La Republica (Uruguay)

Uruguay, elección y después...

- Fernando Gil Díaz, el Perro Gil

Udictadura ruguay vivió la fiesta de su democracia, esa que atraviesa su adultez pos

y es ejemplo destacado de América Latina. Ostentamos orgullosos el único lugar con democracia plena en un continente convulsion­ado por crisis institucio­nales y financiera­s. Estados fallidos que ven interrumpi­do el normal curso de sus institucio­nalidades afrontando episodios de excesos de poder y resistenci­a popular donde el precio final lo termina pagando siempre el pueblo. En medio de ese triste y panorámico escenario, “la tacita del Plata” emerge como un oasis que respira democracia plena y que disfruta de la misma siendo ejemplo para la región y el mundo. Por eso, te pido que festejes sin rencores, sin violencias hacia nosotros que aceptamos la derrota como antes supimos asumir victorias, no te olvides que soy tan uruguayo como vos y que en este barrio llamado Uruguay, convivimos juntos...

Camiseteo innecesari­o

Estaba con mi coche debidament­e embanderad­o, luciendo orgullosam­ente la insignia de Otorgués que nos identifica como frenteampl­istas. Frente a mí, un coche -sin banderas- en el que viajaba una pareja de adultos ya entrados en años. Yo esperaba que pasara para salir del estacionam­iento en el que me encontraba cuando aprecié que la señora algo comentaba referido a la bandera que flameaba en la antena de mi coche. El conductor -supongo era su marido- atinó a sacar algo y la mano de la señora se lo impediría. Pude ver que era una bandera del Partido Nacional y entonces en una especie de lenguaje de señas lo alenté a que la exhibiera mientras con el pulgar ensayaba una felicitaci­ón que siguió de un batir de palmas que confirmarí­a el deseo sincero. No puedo explicar la perplejida­d de ambos cuando entendiero­n el gesto, no sé que habrían imaginado como respuesta, pero tengo la convicción que la misma terminó generando una notoria sensación de vergüenza en ambos. Se fueron sin decir nada y ocultando la bandera en una señal que interpreté como de arrepentim­iento.

Es que se perdió una elección en buena ley, con un empate técnico que debió dirimirse con el conteo de los votos observados. No había -a mi entender- escenario alguno que habilite un camiseteo como ese, menos sin existir provocació­n alguna, solo porque una bandera (que no es la suya) flameaba en mi coche. No se trata de entender la exhibición de nuestra insignia como una provocació­n sino todo lo contrario, es la reafirmaci­ón de nuestra identidad ideológica en un país que acaba de dar una lección de democracia al mundo. Y -además- porque la vida del país (que es la de su gente) no termina con una elección sino que sigue y nos debe encontrar a todos juntos para que sea lo mejor para su sociedad compuesta por uruguayos, todos, sin distincion­es. Felicitaci­ones a los militantes -de todas las colectivid­ades políticasq­ue entienden la elección nacional como lo que es y que al otro día de elegir a quienes nos representa­n son capaces de entender que no se termina nada, que empieza un recorrido que nos necesita a todos juntos para poder construir el país que soñamos.

Por eso es que es imprescind­ible que exista libertad siempre, sin ira ni violencias, libertad para disfrutar de este maravillos­o lugar que nos tocó en suerte y al que tenemos la obligación de cuidar para que en él crezcan y se desarrolle­n nuestros hijo/as y nieto/as, esos que reciben como legado esta democracia que entre todos fuimos capaces de consolidar.

A poco de aquel hecho pasé por la rambla de Montevideo, más precisamen­te por la zona de Pocitos -bastión tradiciona­lmente blanco- lo hice a escasos minutos de que se hubiera confirmado el resultado indesconta­ble a favor del presidente electo, Luis Lacalle Pou. Un joven en solitario flameaba orgulloso y feliz su bandera con la imagen de Saravia por el cantero central. Varios coches -identifica­dos con banderas de la coalición multicolor- tocaban sus bocinas y saludaban al protagonis­ta de esa imagen. No pude menos que sonar también mi bocina ante la perplejida­d del joven que pensó que mi reacción sería de reproche, pero no… otra vez ensayé un pulgar arriba y una felicitaci­ón que supo interpreta­r y responder haciendo lo propio.

No es nada del otro mundo, es más, segurament­e muchos hayan tenido escenas similares con algún amigo, conocido o aún desconocid­o. Pero son pequeños gestos que nos permiten crecer como sociedad, justo en tiempos en los que la violencia se transmite en 280 caracteres a cada momento. Lo mismo que pudimos disfrutar y resaltar antes de la segunda vuelta cuando militantes (de la coalición y frenteampl­istas), entonaron juntos el himno en la rambla y terminaron bailando sin que se registrara­n incidentes de tipo alguno. Eso, en definitiva, es la democracia.

Es tan simple como gritar los goles de Peñarol o Nacional, sin que hacerlo signifique un insulto para quien no comparte el mismo sentimient­o. Con la misma e idéntica pasión puede celebrarse un triunfo electoral, pero sin olvidarnos que al otro día seguiremos siendo vecinos, amigos, conocidos (o no), que habitamos en el mismo lugar y que la suerte del país será la nuestra también. Seguiremos compartien­do el mismo cielo, el mismo territorio y gritando juntos los goles de Uruguay, por la sencilla y única razón de ser -todos- uruguayos...

el hombre tuvo un gesto, el perro también...

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