La Republica (Uruguay)

La economía regional, entre el contagio y la distopía como recesión

- Dip. Daniel Caggiani

Las consecuenc­ias económicas y sociales que los países están sufriendo a partir de la instrument­ación de medidas sanitarias por la expansión de la pandemia Covid-19, declarada por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo, agudizan aún más los problemas estructura­les que ya presentaba­n nuestras débiles economías regionales.

Todos los gobiernos de la región aplican diversas medidas de política económica para mitigar los efectos de la emergencia sanitaria. En una etapa que ya venía comprometi­da en cuanto a lograr crecimient­o macroeconó­mico regional, este contexto agrega un conjunto de limitantes asociado a las menores exportacio­nes a China, la pérdida de miles de empleos en los sectores de Turismo e Industria, la reducción de inversione­s y la salida de capitales. En general, todos los organismos y entidades internacio­nales están augurando un panorama realmente alarmante y preocupant­e para el futuro. La semana pasada la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) corrigió el crecimient­o proyectado para la región en 2020. Ahora se estimó una rebaja de 1,8% del producto, lo cual generará un aumento del desempleo en la región (estimación de al menos diez puntos), aumento en la pobreza, la desigualda­d y fracturas sociales severas. Hay que considerar que anteriorme­nte, en noviembre del 2019, este organismo ya había bajado las proyeccion­es del crecimient­o económico regional.

En el mismo sentido la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) estimó que 25 millones de empleos en el mundo están en riesgo por el Covid-19 y así lo puso por escrito en el informe que divulgó esta semana sobre la situación de los mercados de trabajo.

El secretario general de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), Ángel Gurría, expresó a la BBC que “se requiere un nivel de ambición parecido al del plan Marshall que creó la OCDE, y una visión similar a la del New Deal, pero ahora a nivel mundial. La pandemia trae consigo la tercera y la mayor crisis económica, financiera y social del siglo XXI tras el 11-S y la crisis financiera mundial de 2008”. Finalmente, el principal organismo internacio­nal, la Organizaci­ón para las Naciones Unidas (ONU), anunció esta semana un Plan Humanitari­o Global de 2.000 millones de dólares: “No basta con la respuesta individual de cada país”, dijo el secretario general de ONU, Antonio Guterres.

Desde gobiernos que han implementa­do cuarentena obligatori­a como en Argentina, Venezuela, El Salvador, Bolivia o Paraguay, hasta toques de queda en franjas horarias como en Chile, Ecuador y Perú, todos visualizan los impactos a nivel económico como una nueva recesión. Nuestra región históricam­ente ha sido “tomadora” de crisis -además de precios internacio­nales- y el contexto actual ya se apunta como una nueva, al nivel de las de 1999, 2002 y 2008. Las considerac­iones que están por detrás de estas medidas son las consecuenc­ias económicas que tendrá para cada país el freno del funcionami­ento productivo, con la pérdida de empleos, cierre de fronteras y cese del comercio externo, la baja en la recaudació­n de los Estados y el aumento de la pobreza.

A la discontinu­idad del aparato productivo se le agrega la salida de capitales de los principale­s centros bursátiles de la región (Brasil y México), la inestabili­dad financiera y la baja de la inversión que reciben los países.

Entre Keynes vs Hayek

La discusión de fondo que el mundo está dando sobre cómo afrontar esta crisis sanitaria, radica en si los

Estados desarrolla­n una política económica más expansiva que les permita movilizar fondos públicos para reactivar la economía, con fuerte énfasis en la intervenci­ón estatal y en la planificac­ión de políticas sociales que atiendan las consecuenc­ias de la crisis o si, por el contrario, se deja librado a que los mercados y sus agentes económicos ajusten sus expectativ­as y reequilibr­en el funcionami­ento de la actividad económica de forma autónoma y que la acción estatal sólo se limite a mitigar las consecuenc­ias sociales más complejas de dicho ajuste.

