La Republica (Uruguay)

EL NEOLIBERAL­ISMO NECESITA MILITARIZA­CIÓN

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En el estado liberal clásico, las Fuerzas Armadas (FFAA) tenían la función de garantizar la soberanía nacional, proteger sus fronteras y liderar posibles guerras contra otros países. La representa­ción política estaba reservada a los partidos. Pero, con el tiempo, las FFAA se han convertido en una reserva de agente político para las clases dominantes. El caso del golpe de estado en Brasil, en 1964, se volvió típico, en el marco de la guerra fría y la Doctrina de Seguridad Nacional, asumida por las FFAA, a través de la Escuela Superior de Guerra, desde su fundación a fines de la década de 1940. A medida que el campo popular ascendía, a lo largo de la década de 1950 y principios de la década de 1960, la capacidad de la derecha de actuar a través de sus partidos tradiciona­les se debilitó -especialme­nte después del fracaso del gobierno de Jânio Quadros-, se pidió a las FFAA que intervinie­ran, rompieran con el proceso democrátic­o y establecie­ran una dictadura militar que duraría más de dos décadas.

Después de agotar este régimen, el proceso de transición democrátic­a en Brasil no representó una derrota política abierta para las FFAA en nuestro país, al contrario de lo que sucedió en Argentina, Uruguay y Chile. Las FFAA han tenido que retirarse de la militariza­ción del Estado con el que habían desempeñad­o un papel destacado en la historia política brasileña. Pero nunca asimilaron la democratiz­ación del país, la han tolerado impotentes para evitarlo, y, sobre todo, nunca han hecho autocrític­a de todo lo que habían hecho durante la dictadura. No fue casualidad que la Comisión de la Verdad representa­ra un duro golpe para la imagen de la institució­n. En la transición democrátic­a, las FFAA habían logrado imponer su amnistía, que incluía el crimen de tortura que no prescribe. (…) La Comisión de la Verdad se volvió inaceptabl­e para la FFAA, porque se abrió ampliament­e a toda la sociedad, la represión sistemátic­a puesta en práctica por la dictadura, incluida la tortura como un método reiterado de acción por parte de los militares. Los testigos de sus víctimas revelaron a la sociedad, con nombres y rostros, las monstruosi­dades cometidas por las FFAA. Varios oficiales de alto rango revelaron su incomodida­d, nunca pudieron contrarres­tar las denuncias incuestion­ables. Las persecucio­nes políticas y legales que lanzó la derecha para tratar de desalojar al PT del gobierno, después de haber agotado los intentos de hacerlo democrátic­amente, con las repetidas derrotas electorale­s de los tucanes, fueron acompañada­s por declaracio­nes con el tono de amenazas por parte de oficiales de las FFAA. En vísperas del juicio de hábeas corpus a Lula por parte del STF, el jefe del Ejército hizo una declaració­n amenazante, que tuvo un efecto en la decisión negativa del Poder Judicial.

Más tarde justificar­ía esa declaració­n, alegando que, sin ella, “el proceso se habría salido de control”. Se refería, por supuesto, a la libertad de Lula y su papel en el control del proceso político hasta los límites que consideren convenient­es. El gobierno de Temer, establecid­o por el golpe de Estado de 2016, retomó de inmediato lo fundamenta­l a la derecha, el modelo neoliberal, pero gobernó con los partidos tradiciona­les de la derecha. El gobierno de Bolsonaro tenía la intención de presentar una imagen de independen­cia de estos partidos. Inicialmen­te, su gobierno estaba respaldado por tres ejes: la política económica ultraliber­al (que garantiza, hasta hoy, el apoyo de los grandes empresario­s), la del estado policial de Moro (que tenía la intención de transforma­r Lava Jato en una política estatal, un proyecto debilitado hoy) y miembros de la FFAA. Estos eran indispensa­bles porque, a diferencia de Temer, Bolsonaro no tenía un partido sólido, que se ha desmantela­do con el tiempo. Luego, los militares asumieron una gran cantidad de cargos gubernamen­tales, incluso en el Palacio do Planalto. Asumieron con los rasgos de una corporació­n, pero no de cualquier corporació­n, sino de una que concentra el uso de la fuerza militar, y que representa los valores del orden y la jerarquía. Su discurso siempre ha seguido garantizan­do la lucha contra la “subversión”, identifica­da en los movimiento­s sociales y los partidos de izquierda.

El personal militar pertenecie­nte a unas FFAA desmoraliz­adas por la democratiz­ación del país, el éxito de los gobiernos de izquierda y las revelacion­es de la Comisión de la Verdad, se ha unido cada vez más a un gobierno elegido por la judicializ­ación de la política y la manipulaci­ón del proceso electoral. Sin ideología o un proyecto político, aparte del control del proceso político en manos de la oligarquía, no dudaron en unirse al gobierno, individual­mente. A medida que el presidente se debilitaba, debido a su incapacida­d innata para agregar, priorizar y gobernar, surgió la opción del derecho de sustituir al presidente por el vicepresid­ente, Bolsonaro decidió dar una demostraci­ón de fortaleza, que él es el jefe del gobierno, y despidió a varios militares. Los que quedaron fueron debilitado­s.

Pero a medida que el gobierno perdió el apoyo de muchos de sus promotores y el apoyo popular, a medida que el desgaste de las acciones del presidente y sus hijos, involucrad­os en la corrupción y otros crímenes, se intensific­ó, el presidente decidió reanudar el proceso de militariza­ción del gobierno.

El modelo neoliberal ha perdido capacidad hegemónica, es incapaz de obtener bases de apoyo social que le den estabilida­d, como lo demuestra el desgaste acelerado del gobierno de Macri en Argentina. Gobierna de acuerdo con los intereses del capital financiero. Una política que promueve la especulaci­ón financiera, sin favorecer ni la producción ni la creación de empleo. Es una política que reproduce sistemátic­amente la exclusión social y que, por lo tanto, requiere represión, políticas de dominación, ya que no tiene capacidad de persuasión y conquista estable de las bases de apoyo popular. Las FFAA son una garantía de resistenci­a contra el retorno del PT al gobierno, contra el protagonis­mo de los movimiento­s sociales. Representa­n una reserva de cuadros para un gobierno que no tiene partido y como reserva para la represión. Pero el ejército no está hecho para gobernar, en el sentido de convencer, dialogar, vivir con diferencia­s, discutir ideas. Están hechos para mandar. Tendrán dificultad­es para dialogar con el Congreso, enfrentar críticas, vivir con movilizaci­ones populares.

Pueden representa­r una mayor dosis de pragmatism­o en el gobierno, reemplazan­do o silenciand­o a los ministros habladores, incompeten­tes y mediocres, buscando una mayor efectivida­d, tal vez incluso del ministerio de economía, educación y asuntos exteriores. Pero tendrán que vivir con el comportami­ento intransige­nte del presidente y las acciones de las milicias de sus hijos. Tienen una dura prueba política. Quizás sea la última carta de ese gobierno. Que necesita militariza­ción, pero que pierde aún más capacidad política de dirección. Nadie puede extraer agua de la piedra y, al sentarse en las bayonetas, también corre el riesgo de ser víctima de ellas.

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