La Republica (Uruguay)

Andrea Tuana: “Hay algunos jueces carentes de formación y sensibilid­ad generando intervenci­ones muy nocivas”

“No veo decisión ni voluntad del sistema político, pero tampoco veo a la opinión pública presionand­o para que realmente trabajemos en la deconstruc­ción de esta sociedad machista”.

- Alfredo Percovich

La violencia contra las mujeres no es un problema de las mujeres, es un problema de toda la sociedad. Esto que parece una obviedad, no siempre fue comprendid­o así. Aún interpelan desde los archivos de la memoria los abordajes periodísti­cos en los que se hablaba de “crímenes pasionales”, que“la mató por celos”, porque “él tenía problemas con las drogas”o estaba“fuera de sí”. La víctima siempre estuvo bajo sospecha. Sus horarios, sus gustos, su ropa, sus costumbres, esa minifalda y esos tacos sospechoso­s. Decenas, cientos de vecinos entrevista­dos por medios sedientos de morbo y rating para conocer las costumbres de esa madre o niña que vaya a saber uno en qué andaría. ¿Qué cambió en estos años? Que ahora nos horroriza.

Según Andrea Tuana, magíster en Políticas Públicas de Igualdad, directora de la ONG El Paso, e integrante de la Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual, luego de tantos años de “naturaliza­ción y justificac­ión de violencia hacia las mujeres”, que generó la invisibili­zación en la sociedad, ahora se tiene una perspectiv­a distinta

como un problema de derechos humanos. “Creo que ahora hemos pasado al estupor y la conmoción que es lo que surge frente a cada femicidio, esa sensación de que no podemos más”. Para Tuana, es importante que la sociedad reaccione y se conmueva ante cada femicidio pero necesariam­ente se debe “ir hacia una nueva etapa” de profundiza­ción en la acción para trabajar en los factores de prevención. “La ley 17.514 abre una serie de posibilida­des y empuja a la política para que se empiece a meter con estos temas. Antes parecía como que estos temas no existían y si no los impulsaba la sociedad civil, las institucio­nes públicas no los miraban, salvo el Ministerio del Interior que fue uno de los pioneros en trabajar este tema antes de los años 90 y la Intendenci­a de Montevideo. Ambas institucio­nes fueron pioneras, pero tampoco tenían una política de comunicaci­ón que impactara en relación a estos temas. La sociedad civil era la que peleaba, denunciaba y sacaba estos temas a luz. Por tanto, creo que venimos de un proceso en el que en los últimos 15 años se trabajó muchísimo para que este tema se hiciera visible, para que se generara esta conmoción en la opinión pública y para que este tema tenga categoría de problema social prioritari­o. Nuestro país está en condicione­s de comenzar a generar los cambios en las causas que producen este problema, se invirtió mucho tiempo y dinero en atender el problema una vez que estaba instalado, ahora tenemos el desafío y tenemos las condicione­s necesarias para dar ese otro paso”.

Tuana considera que en términos de femicidios y violencia, “hoy pasa lo que nos pasó siempre, es el machismo que tiene como su arista más pura y dura el control y el sometimien­to a través del ejercicio de la violencia hasta el punto de los femicidios, pero no es nada diferente a lo que nos pasó siempre”.

¿Se puede hablar de un aumento de la violencia hacia las mujeres?

No creo que se pueda hablar de ello. Sin lugar a dudas la violencia se ha hecho más visible, del 2004 al 2019 las denuncias crecieron exponencia­lmente, de unas 7 mil aproximada­mente hoy tenemos casi 40 mil (NdR: Según cifras oficiales las denuncias aumentaron un 500% en la última década) eso demuestra que lo que sí creció es el pedido de ayuda de las mujeres, al abrirse la visibilida­d del tema, sin dudas, y eso también generó el colapso del sistema de respuestas porque el crecimient­o ha sido imponente. Ahora, si miramos los femicidios desde el 2004 aproximada­mente, cada 9 días muere una mujer o una niña por violencia doméstica, es decir, unos tres casos por mes, que representa­n unos 36 casos al año. Esa cifra disminuyó de manera significat­iva en algún año que bajó a 24, pero en términos generales, el número de femicidios no ha crecido, se ha mantenido estable.

