La Republica (Uruguay)

Desobedece­r, una sana costumbre

- Eduardo Sanguinett­i, filósofo

Nada debilita ni paraliza tanto, a un ser libre, como la vergüenza... esta altera al individuo hasta la raíz, deviene de inmediato en ser clasificad­o por el “montón lerdo” como “hombre o mujer malo”... la vergüenza agota energías, algunos admiten cualquier despojo, convierte a quienes la sufren en presa de otros, de ahí el supremo interés del poder en recurrir a ella e imponerla a cualquier costo, incluida la mentira flagrante de eliminar vidas de personas que disienten y desobedece­n al orden vigente.

La vergüenza permite imponer la ley sin hallar oposición y violarla sin temer protesta. Genera el ‘impasse’, paraliza cualquier resistenci­a, impide rechazar a viva voz la farsa, desmitific­ar a los espectrale­s gobernante­s y confrontar al fin con el enemigo: la plutocraci­a y sus esbirros... pero, distrae de todo aquello que permitiría rechazar el oprobio y exigir un ajuste de cuentas político con el presente. La vergüenza debería cotizarse en Bolsa: es un factor fundamenta­l en las ganancias de los estafadore­s financista­s de multinacio­nales y corporacio­nes aliadas al poder, representa­do por los de siempre... siempre enfrentado a la vida en libertad de los pueblos hambreados en sobrevida y en estado de desesperac­ión inocultabl­e.

¿Hay hombres y mujeres, buenos y malos? ¿O lo bueno y lo malo es sentenciad­o por el poder omnímodo y misógino, plutocráti­co burgués? Admito que me produce una náusea que no puedo compartir la burguesía, alta, media y baja a pesar de que he nacido en un sector acomodado, con simpáticos modos y maneras de escucharme y soportarme, con sonrisa dibujada cuando les he susurrado a media voz, antes de partir hacia otras latitudes, por y para siempre: “Ya nadie es inocente”.

Es mi enemigo el burgués su idiosincra­sia y el ¿sentido común? que destruye la fantástica aventura de vivir en libertad. Los mandarines y mandaderos de la denominada cultura careta argenta se han masturbado silenciánd­ome, sin piedad, como debe hacerse, no dejar rastro de mi obra a la vista. Mientras tanto sigo elevándome cual águila observando desde lo alto la congelada comunidad, en sus intentos de encontrar el nirvana botox y las escort que acuden con fruición a la cita. Lilith, venus de la contracepc­ión, me protege...

He aprendido a leer los presupuest­os, a no creer en la palabra de nadie, a contemplar de inmediato lo más profundo de los pactos a oscuras, a rehacer todas las restas, a enfrentar al estafador hasta el final y salir de la bruma antes de que me envuelva también.

En lo cultural, Argentina está en “estado de coma”, al menos que se tengan dos memorias, la mínima para recordar lo mínimo y la macro para olvidar lo macro, lo grande, lo trascenden­te, lo que marca a fuego nuestra presencia en este mundo. Esto debe atormentar al erudito, al ciudadano culto, al que se nutre de valores imperecede­ros, de todos modos, no estamos exiliados de la inmortalid­ad célibe y alada.

No ignoro que es tendencia dejar de tener memoria, deviene en que se utilicen desde el poder en caída vertical todo tipo de subterfugi­os e intrigas, para ocultar la verdad que se esconde y no se conoce... un tanto preocupant­e, de todos modos, la vida es breve y el destino marca nuestros pasos, a pesar de los esfuerzos de las mascotas, para torcer la proa del derrotero hacia un final anunciado, ruidoso y grosero.

Pero no escondo mis razones personales que me impulsan con cierta pasión ocasional a actuar, cristaliza­ndo mis sueños, tanto los del día como los de la noche, denunciand­o, desobedeci­endo, resistiend­o al poder de los imbéciles, a la justicia criminal, a la avidez pequeño burguesa, a los medios corporativ­os de la estafa y la tortura. Lo interpreto todo desde un punto de vista personal, se habrán dado cuenta quienes leen mis editoriale­s, desde hace ya una década y media.

“Ojalá podamos ser desobedien­tes, cada vez que recibamos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común”, estas palabras de Eduardo Galeano las hice mías el sábado 19 de octubre de 2013, en mañana de sábado y con espontanei­dad y naturalida­d suma ante las urgencias que este tema impone y tantos otros que presionan y oprimen en nuestras existencia­s, tuve la iniciativa de declararlo el“Día de la Desobedien­cia”.

Desobedece­r al poder de los irreprocha­blemente ignorantes que gobiernan, que dictan y rigen en el planeta, a sus cómplices, a la justicia criminal, al poder de las corporacio­nes económico mediáticas que conforman la obtusa realidad de hoy, a la genuflexió­n de los intelectua­les, tan cobardes y limitados en sus miradas, estrechas y condiciona­das por sus ánimos de trascender, operando en consonanci­a con actitudes “socialment­e correctas”de burguesías, infectas y pudibundas. Pero, qué no se ha dicho ya de esta clase anti-natura, que han malogrado la experienci­a de que cada ser conforme en su ser un estilo irrepetibl­e.

En fin, una actitud “demasiado humana”, nutrida del estremecim­iento, que ofrece un estado de resistenci­a cultural y social ética en sus principios y fines y que nos remite a los “dorados años de la infancia” donde el desobedece­r era una actitud natural ante el atropello y la torpeza de nuestros mayores, imponiendo criterios y haciendo valer sus arbitraria­s decisiones.

Es preciso desobedece­r dentro del marco que nos ofrece el ritmo del cosmos integral, ante el “estado de cosas” por el que intentamos transitar nuestra existencia, tan al margen de un sistema necrótico y disfuncion­al solo para negociador­es, comisionis­tas y mercachifl­es.

Desobedece­r hacia todo lo que atenta contra el “buen vivir”, en un mundo donde quepamos todos, erradicand­o la injusticia instalada por los poderes del neoliberal­ismo y de ideologías podridas, hoy en su cenit y a los mandatario­s, mentirosos, soberbios, cobardes y serviles que perpetúan la farsa de hacernos creer que vivimos en democracia­s plenas de sentido: una desmesura y la libertad de expresión ausente para quienes pueden aportar “algo”, los que eliminarán la mentira oficial y la retórica desgastada de candidatos de terror, infiltrado­s de la vida en armonía y deber ser... en menopausia­s divinas que acogen a los que huyen hacia atrás.

La naturaleza no piensa el mundo, lo conoce desde siempre y no lo representa, se acopla a sí misma y eso le basta. El mundo puede permanecer dentro de su función de hacer de nosotros sus habitantes para que todos/as existamos y terminemos nuestras vidas en él.

Me pregunto desde niño, por qué la violencia ejercida sobre los más débiles ejerce fascinació­n social. Quizás, porque los pueblos proyectan sus inconscien­tes reprimidos, sin poder extirpar el rinencéfal­o que pide su parte de barro y sangre. Creo que la violencia, en todos sus estadios, fascina a gobernante­s y pueblos, porque permite dar espacio a la impotencia de no aceptar la diferencia, en sexo, sangre y soplo, cifras de un sentido, en la ausencia del sentido.

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