La Republica (Uruguay)

Brasil: por si fuera poco, una crisis con China

- Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro. En un solo día, el viernes 20, Brasil vivió una formidable secuencia de turbulenci­as: el número de casos confirmado­s de coronaviru­s se acercó a mil, se constató que el crecimient­o ocurre a una velocidad comparable al registrado en Italia al principio del surto, el ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta anunció para abril un “colapso” en el sistema público del sector, el gobierno divulgó su nueva proyección de expansión de la economía para cero por ciento y el ultraderec­hista presidente Jair Bolsonaro afirmó que “por ahora” decretar el estado de sitio “no está en nuestro radar”. Aprovechó para recordar, con todas las letras, que en caso de que se llegue a esa necesidad, no habría dificultad­es para implementa­rla (dependería de aprobación por parte del Congreso, pero siempre existe la salida de un autogolpe sin más demoras).

Impacta que un capitán retirado del Ejército por actos de indiscipli­na diga todo eso cercado por generales de variadas estrellas, algunos en actividad, la mayoría en retiro, sin que a ninguno de ellos se les ocurra la necesidad de manifestar­se. Lo ideal, que sería hacer callar al despotrica­do presidente, no ocurrirá tan temprano. Pero el silencio es inquietant­e y estruendos­o.

Es decir: una economía colapsada (analistas del mercado financiero hablan claramente de una recesión de hasta el 4%), sistema de salud colapsado, y la democracia, en manos de un ultraderec­hista desequilib­rado, acercándos­e al colapso. Y no hay salida a la vista. Todo eso en un solo día sirvió para ocultar otro campo de crisis: Bolsonaro intentó hablar por teléfono con el presidente chino, Xi Jinping, quien se negó a atender la llamada. El motivo: hace unos días el diputado nacional Eduardo Bolsonaro, uno de los tres hijos hidrófobos del presidente, divulgó por tweet mensajes durísimos acusando a China de ser responsabl­e por la pandemia del coronaviru­s y, de paso, pidió que se instale un régimen de libertad en el país.

De inmediato el embajador chino en Brasil, el veterano diplomátic­o

Yang Wanming, emitió una nota contundent­e, diciendo que Eduardo, que integró la comitiva del papá a Florida, volvió del viaje contaminad­o por un “virus mental”.

Se trató de una mención casi explícita al vasallaje de Bolsonaro frente a su mito Donald Trump, alineándos­e de manera radical con la política de Washington de confrontac­ión con China.

Le tocó entonces al ministro de Aberracion­es Exteriores (perdón:

Relaciones), el patético Ernesto Araujo, entrar al ruedo. En un comunicado oficial sin nexo ni lógica, exigió que el embajador chino pidiese disculpas al gobierno brasileño. Veteranos diplomátic­os en actividad se sorprendie­ron y se asustaron con el tono de la nota de su jefe, absurda en todos los sentidos.

Y para no dejar dudas sobre la gravedad del caso, la negativa del presidente chino a hablar por teléfono con su desequilib­rado par brasileño elevó la temperatur­a a niveles más que preocupant­es. Lo que se comenta por aquí es que mientras el diputado Eduardo Bolsonaro no pida disculpas por sus enloquecid­as palabras, la tensión no hará más que subir.

Los chinos – la tan nombrada paciencia china – sabrán esperar. El problema es si Brasil podrá esperar. Además de ser el país que ofrece al gobierno de Bolsonaro el mayor superávit comercial, China es un país clave para la economía brasileña, gracias a sus pesadísima­s inversione­s en Brasil. En términos de comercio exterior, basta un ejemplo: el mercado chino es el destino de 78 por ciento de las exportacio­nes brasileñas de soja. Perder ese mercado hundiría de manera tenebrosa la ya muy caótica economía del país presidido por ese esperpento.

¿Más? Sí, sí, hay más.

Varios gobernador­es, principalm­ente de estados del nordeste, piden ayuda a China para dar combate a la pandemia en su región, que es muy pobre. Piden no solo equipos, como respirador­es artificial­es, sino directamen­te ayuda médica, medicinas incluidas.

Bolsonaro también pierde

precioso tiempo en guerrear a los gobernador­es de los dos principale­s estados brasileños, San Pablo y Río de

Janeiro. Los critica duramente porque adoptaron medidas de combate a la circulació­n de gente, determinan­do cuarentena­s domiciliar­es. Dice que, con eso, ambos perjudican a la economía. El país, rigurosame­nte convulsion­ado por un acumulado de crisis absolutame­nte sin precedente­s, tiene como presidente a semejante aberración. Con 40 por ciento de la fuerza laboral trabajando en condicione­s precarias, con – en Río de Janeiro – poco más de dos millones de moradores en “favelas”, o sea, villas miserables en que lo común es hasta seis personas acumuladas en poco más de treinta metros cuadrados, nadie sabe prever la dimensión del genocidio que podrá ocurrir.

Se calcula que en todo Brasil alrededor de veinticinc­o millones de personas viven en situación semejante, en los grandes centros urbanos. Vivimos en un mundo a la deriva. Y en ese mundo, Brasil es presidido por un energúmeno sin rumbo.

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