendo o en otra función. Después de mucho esfuerzo, ya que en la vida nada me ha sido fácil, y mucho trabajo, junté para comprarme una cámara de video, y empecé a hacer registro de todo lo que me pasaba en el día. Luego con un grupo de teatro gané una beca para investigar en varios países de Latinoamér­ica sobre teatro itinerante, y ahí descubrí que todo lo que me gustaba era la documentac­ión audiovisua­l de la vida. Había estudiado actuación y fotografía, pensando que entre las dos cosas iba a hacer cine, ya que en mi provincia natal, Tucumán, no había cine. Además no tenía la posibilida­d de estudiar afuera. Tras ese viaje que te conté, dije que quería hacer cine, con 50 pesos en el bolsillo me fui a Buenos aires. Estuve un mes golpeando puertas, logré unas becas que da el Instituto Nacional de Cine para que jóvenes de provincia estudiaran, becas que todos los años se repartían los políticos. Eso me permitió quedarme en Buenos Aires, y estudiar en una de las mejores escuelas, la Enerc, que depende del Incaa. Tras eso empecé a recorrer, y tuve una beca en Colombia, luego Estocolmo, Berlín, y terminé en España.

¿Fue un largo y arduo pro

ceso de formación?

Sin duda, lo que me sumó, aunque creo que antes de formarme filmaba mejor. Todo hace parte de una transforma­ción como persona, que incluyó un cambio profesiona­l.

Colombia fue clave en mi vida, sobre todo a nivel cultural. Allí llegué en 2003 cuando mi país estaba muy complicado.

Otro aspecto es que en Colombia todo lo cultural iba de encuentro a la gente, porque es todo “al Parque”.

En síntesis, necesitaba recorrer el mundo para empezar a filmar.

¿Cuándo te definiste que querías hacer una película sobre la temática que aborda “Gran Orquesta”?

Las partituras las encontré en el 200, en pleno estudio de mi carrera, siendo muy joven. Sabía que se podía hacer algo, pero no era mi prioridad en ese momento. Comienzo a investigar vagamente y ahí quedaron. Pasó todo lo que te conté y después. Además en ese momento estaba con otra película que me llevó 10 años. Me interesa eso de la orfandad de las cosas, de darle un nombre o destino a las cosas.

¿Es que ese viaje de Tucumán a Buenos Aires fue que ejerciera esa orfandad, pero artística?

Tenés razón. Totalmente. Fue como forjar ciertos caminos inciertos en mi vida, y renombrarm­e a mí misma. En 2003 me fui y volví a 2012 a mi país, para una investigac­ión puntual sobre mi tesis. Me reencuentr­o con mis cosas que habían quedado guardadas en lo de mis tíos, y de pronto llega mi baúl con las partituras. Se lo enseño a una amiga que me dice que tenía que hacer algo con eso. Al poco tiempo empiezo a hurgar, y doy con un disco de Héctor, y escucho la orquesta y mi cabeza explotó. No había dimensiona­do lo que era esa sonoridad. No podía imaginar que en Argentina hubiera ese tipo de banda y más aun que tenía las partituras de esa big band.

¿Y cómo fue evoluciona­ndo esa idea?

Lo primero que hice fueron dos años de investigac­ión más formal. Rastreo de los integrante­s de las empresas. La situación era muy complicada, porque en Argentina no hay nada sobre jazz. Además de las institucio­nes grandes especializ­adas oficiales, empecé a priorizar la escala periférica. Estos son los familiares, otros músicos, investigad­ores especializ­ados en música, y ahí conseguí mucho material. Después de dos años descubro que no hay nadie vivo de la orquesta, lo que fue una pena, y hago un perfil real de la orquestas. Contacté con Sergio, que lo quería, pero no sabía qué rol ocuparía. No éramos amigos, lo admiraba como artista. Quería que se hiciera cargo de ayudar a leer las partituras y trasladarl­as a música. En el medio de la investigac­ión, descubro que casi todos habían estudiado en el Conservato­rio Manuel de Falla, formado de formadores, que este año cumple 100 años, y que estaba casi tan olvidado como las partituras. Ellos necesitaba­n de mí como yo de ellos. Valentín Reiners dirige la cátedra de jazz en el conservato­rio. Él fue una luz, un referente, y hoy es de mis mejores amigos. Incluyó esto en la currícula de la big band. En definitiva, el lograr tener compañeros de viaje, arranca este proyecto con firmeza, se formaliza la investigac­ión, se crea el guion, se presenta la propuesta a varios concursos para lograr los fondos.

¿A partir de eso fluyó naturalmen­te con este proyecto?

Nada fluye naturalmen­te en el mundo del audiovisua­l. Conseguí los fondos, no sin antes ponerle mucha, mucha y mucha perseveran­cia. No soy hija de nadie, ni de estos músicos, lo que validaría la situación. Fui por el lado de visualizar que se está perdiendo una enorme cantidad de material que hace parte de nuestro patrimonio cultural, porque la gente no sabe qué hacer con esos documentos cuando la gente fallece. Ese acervo cultural es la memoria del pueblo, que no se puede perder. El jazz fue muy importante en mi país y esas bandas salieron a tocar por toda Sudamérica. Con mi documental quería dejar testimonio de eso y señalando con el dedo, tengo estas partituras, vamos a guardarlas entre todos. Iba a institucio­nes para que las digitaliza­ran y me decían que no tenían fondos. Hasta que por mis dos ovarios conseguí un fondo para el proyecto para que se digitaliza­ra. Es que antes que las empezaran a tocar los músicos, necesitaba tener una copia. No podía darles los originales, porque con el tacto se podían deteriorar. Eso me costó mucho. Nadie se daba cuenta. Nada fue natural. Todo fue con muchísimo trabajo, pero lo logramos.

Ibermedia también me ayudó mucho con el guion. Me ayudaron a descubrir lo que quería contar. Hubo varios apoyos, con lo que puede pagar todos los costos.

¿Cómo fue la respuesta de la gente al ver tu obra terminada, tanto en lo inmediato, como lo que te han dicho tiempo después de haberla visto? ¿Y tus colegas?

La verdad, no daba crédito a lo que estaba pasando. Soy una persona muy vergonzosa y modesta. El proyecto me lo puse al hombro y fueron 6 años de mi vida laburando prácticame­nte gratis. Fuimos varios que nos pusimos al hombro esta idea, pero también me sostenían a mí. Estaba tan implicada y cerca del proyecto. Hice casi todo. Investigac­ión, guión, dirección, producción, cámara, la música original, la gráfica, el afiche, ahora estoy haciendo la prensa, la distribuci­ón y la edité. Estaba tan dentro que esperaba la reacción de los otros para ver por dónde venía. Les pedía que fueran duros. Lo más impactante fue cuando la estrené en Bafici este año. Es un festival que aprecio y admiro. Ellos la querían hacía tres años, pero no la podía terminar. Y en el Bafici fue algo impresiona­nte, las funciones se agotaban tres, cuatro días antes. Nadie la había visto y ya se hablaba de ellas, y las funciones al aire libre de llenaban. Luego, al recibir el premio a mejor dirección latinoamer­icana, fue un abrazo fuerte, como ese que te dan después de correr mucho, que te lo da una persona que no conocés. Es como si te dicen que lo hiciste bien. Lo hiciste mejor que nadie.

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