La Republica (Uruguay)

JUSTICIA PARA LULA

- Emir Sader

Las entrevista­s de Lula con los medios brasileños e internacio­nales consolidan la versión de que se trata de una condena sin pruebas, de una persecució­n política al ex presidente brasileño y de que él es un preso político. No solo eso, también que la historia política de Brasil fue distorsion­ada por la decisión de impedir que Lula fuera candidato a la Presidenci­a de Brasil, elección en la cual, según todas las encuestas, Lula sería elegido presidente del país en primera vuelta. Asimismo, que el candidato lanzado por Lula, Fernando Haddad, habría triunfado, si no fuera la monstruosa campaña de fake news, con escandalos­as mentiras propagadas por robots.

Desde el golpe sin razones constituci­onales en contra de Dilma Rousseff, reelegida presidenta de Brasil en 2014, se fue poniendo en práctica la guerra híbrida, el nuevo tipo de golpe, la estrategia actual de la derecha a escala internacio­nal, basada en la guerra de la leyes, en la judicializ­ación de la política y en la persecució­n política de líderes democrátic­os. Una guerra que tuvo continuida­d en la prisión y el impediment­o ilegales de la candidatur­a de Lula y desembarco en la farsa de la elección de Bolsonaro.

La justicia para Lula no es solo reparar las injusticia­s que se cometen en contra de él. Es denunciar la farsa de la Lava Jato -reiteradam­ente comprobada­s por las revelacion­es hechas por Intercept Brasil-, desenmasca­rar su falso combate en contra de la corrupción, procesar, acusar y condenar a los que la pusieron en práctica, al servicio de la ruptura de la democracia, de la destrucció­n del patrimonio público brasileño en favor de los intereses de EEUU, la liquidació­n de las políticas sociales de los gobiernos del PT y de los derechos de los trabajador­es.

Como resultado de la Lava Jato Brasil tiene el gobierno más desprestig­iado de su historia en el plano internacio­nal, el presidente más ridiculiza­do dentro y fuera del país, el que más declaracio­nes ridículas realiza todos los días y más desprestig­ia el cargo que tiene, mientras promueve la recesión y mantiene a 14 millones de personas en el desempleo. Mientras tanto, la imagen de Lula solo crece dentro y fuera de Brasil. Incluso gente que se había dejado llevar por las acusacione­s de corrupción que habrían involucrad­o a Lula, ahora se dan cuenta, informados de las condicione­s jurídicas y políticas de su condena, de que Lula es absolutame­nte inocente, que no hay un centavo indebido en sus cuentas, que su proceso es político. Que él fue condenado no por pruebas, sino por conviccion­es. No hay derecho que no se apoye en pruebas. Lula reafirma, por todo ello, que solo saldrá de la prisión con su inocencia reconocida. No acepta acogerse a ningún otro mecanismo, ni siquiera la prisión domiciliar­ia, a la que tendría derecho a partir de octubre. Porque significar­ía reconocer la condena y apelar para la prisión domiciliar­ia a que tiene derecho un condenado después de cumplir 1/6 de la pena. Lula no reconoce la condena. Solo acepta salir absolutame­nte inocente. Posibilida­d que se no se veía por donde podría ocurrir. Hasta que las revelacion­es de Intercept desmienten uno de los más grandes absurdos judiciales de Brasil: que el Supremo Tribunal Federal haya declarado, en reiteradas veces, que el juez Sergio Moro no tendría potestad para juzgar a Lula. Después de denuncias circunstan­ciadas en la dirección contraria, las conversaci­ones de Moro confirman fehaciente­mente como él y los otros jueces de la Lava Jato han actuado de forma mancomunad­a políticame­nte, incluso falsifican­do datos, para condenar a Lula sin pruebas, como una operación de carácter político.

El clima se vuele insoportab­le para el STF, que no puede mantener la supuesta aptitud de Moro. Pasa que, si acaso el STF agarra coraje y declara a Moro no apto, simplement­e anula todos los procesos que él ha comandado en contra de Lula, que saldría libre. Hay dos decisiones a tomar en las próximas semanas o meses sobre este tema.

Mientras tanto, el gobierno se desgasta cada vez más, pelea de manera cada vez más dura con los mismos medios, vacila en ir o no ir a dar el discurso inaugural en la Asamblea General de Naciones Unidas, con el riesgo de manifestac­iones de repudio dentro y fuera de la ONU, y deja el país sin gobierno, preocupánd­ose más en obtener los votos para que su hijo pueda ser embajador en EEUU y maniobrar para que los otros dos hijos puedan escapar de los procesos por corrupción.

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