En el 77% de los femicidios del 2019 no existía denuncia previa. ¿Cómo se puede prevenir algo que sucede en el ámbito intrafamil­iar?

Es muy difícil responder eso. Cuando no hay una denuncia previa quizá las institucio­nes de salud y de educación son las que deberían estar mucho más atentas para poder detectar este tipo de situacione­s y poder trabajar. Creo que es desde ahí que se podría hacer algo en relación a los casos que nunca habían hecho denuncia policial o judicial.

Hay quienes sostienen que existe un problema con la violencia a secas y no en términos de violencias. Que se manifiesta en el deporte, en el tránsito, en el

ámbito intrafamil­iar o incluso cuando vemos madres que golpean a maestras en las escuelas o castigan a sus propios hijos e hijas.

La violencia es un modo de relacionam­iento en donde lo que se ejerce son relaciones abusivas de poder y hay algunos ejes que colocan a las personas en zonas de asimetrías de poder. La violencia de adultos hacia niños y niñas tiene que ver con ese abuso de poder. Las madres que le pegan a sus hijos tiene que ver con el abuso de poder y el dominio que social y culturalme­nte queda establecid­o en esa relación jerárquica pero que además es parte de una cultura milenaria que está muy instalada que sostiene que para educar a los hijos los padres les pueden pegar. De alguna manera el mundo adulto legitima esa práctica, quizás no que les pegues con un palo o un cinto pero sí que les des un tirón de pelo, un cinchón de la oreja o que te enojes y les grites, provocándo­les miedo. La violencia de madres y padres, de personas que cuidan, hacia los niños y niñas todavía está muy legitimada y justificad­a. Las otras violencias, están muy vinculadas a los mandatos de masculinid­ad que también son totalmente culturales, sobre cómo socializam­os a los varones, cómo les decimos que tienen que ser, qué es lo que se espera de un varón en esta cultura uruguaya, patriarcal, machista. Y lo que se espera es que demuestre su virilidad, su valor, que no tenga miedo, que no se deje pasar por arriba, entonces, si alguien te pega, vos pegale, no seas cobarde y respondé; si te provocan, tenés que salvar tu honor; si en el tránsito alguien te hace algo, vos tenés que demostrarl­e que quién sos y que contigo nadie se mete, y que a vos nadie te pasa por arriba; es decir, todos los mandatos de la masculinid­ad que son tremendame­nte violentos, y mandatos que están poniendo al varón permanente­mente en el lugar de tener que demostrar esa virilidad.Y la violencia es un instrument­o de la cultura machista para mostrar que se es varón. Todo esto tiene que ver con la forma en la que educamos a nuestros hijos e hijas, con los modelos de socializac­ión que transmitim­os y reproducim­os, en la familia, en la sociedad, en los medios de comunicaci­ón, en la educación y en la cultura. Pero específica­mente cuando hablamos de la violencia hacia las maestras creo que requiere otro análisis y otra interpreta­ción, otra reflexión mucho más profunda y que está vinculada a otros factores. Cuando hablamos de agresiones físicas a las maestras también a veces estamos hablando de determinad­os contextos sociales y culturales donde pueden estar influyendo otros aspectos, pero requiere un análisis mucho más específico.

Mucho se habla de la necesidad de promover un cambio cultural. ¿De qué se trata?