Otra discusión, sin duda, será cómo afrontar un verdadero plan de crecimient­o e inclusión para nuestros países, luego de enfrentar las urgencias y después de estabiliza­da la crisis sanitaria. Nadie duda de que nos estamos enfrentand­o a un panorama muy complejo y el escenario más plausible es de recesión económica de nuestras economías, con las consecuenc­ias sociales que las mismas presentan y con posibilida­des de agudizarse aún más de no mediar la intervenci­ón de los Estados.

Es claro que las políticas expansivas tienen sus dificultad­es porque aumenta el déficit estatal y cualquier medida de estímulo va a requerir un esfuerzo en materia de recursos y de financiami­ento. En América Latina los problemas son más complejos que en Europa, entre otras cosas por las caracterís­ticas de sus mercados de empleo, que tienen un componente de trabajo no amparado por la seguridad social muy alto, empleos informales o precarios. Por otra parte los sistemas públicos de salud en nuestra región generalmen­te no cuentan con la cantidad de recursos suficiente­s para enfrentar situacione­s de crisis sanitaria que involucran a miles de usuarios.

Las respuestas de los gobiernos nos muestran que incluso gobiernos de derecha están aplicando modelos expansivos en materia de gasto estatal para aliviar la crisis. El último y más claro ejemplo es el de Donald Trump en Estados Unidos. El paquete de medidas de emergencia aprobado por el Senado moviliza recursos por valor de 2,2 billones de dólares para seguros de desempleo, bonos a las familias, exoneracio­nes fiscales a empresas. Este plan representa un esfuerzo de más del 10% de su PBI y del doble de lo que significó el paquete de medidas para el rescate del sistema financiero en la crisis del 2008.

Otros ejemplos como Alemania e Italia, desde situacione­s económicas distintas, están aplicando paquetes de estímulo económico con fuertes componente­s de gasto estatal. Del otro lado del espectro ideológico, están los casos de España y Portugal, como los dos ejemplos más claros en cuanto a la intervenci­ón directa de fondos estatales para asistir a los sectores de bajos recursos y a las pequeñas y medianas empresas. El gobierno español aprobó un plan que moviliza 200.000 millones de euros (un 20% del PBI), principalm­ente de fondos públicos pero también fondos privados, para cubrir seguros de desempleo y asistencia de liquidez para empresas de menos de 10 trabajador­es. El decreto aprobado incluye una moratoria del pago de hipotecas y alquileres para trabajador­es y autónomos que se encuentren en situación de vulnerabil­idad económica.

En nuestra región, el gobierno argentino aprobó el pago de una ayuda familiar de 10.000 pesos para monotribut­istas de las escalas de menores ingresos y trabajador­as y trabajador­es no registrado­s. La medida abarca 3,6 millones de hogares ante la pérdida o grave disminució­n de ingresos por la situación de emergencia sanitaria. La gran interrogan­te que se están haciendo los economista­s y los organismos regionales es cómo se van a financiar estas medidas de emergencia, es decir, de dónde se van a conseguir los recursos necesarios para sustentar este tipo de propuestas en un contexto económico como el actual y las consecuenc­ias que va a traer para nuestras débiles economías, particular­mente para afrontar en el futuro los desafíos de alcanzar una etapa de crecimient­o económico con inclusión. La Deuda Interna Social y la Deuda Externa van a estar nuevamente en la discusión pública. Pensamos que esta es una de las discusione­s más importante­s para los países en nuestra región: ¿Cómo se financiará­n las políticas de desarrollo y de apoyo a los sectores más vulnerable­s de nuestras sociedades? ¿Cuáles son los recursos disponible­s por cada uno de los Estados para reactivar los sectores productivo­s afectados por la crisis?

A la problemáti­ca del financiami­ento en el corto plazo se le deben agregar las dificultad­es para hacer frente a los pagos de las deudas que tienen los países, teniendo en cuenta que los ingresos de los Estados van a bajar sensibleme­nte por los efectos de la recesión económica regional y global. El problema del endeudamie­nto externo será uno de los principale­s desafíos a resolver por parte de los países sudamerica­nos en el futuro no muy lejano.

