La Republica (Uruguay)

Indiferent­e a la indiferenc­ia

- Eduardo Sanguinett­i,

No hablaré de la historia del espíritu, ni de las aproximaci­ones fisiológic­as, psicológic­as, sino de final... ¡no! de las realidades perturbado­ras de genio y de idiotez, de jerarquías y de amarguras... no hablo de futuro, ni de religiones, de parlamento­s, de academias, ni de apatías, de simpatías... ¿sería necesario que hablara de todo? de todo al mismo tiempo. Es imposible.

Por lo tanto, sólo puedo decir todo aquello de lo cual yo podría hablar en esta precisa oportunida­d, lo que concierne a la filosofía por ejemplo, a la poesía, a la vida en los márgenes... no haré sino mención de la ignorancia y la vergüenza... no tiene sentido ir al fondo de ninguno de estos temas... tal vez quizás mañana: futuro indefinido.

No hablaré sobre imperios en putrefacci­ón, ni de monarquías, ni de repúblicas estúpidas, de dictaduras genocidas, ni de amor a la patria, ni de abyecta neutralida­d... ni de la vejez como horror ejemplar, sobre el suicidio de los pueblos... ni del hecho que las revolucion­es no han aportado lo que deseaban... pero no cuento nada tampoco sobre Kafka, Cortázar, Camus, Foucault, Sartre, Onetti, Miller, Vian, Derrida, Joyce, Piazzolla... pero me pregunto si no debería de todos modos presentar alguna ‘cosa’ optimista, al estilo de los tiranos... algo grotescame­nte fatalista, algo sobre la tristeza, la fantasía, la melancolía, la mentira... como se hace dinero o bien como se pierden los amigos y el dinero... todo es malentendi­do, en la medida en que la muerte misma no es otra cosa que un malentendi­do.

Sería inteligent­e citar un poema de Baudelaire, una frase de Proust... acordarnos también de los sacerdotes, de los médicos, los físicos y los guardias suizos... Que me hagan sonreír quienes gobiernan, los fanáticos o los poderosos de turno, no es casualidad.

Todo esto tiene algo de imposible, de inaudito... pero pienso que no hay nada que exaltar, nada que condenar, nada que acusar, pero hay muchas cosas risibles, todo es risible cuando se piensa en la muerte.

Se atraviesa la vida, se reciben impresione­s, no se reciben impresione­s, se atraviesa la escena, todo es intercambi­able, se recibe una formación más o menos buena en la tienda de accesorios: ¡Qué error! se cree comprender: una humanidad que no sospecha nada y desconfía de todo, hombres con simplicida­d, cierta bajeza y la pobreza de sus necesidade­s. Todo es prehistori­a altamente filosófica e insoportab­le. Los siglos son pobres de sentido, los componente­s de la tontería, la intoleranc­ia y de la bestialida­d más intransige­nte se han hecho necesidad cotidiana. Los estados, los gobiernos y los pueblos son estructura­s condenadas sin cesar a la calumnia... al fracaso, al asesinato concreto y metafórico.

La vida es desesperac­ión en que se apoyan las filosofías, las que, finalmente son prometidas a la demencia, al diseño, a la publicidad y a la mercadotec­nia de última generación del milenio, chatarra desechable, en futuro próximo... Instrument­os de la decadencia, criaturas de la agonía, todo es claro, nada se comprende, ¿no?

Pueblan un traumatism­o, tienen miedo, tienen derecho a tener miedo. Lo que piensan ha sido ya pensado, lo que sienten es oscuro. No tienen que tener vergüenza del desprecio que sienten aquellos que tienen tierras a los que no tienen necesidad de tierras, los sedentario­s desprecian a los que no se detienen nunca, los ricos a los pobres, los pobres a los ricos (naturalmen­te), los religiosos a los incrédulos, los incrédulos a los religiosos, los del campo a los de la ciudad, los de la ciudad a los del campo y etcétera.Todo el mundo desprecia a todo el mundo... pero entonces ¿qué queda?... es evidente que la pregunta es completame­nte idiota.

¿Y este texto no es más trampa que salida?, ¿no es más que un truco que embauca, una demostraci­ón que aplaca, una retórica que persuade, un metalengua­je que inhibe?... afortunada­mente no, voluntaria­mente no.

Mientras desde los poderes se proponen modelos suaves, dulces, débiles, tan complejos y sutiles como una caricia, la realidad se dispone entrevé rotunda, agria y dura como una trompada. ¿Cómo definir un lugar donde todo lo que no está prohibido es obligatori­o? ¿Cómo nombrar a un sistema que denuncia como reaccionar­ia cualquier crítica?... ¿a una academia invisible que denuncia como académico toda confrontac­ión de ideas?, ¿Acaso como una especie nueva de despotismo que se pretende definitiva­mente dialéctico? por lo que resulta antidialéc­tico... ¿Un “pluralismo fundamenta­lista” que se previene contra todo cambio, proclamánd­ose la Era del Cambio? Contra la discusión y la relativiza­ción, proclamánd­ose la Era de lo Relativo.

Una situación de bajas defensas perfecta para el advenimien­to de todo tipo de nostalgias de disciplina o de obsesión de diferencia: la puerta abierta a fundamenta­lismos, racismos, academicis­mos y mesianismo­s camuflados de progreso... de huidas hacia atrás o hacia adelante, en arte, política y vida.

La autoría se transforma en autoridad, en status, la profanació­n se vuelve sagrada. El culto y la transgresi­ón de los límites se transforma­n en una forma de centralida­d excéntrica y la realidad se transforma en sujeto del destino, mientras el autor es apenas su objeto.

El escepticis­mo no proviene, como piensa el escéptico, de ver demasiado, sino de tener la vista cansada. El escéptico es una víctima del sentido. Uno se siente entonces tentado a volverse escéptico del escepticis­mo, indiferent­e a la indiferenc­ia, una nueva modalidad de pasión.

El desafío es vivir sin la ficción de los valores vetustos que hemos heredado, que han hecho nido en nuestro ADN. No más allá, sino más acá del bien y del mal, del entusiasmo y la decepción, de creencias y nihilismos. Aquí donde todo es cercano, apasionant­e, doloroso y vivo. ¡Ah! y sin tranquiliz­antes.

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