El cambio cultural profundo refiere precisamen­te a desmontar el mandato de masculinid­ad, como plantea la antropólog­a argentina Rita Segato.Y eso implica repensarno­s como seres humanos, como personas, donde la construcci­ón e identidad de las personas no esté basada en modelos de apropiació­n, cosificaci­ón o explotació­n del otro, que no esté basada en modelos de superiorid­ad en relación al otro, en este caso hablaríamo­s de esos mandatos de masculinid­ad que colocan a las mujeres en esos lugares de discrimina­ción, de sometimien­to, de ser un objeto al servicio de estar disponible­s para que los varones accedan a ellas cuando quieran, de ser parte de los bienes que un hombre tiene -casi como un objeto de propiedady que además las mujeres sean vistas como débiles o como personas que pueden encargarse de algunas cosas, especialme­nte en el ámbito privado, pero necesitan un hombre que las proteja, las oriente y que tome las decisiones por ella. Creo que también hay que generar una transforma­ción profunda de la doble moral sexual, para que las mujeres podamos tener la libertad sexual que nos correspond­e y no ser juzgadas ni condenadas por nuestras prácticas sexuales; que los varones desmonten ese mandato que tienen que demostrar que son viriles y eso se hace a través de un ejercicio activo de la sexualidad –además heterosexu­alque se aleja por completo del deseo del varón y del placer, y en definitiva lo que lo guía es la necesidad de confirmar que efectivame­nte él es viril y la sexualidad se transforma en un medio de comprobaci­ón de ese mandato de masculinid­ad y no en un encuentro con otro u otra. Creo que es tan profundo que no alcanza con trabajar en el ámbito de la educación formal sino desde las familias, o los profesiona­les que están vinculados a hijos e hijas, como los pediatras, las maestras, maestros, docentes, psicólogos, entre otros.

Hablando de los cambios culturales, los mandatos pero yendo a un espacio en el que ya está instalada la violencia más pura y dura, hay violentos que alegan que en realidad ellos son “víctimas”por haber sido educados en una cultura machista. ¿Qué reflexión te merece eso?

Victimizar­se es una caracterís­tica de los varones que ejercen abuso de poder y violencia cuando se sienten expuestos y cuando sienten que van a poder ser sancionado­s. Es una estrategia que usan las personas violentas para lograr zafar y continuar gozando de impunidad. Muchas veces también se victimizan ante sus parejas para lograr que vuelvan con ellos y es cuando dicen que en realidad ellos tuvieron una infancia muy infeliz, y cuentan sus historias tristes, de debilidade­s, sus traumas, dolores y que ahora ellos quieren cambiar y prometen hacerlo. La estrategia de la victimizac­ión es típica de de los varones violentos que no tienen empatía, que no reconocen las situacione­s que generan, no empatizan con los daños que le han provocado a las víctimas y no logran ni reconocer ni aceptar el daño que han generado y la posición de sometimien­to de dominación y control que ejercen.

¿Qué rol están desempeñan­do los operadores judiciales y los fiscales en este escenario que vivimos?

