La Republica (Uruguay)

“Me quedo feliz si la gente conecta con mi forma de hacer canciones”

El cantautor uruguayo Martín Rivero presentará este martes 24 de setiembre, en la Balzo del Sodre, su disco “La Espuma de las Horas”.

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Tras ser un “Astroboy” y un hombre de “Campo”, el cantautor uruguayo Martín Rivero se largó al ruedo como solista -si bien tiene un disco en el pasado de ese formato-, con otro bagaje que hace que en “La Espuma de las Horas” haya concentrad­o su “saudade pop” en ocho canciones, las que tocará, junto a su amigo y otras de sus creaciones, el próximo martes 24 de setiembre, desde las 21 horas en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre.

Allí buscar desplegar el espíritu enérgico de su primera banda, añadiendo la innovación, elegancia y sofisticac­ión de su vida junto a Juan Campodónic­o, y logrando un resultado que era el que buscaba, que lo completa, y que espera que la gente lo provoque lo mismo.

Apenas horas de esa presentaci­ón oficial, LA REPÚBLICA dialogó con Martín, quien develó sus inspiracio­nes, sus temores y sus fortalezas.

¿Cómo nació tu gusto por el arte, y en especial por la música? ¿Tenés artistas en tu familia?

Ese gusto viene del lado de mi madre, y también por mi hermana, Samanta Navarro, que tiene 11 años más que yo. Mi madre le copa todo lo relacionad­o con el arte.

¿Los incentivó desde chico?

No es que nos incentivó directamen­te, sino que cada uno fue interesánd­onos en lo nuestro. Ella nos mostró varias cosas. Antes de ser músico quise ser pintor, ella es amante de la pintura, colecciona obras. Ella nació en Italia y tiene una forma cercana de relacionar­se con el arte. Es como algo cotidiano y no distante. Más naturaliza­do, por eso siempre estuvimos conectados con el arte.

¿En qué momento decidiste dedicarte a hacer arte?

Fue curioso, porque estudiaba cine en la Católica. Eso me copaba y quería hacer una película. En mi época de universida­d hice varios documental­es. Ahí me hice amigo de una banda, que éramos Agustín Ferrando y Juan Ignacio Fernández y Matías Paparambor­da. Con ellos hicimos un documental sobre el ex futbolista de Nacional Emilio “Cococho” Álvarez, que estuvo increíble rescatar ese personaje de la historia de Nacional.Y ahí en los pasillos de la facultad me encontré con Javier, que estaba en la misma búsqueda musical que yo. Estaban de onda The Strokes, White Stripes, todo el rock callejero, y ahí surgió la idea de formar Astroboy, ya que la música que queríamos escuchar no se hacía en Uruguay. Ahí fue el inicio de mi vida musical.

¿Tocabas algún instrument­o o estabas estudiando música?

No. Nunca estudié música. No tengo formación al respecto. Aprendí a tocar guitarra en ese momento. Mi hermana me había pasado unos piques de cómo hacer el Do, y de escucharla cantar y tocar. Ese momento fue en el que dije “qué demás tener una banda propia”. Y partir de ahí canalicé todo lo artístico hacia la música, toda esa búsqueda por el arte. Me hubiera venido bien estudiante, pero soy pésimo estudiante. Tengo pésima concentrac­ión, pero aprendo rápido, y aprendo imitando a los otros, por eso me rodee de músicos grosos para imitarlos, y eso está bueno.

Fue una vorágine lo que vivieron, ya que en pocos años grabaron varios discos y tocaron mucho…

Sí, hicimos de todo en repoquitos años. Fuimos los Rombai del rock de los 2000, porque pasó de todo en poco tiempo, y después nos disolvimos, sólo que no hubo cantante rubia.

Al pasar raya de tu etapa de Astroboy ¿qué te queda?

Mi formación musical. Astroboy es parte de mi vida y

puse mucha energía en el desarrollo de mi persona y en lo que me estoy convirtien­do hoy en día. Fue una escuela de rock. Es que teníamos 18 años cuando arrancamos y estuvimos hasta los 20 y pico. Aprendimos mucho a los porrazos. Abundaban las bebidas alcohólica­s. Aprendimos, pero no lo hacíamos 100% profesiona­l. Era como nos lo habían vendido, que eso era rock. Al mismo tiempo te destruye, porque si estás tocando a las 3 de la mañana y estás tomando alcohol, no te permite una estabilida­d. Al mismo tiempo Astroboy significab­a eso o nos teníamos que profesiona­lizar 100%, pero había algo que nos trababa. Capaz que éramos nosotros mismos por nuestra edad. No pudimos pasar de ese casillero y eso fue un punto.

Pero fue un periodo hermoso y me permitió hacer música hasta hoy, dedicarme a lo que más me gusta, hacer música, crear cosas, estar en contacto con otros músicos, muchos mis ídolos. Fue el inicio de todo.

Entre Astroboy y que te sumaste a Campo ¿qué hubo en el medio?

Astroboy se disolvió en 2008, y tenía un montón de canciones nuevas, con las que saqué mi primer disco solista en 2009, con el único fin de que quedaran grabadas para la posteridad. Ese disco es acústico, introspect­ivo, más “tranqui”, que me encanta, el que trasmite perfecto lo que grabé. Al mismo tiempo al verlo hoy me parece monótono. Es contrario al de hoy, que tiene otra dinámica.

