EL FANTASMA DEL DÉFICIT FISCAL
Por estas horas el tema de campaña política para los sectores conservadores es el déficit fiscal. Una y otra vez se machaca con la única variable que encontraron para intentar dejar en falsa escuadra 15 años de gobiernos del Frente Amplio y soslayar de esa forma el resto de los aspectos que hacen a la economía de un país.
El déficit fiscal es el “hueso” que encontraron para roer y que desgastan con sus dientes hasta el desquicio ya que el asunto de “Venezuela” no lo han logrado imponer como el otro “cuco” de su estrategia política. Es que Uruguay de tres gobiernos frenteamplistas tiene una salud rozagante en su democracia, una fortaleza de sus instituciones que es ejemplar y las más amplias libertades y derechos que resultan incuestionables y que son reconocidos por organismos internacionales que miden estos aspectos.
La oposición que pasa por los distintos dejos y entonaciones, que va de derecha a la ultra militarista en las expresiones de Lacalle Pou, Sanguinetti, Talvi a Manini Ríos, intenta impactar con un enunciado, que sin explicación suena como una amenaza y cataclismo insalvable.
La oposición resume que el gran problema del Uruguay se reduce al concepto de déficit fiscal, aspecto este que formulado sin profundidad y resaltado como una variable aislada o desasociada de todo la macroeconomía, pretende impactar de tal forma que estuviésemos al borde de la ruina.
De más está decir que hablar de déficit fiscal con este reduccionismo jíbaro, aislándolo ex profeso del todo el sistema económico no es otra cosa que una maniobra electorera. Es como si yo de una linda muchacha sólo me detuviera a observar que tiene un grano temporal que afea su cara, además de vacío y trivial pecaría por estúpido y necio.
El déficit fiscal en nuestro país no justifica un planteo apocalíptico, mas en todo caso, amerita sí una llamada de atención con el objeto de ser corregido. Para ello hay dos caminos: hacer crecer la riqueza manteniendo el mismo gasto social e inversiones o reduciendo el gasto social y las inversiones por la vía del ajuste. Es decir, creciendo o capitulando a la baja.
Realizar un ajuste se podrá presentar como algo inevitable y además sólo requiere de una sola acción que es una decisión política para hacerlo, algo mucho más sencillo que gestionar un país para que crezca y absorba ese variable sin lesiones en el tejido social. Pero he aquí que queda en evidencia la flaqueza de la propuesta opositora además de no advertir a conciencia y a cara descubierta, sin engaños ni falacias que el ajuste se trata de una medida claramente recesiva y que tiene un impacto inmediato en la situación económica de cada familia uruguaya. Sin embargo ni Talvi ni Lacalle profundizan en este aspecto pues ellos son conscientes que lo sufrirá el bolsillo de la gente y nadie gana elecciones reduciéndole el salario a los trabajadores, jubilados, pensionistas, asalariados y por tanto callan.
Crecer como lo plantea el Frente Amplio siempre es un desafío para la economía de cualquier país, no obstante, en el nuestro y en las actuales circunstancias es posible y demostrable crecer y eso lo saben los suspicaces críticos del mundo liberalismo económico. Y esto no lo digo yo, lo dicen las cifras y los organismos internacionales que se quiera elegir. El Uruguay creció sostenidamente en el campo del desarrollo humano y social de manera ejemplar.
Sin apasionamiento puedo decir que entre las soluciones que brinda la derecha y las que brinda el partido de gobierno, hay diferencias y se trata de dos caminos que expresan dos formas distintas de ver el mundo y ellas se fundamentan en una profunda base de construcción ideológica.
No son ni de caprichos ni de poses, son razones fundadas, visiones filosóficas que se contraponen en la manera en qué se deben construir las sociedades y en definitiva la cuestión humana.
Por un lado la mirada del liberalismo económico, que nos plantea una sociedad perfecta donde el libre mercado regula y genera riqueza que alcanzará a todos en una teoría del riego, sin intervención estatal y la otra concepción la del estado de Bienestar Social o “Welfare state”, donde el Estado asume el compromiso de cumplir con los derechos sociales ineludibles para todos los habitantes de igual forma y donde todos contribuyen a ese objetivo de acuerdo a sus posibilidades, apoyados en dos principios fundamentales: la igualdad y la solidaridad.
Indudablemente esto genera en la vida material de las personas contradicciones y reproches de diversa entidad e intensidad.
Ha sido así a lo largo de la historia de nuestro país sintetizado en las visiones de José Batlle y Ordóñez por un lado y Luis Alberto de Herrera por otro.
La historia de la nación uruguaya siempre ha contrapuesto esos dos modelos, visiones y sensibilidades, que se resumen en dos bloques: conservadores por un lado y progresistas por otro.
Resulta de manifiesto que hay asuntos que para la oposición no le es simple contradecir e impugnar, en particular para el economista Ernesto Talvi que como asesor de los gobiernos blancos y colorados (de Ramón Díaz y Jorge Batlle) debe escuchar de boca de la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, un cúmulo de elogios para los gobiernos frenteamplistas que han hecho crecer nuestra economía de manera continua por una década y media a pesar de los desastres en la economía de Argentina y Brasil, recordándonos a los uruguayos de debemos sentirnos orgullosos de nuestro país y que somos la sociedad más igualitaria de la región fruto de nuestro avance en la lucha contra la pobreza e indigencia, además de los logros en otras materias, en particular la energía limpia.
Más allá de las pasiones naturales que se expresan en una campaña electoral, con calma sugiero que con nuestra capacidad de análisis apreciemos todos los aspectos de nuestra economía, la personal sin duda porque es determinante, pero también siendo más altruistas, con todos los aspectos de la economía humana, esa que abarca a toda la sociedad uruguaya, para que nadie nos pretenda sobresaltar con mayor o menor éxito con un variable técnica, importante sin duda, pero que no hace nuestra urgencia cotidiana, vital y familiar inmediata o que no pueda ser corregida con calma institucional.
Con los años aprendí que el dramatismo político es una herramienta que debe ser dejada de lado y buscar en el debate de ideas argumentos y razones. El drama mejor dejarlo para actrices y actores, que por cierto tenemos muchos y muy buenos.
Lo que Talvi y Lacalle no quieren admitir es que “Los jinetes del apocalipsis” ya llegaron a nuestra tierra y repercutieron con su galope con dos crisis financieras mundiales en el año 2008 y 2011 respectivamente y fue en esas situaciones cuando no había viento de cola y algunos clamaban recortes salariales y no aplicación de las pautas de los Consejos de Salarios. Fue ante el miedo que el gobierno del Frente Amplio no sólo no entró en pánico, si no que reparó especialmente en las ramas de actividades más afectadas y lo hizo atendiendo a empresarios y trabajadores por igual y no dejó de aplicar a la vez ninguna de las políticas sociales comprometidas.
Es que los fantasmas del déficit fiscal azuzan con sus sábanas y es verdad que los fantasmas existen… pero no necesariamente deben asustar.