DANIEL CORAZÓN DE LEÓN
El debate presidencial entre Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou (aunque se insiste de manera recurrente en adoptar la sigla Luis) fue una nueva experiencia en el país que resultó fructífera, picante y necesaria.
En cualquier orden de la vida es imprescindible estar frente a frente y decir lo que hay que decir, sin tapujos, sin miedos. Y sobre todo ser capaz de sostener los mismos discursos que realizamos arriba de la tarima o en una tribuna partidaria a lo que se dice cara a cara frente a nuestro oponente.
Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra (siglo XII) fue el modelo de monarcas de la época medieval, o al menos el más romántico y representativo de esos tiempos. Hombre de profunda y genuina fe cristiana y un guerrero aguerrido, encabezó la Tercera Cruzada para la recuperación de Jerusalén que había caído a manos de Saladino. Su espíritu noble y su corazón ardiente contagiaron de entusiasmo a toda Europa Occidental de entonces.
Daniel Martínez puso en el debate su corazón a disposición de los uruguayos. El país lo sintió así; genuino, transparente, calmo pero firme y con un aguante preventivo de cualquier infarto. Un corazón lleno de optimismo, pletórico de alegría, de compromiso, pero también fuerte y saludable para soportar cualquier tipo de embates y hostilidades, moneda corriente del territorio adversario.
Fue interpelado durante dos horas por un experimentado parlamentario -que demostró que en ese rubro se defiende muy bien- pero que no ofrece credenciales en ningún terreno que sustenten mínimas garantías de administrar nada más ni nada menos que un país.
Daniel Martínez demostró su trayectoria, desde un simple joven laburante que tuvo que salir a pelear la vida con una familia temprana y numerosa, un exitoso profesional que aprendió del mundo de los negocios, un hombre comprometido con las causas sociales desde su juventud, y una trayectoria política amplia -ministro, senador, intendente, presidente de una empresa estatal- que garantiza la gestión de un país.
Debió enfrentar el relato distorsionado de la realidad del Uruguay. Desde la foto de un supuesto país en crisis, del fracaso en todos los rubros del gobierno hasta la insólita acusación de falta de compromiso, “el hacerse cargo”. Una realidad que es muy otra, que demuestra a un Uruguay considerado en los primeros lugares en la gran mayoría de los rubros en América Latina y con transformaciones profundas en todos los planos que han modificado en un sentido progresista la calidad de vida de los uruguayos.
Soportó estoicamente los dedos índices acusadores, las tonalidades con corte agresivo, el autoritarismo visceral que surge de las profundidades y que resulta imposible disimular por más asesores que participen, la gestualidad inquisitoria, la interpelación discursiva, el triunfalismo indisimulado y la mirada por encima del hombro como aquel que está convencido que su contrincante le está birlando un lugar que es de derecho propio; quizás convencido de aquello de la divina providencia.
Presenció el silencio del pasado y la herencia de los gobiernos blancos y colorados que precedieron los gobiernos frenteamplistas. Una amnesia colectiva finamente coordinada sumada a un cuento de las historias recientes que no resisten el más mínimo archivo. El país de 2004 y el proceso que llegó hasta él parece explicado por “injerencias externas” y un presidente de entonces que nos “sacó” de la crisis y que ella estaba resuelta cuando asumió el Frente Amplio. Ese relato absolutamente falso, que no reconoce graves responsabilidades de las políticas y las acciones de entonces, es manifestado por los mismos que en el debate solicitaban “reconocimiento de errores” al candidato frenteamplista.
Recibió con asombro clases de ética y de corrupción “están hasta las manos, afirmó”. Escuchó con perplejidad discursos elocuentes de la transparencia en el Estado y el “clientelismo” de los compañeros frenteamplistas. De quienes se venden combustibles para empresas de su propiedad, de quienes reconocen que han empleado funcionarios municipales irregulares porque habían sido “expulsados” por el anterior intendente de su propio partido, por quienes realizan aumentos de sueldo desproporcionados para los directores de la Intendencia cuando -¡oh casualidad!- uno de ellos es su esposo, por quienes contratan una troupe de familiares y son acusados de nepotismo, por quienes hacen fiestas sexuales con menores en “casitas” que son de la Intendencia, por quienes cambian pasantías por favores sexuales aunque parece que todo era una bromita para Tinelli, o quienes se hacen pasar por colonos y la Justicia los deja en evidencia aunque extrañamente nunca es objeto de titulares en los diarios. Lamentablemente nos quedamos sin saber muchas cosas si triunfara la oposición. Seguimos sin saber cómo van a hacer para recortar 900 millones de dólares en el Estado. Todos los economistas serios de este país -sin excepción- saben que para ello se necesita un recorte drástico en el Estado. No hay posibilidad ninguna de no afectar el gasto social.
Todas las veces que gobernaron empezaron con un brutal ajuste fiscal. Y cuando decimos brutal es brutal. No es un ajuste de tarifas que podría ser un poco menos o un ajuste del IRPF de alguna franja como se dio en este período. Es un ajuste salvaje, sin anestesia. Seguimos sin saber de qué se trata la ley de urgente consideración. Anuncian de 300 a 500 artículos para aprobar bien rapidito en menos de 90 días con mano de yeso por la coalición aspirante. Es un cheque en blanco, algo que van a hacer y no se sabe qué van a hacer. El país ingresó en una etapa difícil y diferente. Si gana el Frente Amplio no le será sencillo encontrar los votos para gobernar en una oposición que le ha sido hostil; si gana la oposición juntar lo injuntable se hace para un documento inocuo y una foto forzada, pero todos sabemos en el fondo que la eficacia y la durabilidad de la coalición antiFA es una incógnita gigantesca.
El 24 de noviembre el pueblo decidirá. Esperemos que escoja preservar el camino que venimos transitando desde hace 15 años.