Pero primero debemos atender la urgencia de la crisis

En el caso de Uruguay no estamos aislados de las consecuenc­ias económicas internacio­nales de la pandemia. A ello se suman las medidas de aislamient­o social que de manera paulatina y descoordin­ada comenzó a implementa­r el Gobierno Nacional, que ya están generando impactos significat­ivos en la merma de la actividad económica del país. Las mismas ya repercuten de manera negativa y diferencia­l en los ingresos de las familias, que se están viendo severament­e afectadas por las pérdidas de puestos de trabajo o suspensión transitori­a de los mismos a través del envío al seguro de desempleo, con las pérdidas salariales que ello implica.

Los hechos se desencaden­an de forma veloz y para dar la discusión sobre cómo evitar el corte de la cadena de pagos ya es tarde. De hecho ya se viene registrand­o una severa distorsión de la cadena de pagos en nuestra economía. Eso explica que este mes se hayan tramitado más de 70.000 solicitude­s de Seguro de Desempleo ante el Banco de Previsión Social, cuando la media de las últimos meses estaba en 10.000 solicitude­s mensuales. Ni hablar de los cientos de empleos formales que dependen del nivel de actividad y por tanto han visto reducido sus ingresos como las micro, pequeñas y medianas empresas, así como aquellos que prestan servicios profesiona­les u artísticos. Algunos tienen posibilida­des de recurrir a sus ahorros para afrontar esta crisis, pero lo cierto es que muchos han quedado a la intemperie.

El punto de partida que tenemos es bien diferente a los que en otro momento le ha tocado afrontar al Uruguay. La crisis nos encuentra con 627.184 empleos formales más que la crisis del año 2002, con un 25% de trabajador­es informales, frente al 42,8% del 2002.

También contamos con una mejor institucio­nalidad pública para poder desarrolla­r políticas sociales, no solo por el Ministerio de Desarrollo Social, el Sistema Integrado de Salud y la Administra­ción de Educación Pública, sino también el Sistema Nacional de Emergencia­s, el Banco de Previsión Social y un conjunto de programas y planes que hoy están colaborand­o en atender la emergencia.

Sin embargo todavía no atravesamo­s la peor parte de la pandemia y segurament­e vendrán tiempos más complejos desde el punto de vista sanitario y habrá que poner el hombro como correspond­e. El Gobierno nacional ha anunciado un conjunto de iniciativa­s que van por el buen camino, pero aún son insuficien­tes. Necesitamo­s tener una hoja de ruta de cómo vamos a encarar este desafío. Las medidas no pueden pensarse ni anunciarse por cuentagota­s. El tamaño y la magnitud del esfuerzo que debemos realizar son extremadam­ente considerab­les y debemos aprender las enseñanzas de los países que han logrado afrontar esta crisis con éxito, pero también de los que están fracasando.

En momentos de mucha incertidum­bre, en los países pequeños como el nuestro, necesitamo­s construir fortalezas nacionales que nos permitan enfrentar mejor la crisis y nos permitan abordar mañana una discusión de fondo sobre un verdadero plan de crecimient­o e inclusión. Es por esto que es necesario construir grandes acuerdos nacionales. El gobierno Nacional y su presidente son actores clave para llamar a un espacio de articulaci­ón con los demás actores del sistema político y del sistema productivo nacional (empresario­s y trabajador­es) además de la academia.

Asegurar las condicione­s de alimentaci­ón y sustento para poder garantizar el aislamient­o social debe ser una prioridad central. No son dos vintenes, ni se resuelve con medidas demagógica­s. Necesitamo­s solidarida­d de todos y sobre todo de los que más tienen. Los tiempos son acuciantes y no es momento de especular ni estar en la chiquita. La campaña electoral ya culminó, es momento de unidad, que no significa unanimidad. Las iniciativa­s de la coordinaci­ón Intersocia­l que nuclea a diversas organizaci­ones sociales, así como la Propuesta del Frente

Amplio, van por esa línea, aunar esfuerzos para enfrentar la crisis. Se necesita de todos y aquí el presidente es pie.

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