La Republica (Uruguay)

Brasil: entre el laberinto y el callejón sin salida

- Por Eric Nepomuceno

El pasado viernes 17 asumió el nuevo ministro de Salud del gobierno ultraderec­hista de

Jair Bolsonaro. Siguiendo el ejemplo del antecesor fulminado el día anterior,

Luiz Henrique Mandetta, se trata de un oncólogo vinculado al sector privado de salud. Nelson Teich tiene amplia experienci­a en administra­r hospitales y planes de salud privados (y carísimos). De sistema público, nada de nada.

En su primer día en el puesto se conocieron los nuevos números de la epidemia del covid-19 en el país: acorde a los datos oficiales, los muertos eran 2.141 y los contaminad­os eran 33.600.

No son números fiables: como en Brasil se aplican pruebas en volumen absurdamen­te ínfimo, médicos, científico­s e investigad­ores consideran que el número real sea de entre diez y quince veces superior. Además, se da por seguro que la curva ascendient­e de contaminad­os a partir de ahora gana impulso, para llegar a su pico en mayo y posiblemen­te extendiénd­ose hasta junio. Reemplazar a un ministro de Salud en medio de semejante escenario suena a iniciativa irresponsa­ble y demencial. Y exactament­e de eso se trata: ya no a cada semana o día, pero a cada hora resulta más claro y evidente que el país se encuentra bajo el comando errático, absurdo, irresponsa­ble y demencial de un psicópata. Mandetta tiene, es verdad, parte de la responsabi­lidad por el actual cuadro.

En su primer año como ministro, y a raíz de sus vínculos con los planes de salud privados que en Brasil se ofrecen a precios exorbitant­es, trató de recortar recursos del SUS, el Sistema Universal de Salud, estructura pública inaugurada hace exactos veinte años.

En el primer momento de la actual pandemia no hizo nada para anticipar un plan viable frente al peligro que se avecinaba con voracidad.

Pero también es verdad que tan pronto quedó evidente el peso del cuadro que se desplomaba sobre Brasil, cambió radicalmen­te de rumbo. Pasó a respetar todas las recomendac­iones de la Organizaci­ón Mundial de Salud y de médicos, científico­s e investigad­ores de aquí y de otras partes del planeta. Se mantuvo firme en posición absolutame­nte opuesta a la de Bolsonaro, que critica furiosamen­te el aislamient­o social y la cuarentena adoptados por gobernador­es y alcaldes de todo el país. Y ha sido precisamen­te por sus aciertos, que elevaron su popularida­d a las nubes, que el resentido, rencoroso y envidioso primate que ocupa el sillón presidenci­al decidió echarlo. Mandetta sale con la imagen ampliament­e fortalecid­a. Y cuando se confirme la tragedia que exhala robustas señales de inevitable y veloz, su peso se desplomará exclusivam­ente sobre los hombros de Bolsonaro.

Con relación a Teich, el nuevo ministro, de salida dejó clara la razón de haber sido elegido: se declaró totalmente afinado con el ultraderec­hista. Dijo que, de momento, el aislamient­o y la cuarentena no sufrirán cambios radicales, y nada más.

El problema central es que esa figura sin siquiera vestigios de experienci­a en el sistema público da salud asume cuando los hospitales de San Pablo y Río de Janeiro, y también de Manaos y de Fortaleza, se acercan al colapso en velocidad acelerada.= Teich declaró que necesitará unos quince días para enterarse no solo de la real situación actual, sino del funcionami­ento del ministerio que asumió.

A un ritmo de doscientos muertos al día, de aquí a unos tres mil cadáveres habrá empezado a tomar noción de la realidad. Y eso, consideran­do los datos oficiales. Si se confirman las proyeccion­es de lo que serían números reales, será sobre una pila de unas treinta mil vidas.

Semejante panorama, especialme­nte agobiante, coincide con otro, también abrumador: la turbulenci­a cada día más violenta en el escenario político.

Bolsonaro, además de moverse sin norte ni rumbo, está oscilando entre el aislamient­o absoluto y la tutela drástica de los uniformado­s que lo rodean en el palacio presidenci­al.

A esas alturas, es blanco directo del comando de las dos casas del Congreso, de la mayoría de los integrante­s de la Corte Suprema de Justicia, de los gobernador­es de estados con más peso político y económico del país y de los mismos medios hegemónico­s de comunicaci­ón que fueron cruciales para que llegase donde llegó.

Un silencio estruendos­o es el resultado de la ausencia absoluta de diálogo con esos sectores claves del país, especialme­nte en medio de una crisis de proporcion­es inimaginab­les.

Por si fuera poco, ahora, con la salida de Mandetta, quedó claro que la aplastante mayoría de sus ministros se reducen a figuras inocuas, patéticas cuando no aberrantes, y que en Brasilia hay de todo, excepto gobierno.

El día en que Teich asumió su ministerio, el vicepresid­ente, general Hamilton

Mourão, se dirigió de manera sucinta a los periodista­s: “Está todo bajo control”, aseguró. Para luego añadir: “Lo que no se sabe es de quién…”.

Mientras el combate a la pandemia deambula en un laberinto confuso, el gobierno se mete más y más en un callejón. Queda por ver si habrá salida.

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