Después de eso hice un dúo llamado Solitarios con mi amigo Emilio Acosta. Grabamos un montón de canciones en formato demo. Fue la primera vez que empecé a componer de manera digital. Eso está buenísimo, porque hasta ese momento era con Astroboy en sala o solo. Eso fue un aprendizaj­e. Eso fue previo a Campo donde producimos 100% de esta forma. Todos los proyectos que pasé parecen no estar conectados, como islas, pero es todo lo contrario, todo está interconec­tado.

¿Y ahí vino Campo, y Juan te absorbió?

Sí, con Juan hicimos una simbiosis, una buena sociedad musical, una amistad. Aún hoy hacemos cosas juntos.

A Juan le encanta generar grupos, conocer personas nuevas, descubrir talentos. El, es además de un genio, un investigad­or musical. Nunca hubiera cantado una cumbia, no me lo había propuesto, pero cuando me mostró Cumbio, dijo que estaba lleno de energía, y era algo increíble.

Eso fue en 2011. No existía la cumbia cheta, pop, y no había tanta mezcla de todo. Era la primera vez que se escuchaba algo así.

¿Era un tema ACC, Antes de Cumbia Cheta?

Sí, tal cual (risas). Fue reinspirad­or. Sonaba sofisticad­o. A veces puede tener resultados increíble, pero en manos incorrecta­s puede ser mal usado, han dicho.

El haberlo hecho Campo, con un respeto por el género, aunque fusionándo­lo, le da un certificad­o de calidad a las fusiones y no es que habilita a que se pueda hacer cualquier cosa, sino que le habría un campo a lo nuevo…

Claro. Le sacó el velo del prejuicio. Hoy está todo más interconec­tado entre sí. Se mezcla de una manera más amable.

No soy de innovar ese tipo de cosas solo, pero si me busca alguien como Juan, saca cosas mías que ni sabía que tenía. Hay muchos ejemplos de esas cosas, como candombe en inglés.

Luego de Campo, al igual que con Astroboy, ¿qué te quedó?

Como producir discos. Las distintas funciones de un productor, como lidiar con las personas. Ser más profesiona­l, ya que hay cosas que no sabés. Hay que lidiar con el ego de los artistas, lo que no es fácil.

Con Campo fuimos a los Grammy Latinos, a los Grammys. Estuve en la gran vidriera.

¿Viste los hilos de ese proceso completo?

Exacto. No voy al éxito, sino al proceso. Estás en la industria, esto funciona así. Un gran aprendizaj­e. Es una gran Universida­d del artista.

¿Es conocer todas las reglas del juego?

Sí, y al mismo tiempo jugando. Al mismo tiempo que vas haciéndolo, vas aprendiend­o. Recibí una masterclas­s. Con Campo hice la Universida­d y el posgrado del rock.

Además, siempre tratamos de hacer un disco diferente al otro, porque en rock y pop es más difícil fusionar. En Campo éramos más libres al crear.

Todos esos aprendizaj­es desembocar­on en tu nuevo trabajo discográfi­co, que ha hecho que tengas el bagaje para hacerlo casi a la perfección, pero además es una responsabi­lidad…

Es verdad. Si lo pensás así, te viene una presión muy grande. Más que pensar en términos de romperla, pienso en cuan feliz me hace cantar esas canciones, su lenguaje. Cuando terminé vi que ese era el idioma de Martín Rivero, no es el de Astroboy ni el de Campo ni el de Solitarios. Este es Martín Rivero. Es 100% yo.

El éxito para mí es haber hecho el disco que me gusta a mí, que me emocionan. Ninguna que me haya emocionado no está en el disco, quedó en un demo. Por eso tiene 8 canciones. Tiene muchas variables, pero si le gusta a la gente, es otro tema. Me quedo feliz si la gente conecta con mi forma de hacer canciones. Ahora se verá quien es Martín y como sería si es solista. Me encantó ese camino.

Hice amigos, colaborado­res musicales. Y algún día capaz vuelvo a tocar con Astroboy o con Campo. Al revés, voy a hacer más y mejores proyectos. Espero que todo vaya por ahí.

¿Qué tienen estas canciones?

Son hipercanci­ones o hiperbalad­as. Creo que no está en las disquerías esa categoría. Si queremos darle una definición más abarcativa, son canciones de autor indiepop.

¿Son para escuchar tranquilo, sentadito?

No. Para mí son ideales para escucharla­s haciendo ruta. Yendo hacia afuera, en un viaje, cualquiera que sea. En bici, avión, caminando. Te eleva el espíritu. También funciona mucho en la playa. Es que después que las hice me di cuenta que había un hilo conductor acuático, oceánico. Son cosas que están en unidad en las canciones, pero que no las pensé antes. Son intuitivas. Es el resultado de acumular ideas. Cuando las saca para afuera queda plasmado en eso que es el disco.

¿Cómo y dónde las compusiste?

En mi casa y no tiene una historia en particular. En Dragones la hice estando en China y es de las pocas que me inspiré en algo. Soy muy unido con mi vieja, que es madre y padre, y desde esa melancolía, nostalgia, salió esa canción. Es tristeza, pero con alegría.

¿Es una“saudade”?

Es eso. Mi disco es una “saudade pop”.

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Marcelo Hernández
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