“Érase una vez en Hollywood”, la narración vacía
La última película de Tarantino se estrena hoy en nuestro país.
Lo primero que se me ocurre es subrayar el legado que Tarantino ya ha dejado para la pantalla grande. Su cinefilia nació desde las vísceras y fue asimilada a través de infinidad de títulos visionados cuando era encargado de un videoclub e imaginaba guiones delirantes.
La calidad de su obra es un hecho incuestionable y producciones como“Pulp Fiction”, “Perros de la calle”,“Kill Bill”o “Bastardos sin gloria” no hacen otra cosa que corroborar el talento de un cineasta que rompió esquemas para beneplácito de una audiencia agradecida.
Es verdad que a varios sectores ortodoxos nunca les ha simpatizado su propuesta, alegando -entre otras cosas- que Don Quentin no producía nada nuevo sin advertir que reformulaba zonas inexploradas por la crítica hasta elevarlas a la categoría de obras de arte.
Todos los subgéneros clase B (o Zeta, si prefieren) adquirieron con Tarantino un nuevo valor estético y conceptual
como fenómeno similar a la cultura pop.
Obviamente, como todo creador, Tarantino puede tener altibajos en su producción e -incluso- algún tropezón importante.
Tal podría ser el caso de esta súper-hiper-ultra promocionada película “Érase una vez en Hollywood”que tuviera su debut en Cannes y generara cierta decepción donde llegó a ser calificada como una realización nostálgica que delataba “el guión más flojo y convencional” del director.
Duelo Di Caprio-Pitt
Es cierto que Leonardo DiCaprio y Brad Pitt están muy bien en sus respectivos papeles (Un astro en decadencia y su doble de acción) pero no alcanza para redondear un saldo positivo, si bien se ponen el largometraje al hombro prácticamente durante toda la proyección. (Renglón aparte para el personaje de Brad Pitt que parece rendir tributo a la imagen de un Lew Archer sacado a propósito de una novela de Ross Macdonald).
La cuestión es que el filme impresiona como una historia sin argumento, plena de vacilaciones y larguezas sin mayor sentido que desembocan en la reiteración de una vuelta de tuerca que este realizador ya había planteado con mayor éxito en otra producción. Esa carencia argumental se hace notoria en los vaivenes que van de un lado a otro con un ingrediente nostalgioso pleno de música oldie, seriales de los sesenta, afiches de época, vestuario impecable y un contexto que nos retrotrae a fines de los sesenta.
En este plano, la arquitectura del filme es perfecta pero sigue siendo vacía de contenido hasta un desenlace que plantea el deseo de cambiar una atrocidad que, en su momento, golpeó feo en la cabeza de los estadounidenses.
Por supuesto, es un homenaje y reconocimiento de amor al séptimo arte, no cabe duda. Lo discutible (y opinable, por supuesto) es que hay mucho relleno insustancial que termina aburriendo un poco al espectador más allá que sea un fanático del cine y de Tarantino en especial.
Nos quedamos con la ilusión que este director rompa su palabra de dejar de ponerse detrás de cámara y vuelva a las andadas dentro de un tiempo. Vale.