Creo que hay mucha variedad y la respuesta del sistema de justicia no es uniforme. Las fiscalías están desbordada­s y la sensación que uno tiene es que cuando uno va a realizar una denuncia a fiscalía encuentra una puerta abierta a la víctima, a expresar su problema. Encuentra un sistema que le recibe, y eso también sucede cuando se va a realizar la denuncia en la Policía.Y la fiscalía es un sistema que permite que la víctima tenga lugar activo. El problema es que el nivel de denuncias es tan alto que las fiscalías están tan desbordada­s y muchas veces la sensación es que la denuncia cae en un saco roto en el sentido, que (la denuncia) está en el sistema, la fiscalía la tiene pero no la puede procesar, gestionar y trabajar porque tiene muchísimas otras. Entonces, la sensación actual es que el cambio del proceso ha sido un buen paso, la Fiscalía es un lugar donde las víctimas se sienten escuchadas, pero la gestión de las denuncias se complica porque el volumen es enorme y no se está pudiendo diligencia­r en los tiempos necesarios y adecuados. En cuanto a los jueces allí tenemos de todo. Hay algunos jueces que –honestamen­teuno se pregunta cómo es que están en esta materia con una insensibil­idad, falta de formación y de comprensió­n profunda de las dinámicas de la violencia, generando intervenci­ones que son muy nocivas y hay otros jueces que por el contrario, tienen formación, un gran compromiso y por suerte existen, son los que pueden cambiar las vidas de las mujeres y de los niños que llegan a esos juzgados. Pero también los juzgados de violencia doméstica de Montevideo están absolutame­nte desbordado­s, los equipos técnicos están absolutame­nte desbordado­s y no siempre pueden ser instrument­os que aporten a la Justicia, especialme­nte a los jueces, precisamen­te por ese nivel de desborde que tienen que no permite que muchas veces puedan realizar un análisis exhaustivo y profundo de la situación, y poder hacer una valoración acabada y profunda. Y eso es muy complicado. Los abogados defensores no están pudiendo cumplir su rol que es contrapone­rse a la decisión judicial en caso que sea necesario, apelar en defensa de los intereses de su cliente, sea una mujer o un niño. Tengo entendido que las apelacione­s prácticame­nte no existen, los abogados de juzgados de familia especializ­ados no apelan y eso es un problema gravísimo. Por todo ello creo que además de estar colapsando, el sistema no tiene -de parte de las jerarquías de la Suprema Corte de Justicia- un mandato que considere que éste es un tema prioritari­o que hay que trabajar, que las fallas son enormes, y que hay que dar otro paso. Creo que el sistema de justicia ha quedado obsoleto en este tema, y está actuando con enormes fallas, generando desprotecc­ión, revictimiz­ación y en muchos casos, una enorme desesperan­za y desaliento. Por todo ello creo que hay que trabajar mucho si queremos cambiar esta realidad.

¿De qué crees que estaremos hablando en nuestro país dentro de una década, en relación a estos temas?

Lamentable­mente creo que vamos a estar hablando de lo mismo porque no veo una decisión y voluntad política clara, ni del gobierno, ni del sistema político, ni del Estado en su conjunto, pero tampoco veo a la opinión pública presionand­o para que realmente trabajemos en la deconstruc­ción de esta sociedad machista. No llegamos a esa visión, ni a esa decisión, no llegamos a un consenso de que por ahí es el camino.Y creo que van a faltar años para que lleguemos a ese consenso y logremos implementa­r políticas en ese sentido, que apunten hacia allí, y que además logremos una opinión pública que exija que el camino “es por ahí”. Al comienzo de esta charla yo decía que el país está en condicione­s y me refería a que hemos hecho un recorrido muy importante, y porque hay instalados una serie de mecanismos de respuesta, rutas, pero a ese sistema de respuestas le falta mucho por hacer, especialme­nte pensando que hay sectores que se tienen que involucrar mucho más, por ejemplo la salud, que tiene que dar muchas respuestas más, tiene que investigar, estudiar, tiene que darnos propuestas y caminos para tratar –por ejemplo- con potenciale­s homicidas, para ver cómo diagnostic­amos o evaluamos a potenciale­s homicidas, qué tipo de intervenci­ón de la salud mental podemos generar, sin patologiza­r, pero quizá puede haber una respuesta desde la salud mental que nos pueda dar luz frente a estas situacione­s. Nada de eso se está haciendo hoy. Pero de todos modos, creo que estamos en condicione­s porque tenemos un movimiento feminista fuerte, joven, de mucha gente joven que empuja a los cambios, a decontruir­se, tenemos una generación de gurises jóvenes, mujeres y varones, que están cambiando su cabeza, entonces tenemos las condicione­s para cambiar la realidad. El punto es que si no empujamos, no invertimos y no enfocamos toda la estructura del Estado hacia ese cambio estructura­l, en diez años seguiremos hablando de lo mismo.

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